Maureen bebió un buen trago de su cerveza amarga.
– De acuerdo, hay una pequeña diferencia -dijo ella-. Pero aun así es una diferencia.
– Joder -dijo Shan-. No follarse a los pacientes. ¿Tan complicado es? O te los follas o no te los follas.
Shan tenía razón y Maureen lo sabía.
– La gente que hace esas cosas -dijo Shan- siempre se dice, «Esto es distinto porque bla, bla, bla, porque ahora no soy su psiquiatra, porque ella está mejor…».
– Porque lleva un sombrero grande.
– Exacto, se justifican. No se dicen, «soy un cabrón y estoy haciendo algo horrible». Es lo que hacen los violadores, también los pederastas. Se dicen, «lo querían. Lo pedían a gritos».
Maureen se rascó la cabeza. Imaginarse a Douglas en el mismo grupo que un pederasta hacía que le dolieran los ojos.
– No creo que él se viera en el mismo grupo que esa gente -dijo con voz triste y disgustada-. Siempre ponía énfasis en el hecho de que yo no era su paciente. Creo que él se lo creía. ¿Cuándo os encontrasteis? ¿Qué día fue?
– Un lunes -dijo Shan-. Los lunes es la noche country en el Variety. Fue un lunes hace cinco semanas.
– Dejó de tocarme después de ese día -susurró Maureen.
– ¿Te refieres a tocarte sexualmente?
– Sí. No volvimos a hacerlo -dijo, y levantó la lata de cerveza-. Nunca más.
Maureen bebió un buen trago y Shan se reclinó en su asiento y soltó un suspiró.
– Bueno, quizá dejó de justificar su comportamiento después de que yo se lo contara. Quizá lloraba más por sí mismo que por cualquier otra cosa.
Maureen alzó la vista y miró a Shan.
– ¿Douglas lloró?
– Sí, mucho -dijo Shan-. Se echó a llorar cuando le conté lo de Iona, sollozaba. Se encerró en el baño de mi casa. Se quedó allí dentro una hora. Le oía llorar.
– Joder -dijo Maureen-. Salí con él ocho meses y nunca le vi llorar.
– Bueno, estaba tan angustiado como si Iona fuera su hija.
Maureen dejó caer el cigarrillo en el suelo y lo aplastó con el pie para apagarlo.
– Retiró todo el dinero de su cuenta -dijo Maureen- y pagó las mensualidades de la clínica de Yvonne. Creo que lo hizo para tranquilizar su conciencia. A mí también me dio dinero.
– ¿Cuánto?
– Demasiado. Siento como si fuera dinero manchado de sangre -dijo Maureen, y cogió los cigarrillos-. ¿Quieres uno?
– Sí -dijo Shan encantado.
– Sigue.
– Bueno -continuó Shan una vez que hubo encendido los pitillos de ambos-, le dije a Douglas quién lo había hecho y le conté lo sucedido en el Northern.
– ¿Qué dijo él? -preguntó Maureen con la esperanza de que Shan reprodujera las palabras de Douglas o las dijera tal como las hubiera dicho él y poder así volver a oír su voz.
– No dijo nada. A la mañana siguiente estaba muy serio y hablamos del tema. Me dijo que intentaría que el caso llegara a los tribunales, que lo haría por las víctimas que quizá nunca íbamos a encontrar. Lo verían por televisión y sabrían que estaban a salvo. Consiguió la lista en las oficinas del Northern y empezamos a visitar a todas las mujeres.
– Pero, ¿por qué fue tan torpe a la hora de obtener la lista? -preguntó Maureen.
– Para serte sincero, pensamos que nadie le prestaría la más mínima atención.
– Pues en el Northern todo el mundo lo sabía -dijo Maureen.
Shan se encogió.
– ¿En serio?
– Sí.
– Dios mío -dijo, y cerró los ojos con fuerza-. Joder, nosotros creímos que habíamos sido muy astutos.
– Quizá por lo de la lista, él pensó que Douglas era el único implicado. Tú no estabas con él cuando la consiguió, ¿verdad?
– No. A mí no me la habrían dado.
– Por eso le mataron, porque estaba descubriendo lo sucedido en el Northern.
– De hecho -dijo Shan, y levantó la mano para interrumpirla-. Sé que él no mató a Douglas. Estoy seguro.
