Выбрать главу

– No lo sabía.

– Pues sí -dijo, y chupó el cigarrillo.

– Dame una calada -le dijo Maureen, y alargó la mano para que Leslie le diera el cigarrillo. Cuando se lo pasó, se tocaron las puntas de los dedos un instante y Maureen notó lo fría que estaba su amiga.

– Su marido la pegaba y recurrió a nosotros. Tenía cicatrices en la cara, ya sabes, el tipo de marcas que hacen que te estremezcas cuando las ves. Tenía la nariz aplastada y un ojo más arriba que el otro. Ina dijo que era porque le habían fracturado el pómulo y no se lo habían arreglado, simplemente lo habían dejado tal cual. A veces, veías cómo el pómulo se le salía de sitio cuando comía. Tenía la mejilla toda llena de cicatrices, aquí -dijo Leslie y dibujo un círculo en su mejilla con el dedo-. Los cortes más atroces estaban hechos encima de otros anteriores, por lo que los médicos no habían podido cosérselos. No podían coserlos a nada, sólo a tiras de piel colgando. No pudieron recomponerle la cara, tuvieron que dejar que las heridas cicatrizaran. Eso te demuestra lo chiflados que están esos cabrones. Tienen la sangre fría de volver sobre los mismos cortes por segunda vez. -Leslie le quitó el cigarrillo a Maureen y le dio una calada ansiosa-. Bueno, empezó a mejorar, a recuperarse de verdad. Se apuntó a un cursillo y consiguió un trabajo de jardinera. Iba a montar su propio negocio en cuanto ahorrara el dinero, había ido al banco a exponerle el proyecto al director, todo. Alquiló un pisito y se fue de la casa de acogida. Cuatro meses después leí en el periódico que había habido una violación. La habían cogido en Byres Road por la mañana, se la llevaron a una casa y la estuvieron violando durante ocho horas. Luego le echaron ácido en la cara. Cuando se marcharon, fue arrastrándose hasta el recibidor y consiguió salir al rellano. Dijeron que su estado era crítico. En el trabajo todos hablamos de lo ocurrido y luego vino Annie y nos contó que se trataba de Charlotte.

Leslie hizo una pausa, lo que no era típico de ella, y se frotó un ojo con la palma de la mano. El cuello, largo y delgado, lo tenía doblado hacia abajo y el vello débil de la nuca y los nudos de la columna vertebral que quedaban iluminados por la luz de la farola estaban totalmente relajados.

– Se dirigía a Lanarkshire a trabajar cuando la cogieron. Yo sabía que había sido su marido, todos lo sabíamos, joder. Solía violarla, la cogía en la calle, todo igual… ya se había llevado antes a sus colegas para que la violaran, así que llamamos a la policía y les dijimos que creíamos que había sido él. Bueno, el caso es que Charlotte murió y la policía dijo que no podían hacer nada, que no había ni pruebas ni testigos. El marido sabía que se lo habíamos contado a la poli y empezó a ir a la casa de acogida y ¿sabes lo que hicimos? Nos escondimos. Estuvo ahí fuera cada día durante semanas, joder. Llamamos a la policía y vinieron a buscarle y le dieron un escarmiento pero volvió a aparecer por allí. Se quedaba al otro lado de la carretera, en la parada del autobús, con un ojo morado y el brazo escayolado, mirando a la ventana fijamente, observando a todos los que salían de la casa. Hubo tres mujeres que se marcharon porque no lo soportaban más. Y nosotros nos escondimos, y no voy a hacer lo mismo otra vez, joder.

– Pero elegisteis la opción más responsable -dijo Maureen-. No podíais hacer nada que no perjudicara a la casa de acogida.

Leslie no lo creía así.

– Sí, vale.

– ¿Qué pasó luego?

Leslie se hundió en los cojines.

– Fue a peor. Una de las mujeres solía esperar en la parada del autobús de la carretera y él empezó a hablar con ella. La advertimos, se lo contamos todo, joder. Ella se marchó. La última vez que la vi tenía la cara llena de cicatrices -dijo Leslie, y volvió a tocarse la mejilla-. La misma señal, como si el tío marcara a sus mujeres o algo así. Tenía los ojos vacíos, asustados. Intenté hablar con ella pero salió corriendo.

Leslie se quedó mirando la habitación oscura unos segundos.

– No puedes dejarlo ahora porque se esté acercando y te dé miedo, Mauri. El tipo ese, Martin, era un buen hombre, ¿verdad? Él querría que atraparas al asesino.

