– ¿Estás seguro?
– Sí -dijo Shan, y echó la ceniza del cigarrillo debajo de la mesa con tranquilidad-. ¿Me crees?
– Por Dios, ¿por qué crees que fue él?
– Es una larga historia.
Maureen apagó el cigarrillo, aplastándolo bien, y se levantó.
– Necesito un trago -dijo ella-. Voy a por una cerveza. ¿Quieres una?
Shan levantó la cabeza y la miró.
– ¿Qué? ¿Algo con alcohol?
– Sí.
Shan metió la mano en el bolsillo de su chaqueta.
– No, no, yo pago -dijo Maureen-. ¿Qué quieres?
– ¿Whisky? Vaya, no, mejor no, tengo que conducir.
Maureen se encogió de hombros.
– Tú decides. Uno sí que podrás tomar, ¿no?
– Bueno -dijo, se notaba que le apetecía-. Bueno, venga, tráeme un whisky si hay.
Maureen serpenteó entre las mesas, dio la vuelta a las mamparas de cristal y se dirigió a la zona de comida desierta del centro de la cafetería. Compró una mini botella de whisky y una lata fría de Kerslin, una cerveza extra fuerte de sabor amargo debido a la dosis de alcohol aumentado artificialmente. Cuando pasó por la caja, cogió dos tazas de plástico y cuatro sobres de azúcar y se los metió en el fondo del bolsillo, debajo del busca.
Shan estaba apoyado pesadamente en la mesa, con la barbilla sobre una mano, mirando el tráfico de la autopista. Le cogió la botellita de whisky, se lo sirvió en la taza de plástico y tomó un sorbo con cuidado. Maureen sonrió y se sentó.
– No bebes mucho, ¿verdad? Yo me lo habría bebido de un solo trago.
Shan miró la lata de cerveza de Maureen.
– ¿Cómo coño puedes beberte esa mierda? Sabe a etanol.
– Sí -dijo Maureen-. Por eso me gusta. ¿Cómo sabes todo esto, Shan?
– Como te he dicho, es una larga historia -dijo él, y bajó la cabeza hacia el vaso de whisky, disfrutando del aroma. Soltó un suspiro y miró por la ventana-. Fue hace poco, fui a trabajar un día y antes de ponerme el uniforme, una de las limpiadoras entró corriendo en la sala de personal. Alguien estaba llorando en los servicios. Entré. -Shan hablaba deprisa y en voz baja como si estuviera haciendo el informe de un caso-. Era Iona. Estaba en uno de los servicios. No pude hacerla salir. Trepé por la pared. Estaba sentada en el suelo con las bragas bajadas hasta los tobillos. Se estaba rascando, se rascaba el coño. Conseguí que parara y le dije que iba a llevarla arriba a que la viera un médico. Empezó a rascarse otra vez.
Shan cogió otro de los cigarrillos de Maureen sin pedírselo, lo encendió y se acabó lo que le quedaba de whisky antes de sacar el humo.
– ¿Cuándo fue eso? -le preguntó Maureen.
– Hace ocho… -dijo, y se rascó la frente mientras pensaba en ello-. ¿Ocho? No, hace nueve semanas.
– ¿Siete semanas antes de que mataran a Douglas? -dijo Maureen.
– Sí. Conocía a Iona del Northern. Yo trabajaba en la sala Jorge I cuando se produjeron las misteriosas violaciones. Nos trasladaron a todos, incluso al personal femenino. A los que estaban contratados a través de una oficina de empleo los mandaron a sus casas y no volvieron a trabajar más. Ése fue el caso de Jill McLaughlin. Iban a darle un trabajo de jornada completa en el Northern y no volvió a trabajar.
– Por eso se puso tan nerviosa cuando la llamé.
– Sí. Sólo se quedó el personal con más antigüedad, ellos no quedaron estigmatizados. No sabíamos que habían violado a Iona. No tenía marcas de cuerdas, nadie sospechó nada. Supongo que sabes a qué me refiero cuando hablo de marcas de cuerdas.
– Yvonne Urquhart todavía tiene una en el tobillo.
– ¿Yvonne? -dijo, y se le iluminó la cara-. ¿Cómo está? ¿La has visto?
– Será mejor que no te cuente cómo está Yvonne…
Shan la miró atentamente.
