– Le pegó con un bate de béisbol.
– Supongo que si la apelación no prospera todas volverán a sus casas -dijo Maureen.
– Ni se te ocurra pensar en eso -dijo Leslie y le pasó el casco a Maureen.
21. Frank
A la mañana siguiente, Maureen puso acento inglés y llamó al Hospital Northern desde casa de Leslie. Pidió que la pasaran con Frank, de administración.
Justo cuando Frank se puso al teléfono, Maureen se dio cuenta do que tendría que haber preparado su plan de antemano. No sabía quién iba a decir que era, ni siquiera qué historia iba a contarle. Le preguntó si había visto el artículo sobre la confusión en las pensiones, salía en la hoja informativa del hospital, probablemente lo habría leído. Frank dijo que recordaba algo sobre el tema, sí. Sorprendida de que la historia se aguantara, Maureen prosiguió: naturalmente no había sido culpa suya pero la habían llamado para que solucionara los errores de su predecesor, ¿acaso no pasaba siempre igual? Frank le dio la razón vehementemente. Maureen no podía imaginarse que alguien llamara a Frank para que arreglara algo, pero no se lo dijo.
Accedió a darle una copia de los nombres y números de la Seguridad Social del personal médico que había trabajado en el hospital a tiempo completo de 1985 a 1995, excluyendo los contratados a través de una Oficina de Empleo, y Maureen le dijo que mandaría a un mensajero a recogerlo a las dos de ese mismo día.
Antes de colgar, se quedó mirando el teléfono. Martin tenía razón: Frank era estúpido de verdad.
Frank se comió su magdalena pegajosa rellena de salsa de arándanos y se puso a jugar otras tres partidas al Tetris. Había tenido suerte. Si les hacía este favor y mandaba una solicitud de trabajo para la administración regional quizá se acordarían de él. Sería un trabajo en una oficina de verdad. Una oficina donde no estaría rodeado de chiflados de mierda.
A las dos y diez Maureen entró en la oficina con el casco y la chaqueta de cuero de Leslie. Frank le dio un sobre marrón. Sintió la curiosidad de saber hasta dónde podía llegar, así que le hizo firmar un recibo que pertenecía a un libro que se había comprado hacía un par de semanas. Bajó las escaleras traseras y salió del hospital con la visera del casco bajada y sintiéndose intocable, como si fuera la heroína de una película. Leslie había dejado la moto en marcha y con el caballete puesto. Maureen pasó la pierna al otro lado del asiento, Leslie arrancó y la rueda trasera esparció gravilla gris.
Los semáforos que había más abajo se pusieron en rojo, lo que hizo que el tráfico se detuviera y que ellas pudieran incorporarse a la carretera.
De vuelta a Drum abrieron una botella de whisky, se tomaron un trago y abrieron el sobre. Frank sólo había impreso una hoja de los archivos. En ella figuraba todo el personal médico que había trabajado en el Hospital Northern de 1985 a 1995, excluyendo los contratados a través de una oficina de empleo. Era una lista de números de la Seguridad Social. Sin nombres. Frank era estúpido de verdad.
Mientras se acababan el whisky, Leslie le enseñó cómo afilar el peine-navaja. Restregaba el mango largo del peine con una piedra de carburo de silicona, hacia adelante y hacia atrás, le daba la vuelta cuando llegaba al final para afilar los dos lados y luego continuaba en diagonal para marcar el filo. Envolvió las púas con una bayeta y le pasó el peine a Maureen para que lo probara. Frotó el mango con la piedra y le iba dando la vuelta para afilarlo bien. Siguió haciéndolo hasta que dejó los bordes de los dos lados perfectamente afilados. Leslie pasó un poco de margarina por el peine para disimular las marcas.
Maureen se puso a pensar en el peine-navaja mientras Leslie la llevaba de vuelta a Maryhill, a casa de Benny. Pensó en el peine y se alegró, como si estuviera recordando a su gran amor. Leslie la dejó junto a las farolas de Maryhill Road.
Benny estaba en el vestíbulo, a punto de salir para ir a la biblioteca.
– Maureen, ¿dónde estuviste ayer? -le preguntó, y la abrazó-. ¿Cómo lo llevas?