– Sí, era un buen hombre pero no quería problemas y yo hice que los tuviera.

– Yo estaré contigo, Mauri, te lo prometo…

Maureen estaba tumbada junto a Leslie con la mano sobre el busca e intentaba dormir.

Leslie tenía razón, no podía huir. Quienquiera que fuese el asesino, sabía que ella había ido a ver a Martin, la habían seguido o vigilado o algo parecido. Podían matar a cualquiera de los suyos en cualquier momento y Maureen no siempre estaría preparada. Si pudiera hacer que el asesino fuera tras ella cuando Maureen le estuviera esperando, cuando estuviera lista.

No podía mancharse las manos de sangre, ni de la del violador ni de la de nadie. Pero aun así, cuando pensó en el tobillo escamoso de Yvonne, supo que no sólo quería detener al hombre que había provocado que lo tuviera así; quería hacerle daño, que sintiera una pequeña parte del dolor que habían sentido las mujeres. Conseguir que no volviera a suceder no era suficiente. Se quedó dormida con la imagen de la mano de Martin sobre su barriga, señalando a la nada.

Se despertó a las nueve y fue a ver cómo estaba Siobhain. Estaba tumbada boca arriba y descansaba las manos y los brazos rechonchos en el cabezal de la cama. Tenía la cabeza hundida en la almohada y la boca y los ojos abiertos, pero no se movía.

Maureen se sentó despacio en el borde de la cama.

– ¿Siobhain? -No se movió. Maureen alargó la mano y le apartó un mechón de pelo de la cara-. ¿Has dormido?

Siobhain siguió quieta. Maureen tuvo una subida repentina de adrenalina y la cogió por los hombros y la sacudió.

– Despiértate, Siobhain, despiértate -le gritó en plena cara.

Siobhain levantó la mano despacio.

– Deja de hacer éso -le dijo, y bajó los ojos para mirar a Maureen-. Ayúdame a salir de la cama.

Maureen retiró las mantas y le puso los pies en el suelo.

Siobhain se levantó y se desvistió despacio. Se quitó los pantalones y la camiseta, cogió un jersey de pico de la cajonera y se lo puso. Estaba recién lavado y era acampado. Se embutió dentro de unos pantalones de nailon lilas y se puso una cazadora azul. Los puños de la chaqueta eran elásticos y le apretaban las muñecas.

– ¿Adonde vas?-le preguntó Maureen.

– Al Centro -contestó Siobhain-. Ahí es donde quiero estar

– Iré contigo -dijo Maureen. Lo dijo porque sentía que era lo que debía hacer: en realidad no deseaba pasarse el día sentada en una silla de plástico en una sala llena de humo.

– No -dijo Siobhain tajante-. No puedo ocuparme de mis cosas si estás ahí conmigo.

Cruzó el vestíbulo arrastrando los pies torpemente y entró en la cocina. Abrió la nevera, sacó un bote de leche y se sirvió un vaso. Untó con margarina cinco rebanadas de pan, las puso una encima de la otra y se las llevó a su cuarto. Se sentó en el tocador, empezó a destapar los botes de pastillas, sacó las que le correspondían y las dispuso delante de ella.

Leslie se movió adormilada en el salón. Se dio la vuelta y vio a Maureen, que estaba de pie en el recibidor oscuro,

– ¿Estás bien, Mauri? -le dijo, se frotó la cara y estiró las piernas. Tenía los ojos rojos e hinchados.

– Quizá tendrías que levantarte, cielo -dijo Maureen-. Siobhain ya está despierta. Se va.

– Oh -dijo Leslie incorporándose-. Entonces, ¿ya está bien?

– Eso parece.

Siobhain ya había acabado de tomarse las pastillas. Había tapado los botes y se estaba comiendo las rebanadas de pan con margarina. Maureen se fue al salón y ayudó a Leslie a colocar los cojines otra vez en el sofá. Siobhain apareció por la puerta y Maureen alzó la vista.

– ¿Te vas, cielo?

Siobhain asintió con la cabeza y se dirigió al recibidor. Oyeron que la puerta se abría. Maureen cogió el busca, se pusieron los abrigos y examinaron el salón para asegurarse de que no se olvidaban nada. Siobhain se marchó y ellas la siguieron. Bajaron las escaleras, salieron a la calle y la alcanzaron en la esquina. Leslie le tocó el brazo.