– Sí -dijo Maureen-, tengo un montón de sitios donde quedarme.
– Quiero decir que necesitaremos la dirección donde va a estar para localizarla si queremos hablar con usted.
– Puede que me quede con un amigo que vive en Maryhill pero tendré que consultárselo primero.
– Estaría bien -asintió Inness con la cabeza-. Está justo subiendo la carretera.
– Sí -dijo Maureen, que deseaba con todas sus fuerzas ver a Liam o a Benny o a Leslie, o a cualquier persona amiga y que estuviera viva-. ¿Puedo acercarme a su casa y preguntárselo?
McEwan le clavó una mirada severa y enérgica.
– No -dijo-. Preferiría que se quedara aquí.
– Me gustaría mucho salir un rato y volver más tarde.
– Quiero que se quede. Iremos recibiendo más información y puede que necesitemos contrastarla con usted.
– Quiero irme -dijo con firmeza-. Quiero comprar tabaco, comer algo y pensar.
– Podemos traerle comida y cigarrillos.
– Quiero pensar.
– ¿Qué es lo que tiene que pensar?
– Sólo quiero largarme de este edificio un rato -dijo, inquietándose-. Estas luces me hacen daño en los ojos y estoy cansada, ¿vale?
– Quiero que se quede -dijo, apoyándose en la mesa y sacando humo despacio por la nariz-. Podemos retenerla aquí hasta seis horas si tenemos alguna razón para sospechar que ha infringido la ley.
Maureen se inclinó hacia adelante. Estaban sentados cara a cara, ambos reticentes a recostarse en su asiento y cederle espacio al otro.
– ¿Estoy detenida?
– No hace falta que la detenga para retenerla aquí.
– No he hecho nada.
– No es tan sencillo.
Joe McEwan empezaba a estar bastante enfadado. Entornaba los ojos y fruncía el ceño con indignación. No estaría demasiado acostumbrado a que le desafiasen. Maureen pensó en su ex mujer y deseó que le fuera bien. McEwan se levantó y desplazó ruidosamente la silla con la parte posterior de las rodillas. Se inclinó y abrió la puerta. La agente de policía estaba fuera. La hizo pasar a la sala de interrogatorios y salió dando un portazo.
– ¿Tenemos que esperar a que vuelva? -preguntó Maureen.
– Sí -dijo Inness, jugueteando con el bolígrafo, golpeándolo con suavidad contraía mesa.
– ¿Cómo es que siempre sois dos? -preguntó Maureen.
Inness levantó la vista.
– Para corroborar.
– ¿Qué significa eso?
– No podemos utilizar ninguna información que sólo pueda confirmar una persona. Siempre tiene que haber dos agentes presentes por si oímos algo importante.
– Entiendo.
Al cabo de una eternidad, McEwan volvió.
– Puede marcharse -dijo, y parecía estar enfadado o al menos fastidiado-. Pero la quiero de vuelta dentro de dos horas, ¿está claro?
– Sí -dijo Maureen, contenta de poder salir de allí.
McEwan se inclinó sobre la grabadora y dijo que eran las once y treinta y tres, que se suspendía la entrevista y que iba a apagar el aparato. Apretó el botón y se volvió hacia Maureen.
– ¿Sabe? -le espetó con un tono de voz más elevado del necesario-. Creo que si de verdad quisiera que encontráramos a la persona que mató a su novio, colaboraría más.
– Lo comprendo -dijo de forma condescendiente por la pequeña victoria conseguida-. Haré todo lo posible por ayudarles, pero ahora necesito un descanso.
McEwan la miró con desconfianza y le indicó que lo siguiera al salir de la sala.
Al bajar las escaleras hacia la puerta de entrada vio a Liam sentado en una silla de plástico en el vestíbulo. Alzó la vista e hizo una mueca cuando la vio, arrugando la nariz. Maureen sacudió la cabeza suavemente y apartó la vista para advertirle que no hablara con ella. Si McEwan veía a Liam, sabría que era su hermano e insistiría en interrogarle en ese mismo momento.
– Volveré a la una y media -dijo para distraer la atención de McEwan-. Se lo prometo.
