Leslie se inclinó hacia adelante y apagó el televisor.
– No tienes suerte, Mauri -dijo.
– ¿Te importa si nos quedamos a pasar la noche? -le preguntó Maureen-. Quiero estar aquí por la mañana por si sigue igual.
– No -dijo Leslie-. No me importa.
Sacaron los cojines del sofá y de los sillones y se hicieron con ellos una cama en el suelo. Leslie apagó la luz y se dispusieron a dormir en el salón. Había corriente. Maureen dejó el busca de la policía a su lado en el suelo y lo tocó cuando se tumbó para asegurarse de que lo tenía al alcance de la mano.
Leslie tenía puesta la chaqueta de cuero pero Maureen sólo podía taparse con el abrigo. Se puso en el lado más cercano a la estufa y la dejó encendida, pero no hacía más que acentuar el frío húmedo que iba calando en las zonas de su cuerpo que no estaban expuestas al calor. La farola que estaba justo enfrente de la ventana salpicada de gotas de lluvia inundaba la habitación con una luz cálida y anaranjada. Maureen estaba tumbada boca arriba y miraba el baile de luz que se formaba en el techo a medida que caía la incesante lluvia.
– Si no hubiera ido a ver a Martin, no le habrían matado y si no le hubiera hablado a la policía de Siobhain, no la habrían interrogado. Le estoy jodiendo la vida a la gente.
– Cállate, Mauri -susurró Leslie adormilada-. No tiene nada que ver contigo.
– Sí que tiene que ver. Es culpa mía. Me lo he tomado como un juego y no sé lo que me hago. Podría estar poniéndote en peligro a ti o a Liam o a cualquiera. Incluso a Siobhain.
– Maureen, por favor, cállate y duérmete.
– No puedo, me siento tan imbécil. Estuve allí un par de horas antes. Fui la última persona que le vio con vida…
– No pudiste ser tú la última, Maureen -dijo Leslie en voz alta y enfadada-. No habrían dejado que te marchases si hubieras sido la última.
– ¿Eso crees? ¿Crees que le vio alguien más después de que yo me fuera?
– Sí. ¿Por qué te importa tanto?
– No lo sé. ¿Crees que tengo buena memoria?
– ¿Para los detalles y esas cosas?
– Sí.
– Tranquila, Mauri. ¿Podemos dormir ya?
– En primer lugar, nunca tendría que haber ido a ver a Martin y menos volver después una segunda vez. No sé en qué estaría pensando o por qué intento encontrar a la persona que lo hizo. No hay nada que pueda hacer, incluso si le encontrara.
– ¿Porqué?
– Bueno, si está relacionado con lo que ocurrió en el Northern la policía querrá hablar de ello con Siobhain y con las otras mujeres, y mira lo que le ha hecho a ella el interrogatorio de esta tarde. Podría matarla.
Leslie se dio la vuelta y miró el techo.
– ¿Así que vas a rendirte?
– Joder, tengo que hacerlo. En el Northern todo el mundo sabía lo de la lista del tipo ese, Frank. Quiero decir que quizá yo he sido igual de torpe en otras cosas.
– No va detrás de la gente a la que interroga la policía, ¿verdad? Va detrás de los que interrogas tú. Eso significa que vas por buen camino.
– Pero incluso si encontrara a quien lo hizo, no podría llevarle a la policía. Necesitarían testigos y tendrían que interrogar a las mujeres. Sólo Dios sabe cómo podría afectarlas eso.
Leslie se giró y la miró.
– No puedes dejarlo -parecía enfadada-. Joder, da igual que no puedas entregarle a la policía, Maureen. Tenemos que asumir la responsabilidad de este asunto y hacer algo para ponerle fin.
– Pero la policía…
– A la mierda la policía. El hecho es que ahora tú eres la persona que más sabe sobre todo esto. No podemos cruzarnos de brazos y quedarnos tan tranquilas, por el amor de Dios. Tenemos que impedir que siga haciendo daño a otra gente.
– Pero no sabría qué hacer.
– Bueno -dijo Leslie en un tono sarcástico-, podemos colgar carteles o algo así. ¿Y si escribimos cartas a los periódicos?
– Vamos, Leslie.
– Nada de «vamos, Leslie». Es el momento de la verdad, Maureen. ¿Te importa de verdad o simplemente te gusta discutir de política?