– Ya, de todas formas puedo imaginármelo -dijo, y su voz se volvió un susurro-. Yvonne tuvo una apoplejía… después… Así que, bueno, Iona no quiso subir conmigo. Me dijo que quería irse a casa, sólo decía eso, que quería irse a casa. Decidí llevarla a su casa, y quedarme con ella hasta que le pasara el ataque de pánico, limitar el dolor. No hablaba. Cuando llegamos a su casa, me dijo que él le había hecho daño. Ella sabía a qué se refería y yo sabía lo que me estaba contando. Le pregunté si quería que fuéramos a la policía y empezó a rascarse la piel otra vez, así que la llevé a la Clínica Dowling a que la viera Jane Scoular. Allí todo son mujeres y la ingresaron de urgencia. Al día siguiente, se colgó en los servicios del personal.
– ¿Se lo contaste a la policía?
Shan parecía desesperado.
– ¿Contarles qué? Por Dios. Alguien es acusado de una violación asquerosa por una mujer que se ha suicidado y que además tenía antecedentes psiquiátricos de toda la vida. No era lo que se dice precisamente una buena testigo.
– Sí -dijo Maureen-. Sí, ya lo sé. ¿Hablaste con Douglas?
– No, eso vino después. No sabía qué coño hacer.
– ¿Cuántas mujeres teníais allí?
– Cuatro que nosotros supiéramos. Cinco, si contamos a Iona.
– ¿Seguro que ninguna de ellas testificaría?
– Maureen -dijo Shan, llamándola por su nombre por primera vez-, después de que Douglas consiguiera la lista de las oficinas del Northern fuimos a verlas a todas. Incluso fuimos a ver a algunas que sólo habían estado allí cuando sucedió. O no pueden hablar de ello o se mueren de miedo cuando oyen su nombre. La mayoría de ellas no pueden ni pronunciarlo.
– ¿Sabía Douglas que había sido él?
– Sí. Se lo conté un par de semanas después de que Iona se suicidara -continuó Shan-. Yo estaba en el bar Variety y vi a Douglas, ciego perdido, que subía del baño y le llamé. Joder, iba muy borracho, casi no podía ni respirar. ¿Sabes esa forma fatigosa de respirar? -le preguntó, e imitó a alguien respirando con dificultad-. ¿Sabes?
– Sí -contestó Maureen, sin saberlo muy bien.
– Douglas quería que le pidiera una copa porque el camarero se negaba a servirle. Se comportaba de un modo raro, no dejaba de llorar y de reír y cuando le pregunté dónde vivía mé señaló varias direcciones y no me lo dijo, así que le llevé a mi casa a que durmiera la mona. De camino, en el coche, empezó a pasársele un poco la borrachera y para cuando llegamos estaba más o menos lúcido. Nos quedamos despiertos bebiendo. Se comportaba como un loco, tenía cambios de humor, y luego me contó que Iona se había suicidado. Era la paciente de un compañero suyo y Douglas sabía que tenían una aventura. Él lo sabía y no había hecho nada y ella se había suicidado. Me contó que siempre le había parecido que Iona estaba bien, que pensaba que le iba bien. La había estado vigilando.
– Y se sentía culpable porque él lo sabía y no había hecho nada -dijo Maureen, y cogió un cigarrillo y lo encendió con el mechero de Shan-. ¿Sabía Douglas que no se trataba de una aventura?
– No, él creía de verdad que era algo consensuado. Lo adiviné por cómo hablaba de ello -dijo Shan, y sonrió incómodo-. Cuando leí sobre ti en los periódicos, todo tuvo mucho más sentido. Por eso Douglas no había informado sobre la aventura que tenían ellos dos.
– Pero yo no era su paciente -dijo Maureen, y bajó la mirada-. Iba a la Clínica Rainbow pero era paciente de Angus. No tenía una relación profesional con Douglas.
– Ésa es una excusa poco convincente -dijo Shan-. Follarse a una paciente es follarse a una paciente, lo mires como lo mires.
Maureen respiró hondo y mantuvo la mirada sobre la mesa.
Necesitaba creer que ella no era una víctima tanto como lo había necesitado Douglas.
– Quizás sea poco convincente… pero aun así es distinto, ¿no crees?
– No -negó Shan con la cabeza de forma tajante-. No es distinto. Los médicos y los enfermeros no deberían follarse a los pacientes. Es fundamental. Todos lo sabemos. Douglas lo sabía, todos lo sabemos.