McEwan pasó por delante de Liam. Se detuvo en la recepción y dio unas palmaditas sobre el mostrador, para indicarle a Maureen con firmeza que ahí era donde tendría que informar de su presencia cuando volviera para su cita. Maureen le miró con insolencia y se fue. McEwan la observó cruzar las puertas de cristal y vio que un joven con la misma constitución y el mismo color de pelo seguía a Maureen O'Donnell hacia la calle. Liam la alcanzó en la calle.
– Debe de estar acostumbrado a tratar con gente estúpida -le dijo a Maureen.
– No. Creo que intentaba hacerse el importante. Está cabreado porque insistí en salir un rato.
El Triumph Herald de Liam estaba aparcado al final de la calle. Maureen vio los remiendos oxidados a doscientos metros de distancia. El coche estaba en muy mal estado. Se averiaba al menos una vez al mes, pero Liam decía que era un buen coche para su negocio: la policía tendía más a parar a jóvenes en Mercedes que a desgraciados en coches de mierda.
Maureen le cogió del brazo, algo que no había hecho en años.
– Así que mamá te contó lo de Douglas -dijo.
– Sí -dijo Liam, con la vista fija en la carretera y estrechándole el brazo con fuerza.
– ¿Cuánto tiempo llevabas esperando?-preguntó.
– Sólo unos tres cuartos de hora. No demasiado.
– Liam, van a tener que hablar contigo. No lo pensé y les dije que tenías llaves de mi casa.
Le entró miedo.
– Mierda.
– Lo siento -dijo-. ¿Averiguarán lo de tu negocio?
– No sé, quizá -dijo-. Va, de hecho no lo creo. Bueno, ¿adonde vamos?
– Bueno, quiero preguntarle a Benny si puedo quedarme en su casa un tiempo. No me dejan volver al piso hasta que hayan acabado de inspeccionarlo todo y obviamente no puedo quedarme contigo. ¿Cómo está mamá?
Liam le dirigió una mirada llena de desconfianza.
– Bueno, Una está con ella.
– ¿Quieres decir que está borracha?
– Sí… Puede ser -dijo en voz baja-. Está muy angustiada. Una la está consolando.
– Por el amor de Dios. Va a convertirla en algo que le ha sucedido a ella, ¿no?
– Ya conoces a mamá. Durante un eclipse, querría ser ella la protagonista.
Liam abrió la puerta del pasajero para que su hermana entrara y vio que Maureen se había puesto muy nerviosa.
– Cabrearte no te servirá de nada. A estas alturas ya tendrías que saberlo.
Maureen subió al coche. Los cristales estaban empañados por el frío. Maggie estaba en el asiento trasero.
– Maggie -dijo Maureen-, ¿has estado aquí todo el rato?
Maggie sonrió con educación y asintió.
– ¿Por qué no has entrado? Debes de haberte quedado helada.
– No quería -dijo distraídamente.
Liam arrancó el coche.
– Vamos a ver a Benito -dijo y cogió Maryhill Road-. Benito Finito.
Un coche de policía camuflado siguió al Herald a una distancia prudente.
Al Instituto de Secundaria Hillhead asistían alumnos de un barrio de clase media y de uno marginal. Benny creció en este último. Le expulsaron en su tercer año por prender fuego a los servicios pero Maureen y Liam mantenían el contacto con él porque estaba loco y era divertido.
Benny bebía, como su padre. Por consiguiente, su vida había sido un cúmulo de aventuras surrealistas: se había despertado en un matadero; se había prometido con una mujer cuyo nombre no recordaba; y se había caído en una cantera un sábado por la noche y no había podido salir hasta que llegaron los trabajadores el lunes por la mañana. Cuando cumplió los veinte dijo que estaba harto de meterse en líos, así que empezó a asistir a Alcohólicos Anónimos y dejó la bebida. En aquella época Benny no tenía casa y Maureen le dejaba dormir en el suelo de su habitación. Durante dos meses no hizo más que exaltar las maravillas de las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Winnie llegó a odiarle.
La familia alcohólica de Benny le repudió cuando se fue a vivir con la familia de Maureen y dejó de beber. Se presentó a algunos exámenes y estudió derecho en la Universidad de Glasgow. Entonces su familia le aceptó de nuevo, se estaba especializando en Derecho Mercantil y tenía una serie de entrevistas para hacer prácticas en empresas de primera fila. El director de su banco le escribía para preguntarle si necesitaba algún crédito.