– No, pero…
– Si de verdad te importa, tenemos que encontrar a este tío y dejarlo fuera de circulación.
– Yo no voy a matar a nadie.
– Si no lo haces tú, lo haré yo.
Leslie volvió a darse la vuelta, cruzó los brazos y se puso las manos debajo de los axilas mientras soltaba gruñidos que reflejaban su enfado.
– Todavía no sabemos si se trata de un hombre -dijo Maureen con cautela-. No sabemos si el violador del Northern es la misma persona que mató a Douglas o a Martin. Por lo que sabemos, los asesinatos los podría haber cometido una mujer.
– Claro que es un hombre, joder -le espetó Leslie-. Lo que te pasa es que no quieres equivocarte.
– Quizá no sepamos nunca…
Leslie se incorporó con impaciencia. El haz de luz de la calle le iluminaba la parte de atrás de la cabeza y le oscurecía la cara. Alzó el dedo delante de Maureen y lo movió con agresividad.
– Tienes que encontrar a ese cabrón. No sólo por ti, sino por Martin y por Siobhain y por todas las otras mujeres, porque puedes apostar lo que quieras a que a ese hijo de puta no lo han pillado cada vez que ha hecho algo de este tipo. ¿Crees que se volvió así de animal haciendo punto de cruz? Se ha estado preparando, ha practicado con otra gente, ha estado ocupado y me apuesto lo que quieras a que la ciudad está llena de mujeres cagadas de miedo por lo que les hizo. Y cuando le encontremos, tendremos que pararle los pies, nada de intentar educarle o de dejárselo a la policía. Digo que tendremos que eliminarlo, joder.
Apartó el dedo de la cara de Maureen y tiró de los bolsillos de su chaqueta. Encontró un paquete de tabaco, lo abrió con un golpecito y se puso un cigarrillo entre los labios.
– Joder, Leslie, por Dios -dijo Maureen y se agarró con fuerza al borde de su abrigo-manta y lo subió un poco-. Cálmate.
– Lo siento -dijo con brusquedad, y hurgó en su bolsillo para buscar cerillas.
– Deberías sentirlo -dijo Maureen-. ¿A qué ha venido eso?
– Lo odio, lo odio.
– ¿Odias el qué?
– Cuando nos vemos tan impotentes, como si no pudiéramos hacer nada. Nos pegan y nosotras decimos «para, por favor». Nos vuelven a pegar y nosotras, «para, por favor». Tendríamos que pegarles nosotras a ellos.
– Pero si recurrimos a la violencia, entonces, ¿en qué nos diferenciamos de ellos?
– ¿Moralmente?
– Bueno, moralmente seríamos iguales.
Leslie sacudió la cabeza.
– Por Dios todopoderoso, joder, Maureen, ¿has pensado bien en ello? Está bien que tú y yo nos preocupemos por nuestra categoría moral. A nosotras no nos dan una paliza cada día de la semana. A estas mujeres las tratan como a una mierda y nosotras fundamos asociaciones y nos preocupamos por nuestra categoría moral. Es de chiste, joder. El movimiento se está convirtiendo en un casa de beneficencia, me cabrea. No somos unas desvalidas, joder, somos unas cobardes de mierda.
Encendió el cigarrillo y Maureen le vio la cara iluminada por la llama de la cerilla. Fruncía el ceño en un gesto de enfado, juntando las cejas con fuerza.
– ¿En qué situación en concreto te cabrea eso? -le preguntó Maureen, y en ese momento estaba segura de que no era por nada que ella hubiera hecho.
– Simplemente me cabrea, ¿vale?
– Vale, pero cuéntame el caso.
Leslie le dio una calada al cigarrillo.
– La verdad es que no quiero hacerlo -le contestó ella y expulsó el humo.
– Bueno, como quieras.
El humo se arremolinó alrededor de la cabeza de Maureen.
– ¿Te acuerdas de la mujer a la que violaron tres hombres en el West End? -le preguntó Leslie en voz baja-. Cuando acabaron, le echaron ácido en la cara.
– Lo leí en el periódico. Fue hace bastante.
– Fue hace dos años y medio. Se llamaba Charlotte. Estuvo en la casa de acogida un tiempo.