– ¿Cómo lo sabes?
– Bueno, cuando la policía vino a vernos, nos preguntaron por la mañana y por la tarde. Yo estaba trabajando y él se pasó todo el día en su despacho. No se marchó hasta las seis y media y luego llevó a una de las secretarias a su casa, a Bothwell, y eso está muy lejos, en el South Side. Ni siquiera salió del despacho para almorzar…
Maureen le interrumpió.
– Ahora la policía también pregunta por la noche.
Shan se quedó pasmado.
– ¿Que preguntan qué?
– Parece que ahora creen que ocurrió por la noche. Eso de la hora de la muerte es una especie de mito mediático. Sólo es una buena hipótesis.
Shan se quedó blanco.
– Estaba convencido de que no había sido él porque sólo salió de su despacho para utilizar el teléfono público del vestíbulo.
A Maureen empezó a palpitarle el corazón.
– ¿Por qué llamaría desde el teléfono público? ¿No tiene uno en su despacho?
– Sí, pero sólo acepta llamadas nacionales -dijo Shan-. Shirley dijo que llamaba al extranjero o algo así.
– ¿A qué hora fue eso?
– ¿Por qué quieres saberlo?
– Es sólo que… -Maureen sacudió la cabeza.
Shan se encogió de hombros.
– No tengo ni idea.
– Intenta recordarlo.
Shan pensó en ello.
– Antes del almuerzo, sobre las once o las doce, la primera vez. Luego, después de comer. Pronto, a primera hora de la tarde.
– ¿Cuántas veces más? -le preguntó Maureen.
– Que yo sepa, sólo dos. Las hizo antes de las dos porque a esa hora había una reunión en su despacho y asistió a ella, seguro.
Maureen pasó el dedo por el café derramado sobre la mesa y dibujó una serpiente.
– ¿A quién llamó? -le preguntó Shan.
– A mí -contestó Maureen-. Al trabajo. Quería comprobar que estaba allí. Mi compañera le dijo que no estaba. Él pensó que iba a pasar el día fuera.
– ¿Por qué llamaría para ver si estabas ahí?
– Necesitaba que no hubiera nadie en mi casa durante el día. Lo hizo por la noche y lo arregló para que pareciera que había sucedido mucho antes. Intentó incriminarme, pero hizo una chapuza. También preparó pisadas cerca del cuerpo con mis zapatillas. Incluso consiguió información sobre mí y dispuso la escena del crimen para que recordara a algo que yo ya había hecho antes…
Maureen cerró los ojos y se los frotó con fuerza. Si el violador del Northern había matado a Douglas para que dejara de encontrar pruebas, querría que la policía pensara que Douglas había muerto por la tarde. De esa forma, la policía no intentaría seguir los movimientos de Douglas durante el día y pasaría por alto a Siobhain. Ella conducía directamente a las violaciones del Northern. Y explicaría por qué Maureen tenía una coartada sólida; el asesino quería una casa vacía donde poder esconder a Douglas todo el día. Incriminar a Maureen de una forma tan torpe no era un error sino pura indiferencia porque no le importaba. Lo que realmente le preocupaba era joder la hora de la muerte y dejar a Siobhain fuera de todo aquello.
Maureen abrió los ojos, mientras Shan fruncía el ceño para intentar ocultar su evidente preocupación.
– ¿Hizo que el asesinato recordara a algo que ya habías hecho antes? -preguntó despacio.
– No -contestó Maureen, y sonrió-. No he matado a nadie. Me escondí en un armario. Estuve allí varios días y tuvieron que sacarme y llevarme al hospital. No es importante pero sólo lo sabía cierta gente. Él dejó algo de Douglas en el armario después de matarle. Creo que pensó que la policía descubriría lo mío y lo relacionaría conmigo de alguna manera.
Shan parecía aliviado.
– Bien, creía que se trataba de algo malo -dijo, y sacudió la cabeza y retomó la historia-. Sólo preguntaba. ¿Qué era lo que querías saber?
– ¿Por qué Douglas creía que tenían una aventura?
– Oh, porque ya les había visto antes, hace tiempo: Les vio en North Lanarkshire. Estaban dentro de un coche y él le tocaba el cuello a Iona y sonreía.