Maureen se quedó rígida entre sus brazos, intentaba recordar cómo solía reaccionar cuando Benny la tocaba. Se estrechó contra su pecho y lo imaginó.
– Estoy bien, Benny -dijo Maureen, que se apartó para mirarle fijamente a los ojos y le tocó la mejilla con la palma de la mano. Le miró, deseando que sus sospechas acerca de Benny desaparecieran, pero no lo hicieron.
Benny le puso las manos en los hombros.
– Bien, pequeña -dijo esbozando una sonrisa ancha-. Muy bien. Te has hecho algo en el pelo. Te queda genial.
– Sí, me lo he cortado.
– Dios mío, ¿has bebido whisky?
– Mm, sí.
– Maureen, ten cuidado, sólo son las tres de la tarde.
– Ya tengo cuidado -dijo con resentimiento y se apartó de él-. Yo… me apetecía tomar un poco, eso es todo.
– No -dijo, y la retuvo por el brazo-, no te pongas así -la abrazó de nuevo y Maureen se sintió más incómoda que la vez anterior-. Sólo intenta no acabar como yo, es lo que quiero decir -le dijo y la soltó-. Pasando los días y las noches en una habitación llena de humo con un atajo de viejos alcohólicos.
La policía la había telefoneado y Maureen tenía que llamar a la comisaría de Stewart Street. Benny le dijo que le había preparado la cena y que se la había dejado en el horno. Maureen se despidió de él con un adiós alegre mientras Benny salía por la puerta de la entrada y la cerraba tras de sí.
Se puso los guantes de paño y sacó del horno la cacerola. El calor se filtraba a través de los guantes baratos. Levantó la tapa. Había hecho pasta con algún tipo de salsa de queso y tenía una pinta buenísima. Ya habían cogido una parte: un precipicio de pasta y queso iba deshaciéndose poco a poco e inundando la base del recipiente. Cortó una ración y ensució un plato y unos cubiertos con ella antes de echarla en una bolsa de plástico, que iba a tirar a la basura. Puso el plato y los cubiertos en la pila para que parecieran los restos despreocupados de una persona que había comido bien.
Entró en el cuarto de Benny y comprobó el cajón de abajo. El CD todavía estaba allí, en el mismo lugar donde ella lo había vuelto a guardar.
Tenía la camiseta llena de pelos que le picaban de la noche anterior. Se dirigió al armario de Benny y encontró el jersey mostaza de cuello de barco que había traído de su casa. Se quitó la camiseta áspera y se puso el jersey. Abrió la mochila de piel, sacó la mayoría de su ropa del estante y la metió en la bolsa. Su mano se detuvo encima de la camiseta del Dinamo Anticapitalista. La cogió por despecho y dejó un par de braguitas y una camiseta en el armario para que Benny no se diera cuenta de que Maureen se lo había llevado todo y sospechara algo.
Joe McEwan no podía ponerse al teléfono pero el agente que le había contestado sabía quién era ella y le dijo que querían verla en la comisaría cuanto antes. Se ofreció a mandarle un coche pero Maureen dijo que no, que iría por sus propios medios. El policía no puso ninguna objeción y Maureen se lo tomó como una buena señal. Recogió la bolsa con la comida de la pila de la cocina y la echó a un contenedor de basura de la calle.
A medio camino de la comisaría, recordó que había dejado la camiseta del Celtic y los pantalones de chándal de Jim Maliano en el suelo del armario, entre los calcetines sucios. Tendría que volver a casa de Benny en algún momento.
Hugh McAskill fue a recogerla a la recepción, seguido de Inness. Éste se había afeitado el bigote estilo motorista gay. Puede que fuera porque Maureen se había acostumbrado a verle con él o porque la piel recién afeitada tenía un tono más claro que el resto de la cara, pero tenía el labio superior raro y prominente.
La llevaron a una sala de interrogatorios de la planta baja. Parecía que McAskill era el responsable. Este le dirigió una mirada descarada de ánimo, sacó del bolsillo una tableta grande de chocolate, rasgó el envoltorio por la mitad con la uña del pulgar y partió la tableta en varias porciones. Las colocó en el centro de la mesa, encima del envoltorio como si les invitara a coger una.