Se dirigieron a Scaramouch Street. Era una callejuela, con sólo cuatro bocacalles y con postes para la electricidad que bloqueaban la esquina con Maryhill Road. Antes de que instalaran las luces, la calle servía de atajo. Cuando pusieron los postes varios conductores, pensando que eran más listos que nadie y que se ahorrarían un par de minutos, chocaron contra ellos y dejaron los coches destrozados.
Subieron las escaleras hasta el primer piso y llamaron a la puerta. Benny abrió. No era feo: tenía el pelo oscuro, las pestañas largas y los ojos grisáceos. Medía uno ochenta y pico y era de complexión robusta, pero su relación con Liam y el resto de la familia era tan estrecha que a Maureen le repelía la posibilidad de sentirse atraída por él. Benny la miró de arriba abajo y se echó a reír.
– ¿Cómo coño vas vestida? -chilló-. ¡Pareces una desgraciada!
Maureen entró dándole un empujón.
– He tenido un día accidentado -dijo, y fue a la cocina para calentar agua.
Benny era un guarro. La cocina estaba hecha un asco. Había platos, restos de comida y de envoltorios en la encimera y en la mesa. El fregadero estaba lleno y olía ligeramente a moho.
Podía oírles en el recibidor. Liam le contaba en voz baja lo sucedido y Benny exclamaba su estupor entre susurros. Liam le dijo a Maureen que iba a llevar a Maggie a casa y que volvería al cabo de media hora.
Benny se quedó en el salón unos minutos antes de entrar en la cocina. Estaba pálido.
– Dios mío, Mauri -dijo-. Dios mío. No sé qué decir.
Maureen se dejó caer en una silla y se tapó la cara con las manos. Quería llorar pero nada de lo ocurrido parecía real. Benny se sentó a su lado, la rodeó con sus brazos, acercándola a él, y la besó en el pelo. Benny estaba temblando.
– Oh, Mauri -susurró-. Dios mío, Mauri. Es espantoso.
Maureen se incorporó y le pidió un pitillo.
– ¿No tienes?-le preguntó Benny.
Le contó lo que había sucedido con los suyos y él insistió en que se quedara con su paquete.
Benny le dio una limonada y un cenicero, y se sentó a la mesa. Se inclinó hacia ella y la escuchó con atención. Maureen le contó lo del impermeable y los zapatos y la cuerda. No dejaba de preguntarse cómo habrían entrado en la casa, cómo habrían abierto la puerta sin hacer ruido.
– ¿Douglas tenía llaves? -preguntó Benny.
– Sí.
– ¿Y no había señales de que hubieran forzado la puerta?
– Al menos yo no las he visto.
– Bueno, Douglas debió de entrar y, o bien en ese momento o después, dejó entrar a la persona que lo hizo. A menos que forzaran la cerradura. ¿Qué tipo de cerradura tienes?
Maureen la describió.
– Sabían lo que se hacían -dijo-. Es probable que él les dejara entrar, por lo que se deduce que los conocía.
– Sí -le impresionaba la lógica de su deducción-. Sí, eso lo explicaría. Se te da bien.
– Es horrible. Supongo que creen que fue uno de sus pacientes. O pudo hacerlo la mujer que vivía con él.
– ¿Elsbeth?
– Sí, Elsbeth. Es un tanto poético eso de matar a tu compañero infiel en casa de la otra.
– El espectáculo no era muy poético -dijo Maureen.
– Vaya, joder, no tendría que haberlo dicho, lo siento. Es difícil de entender.
– Lo sé -dijo Maureen-. Es tan espantoso que no parece real.
Tenía el trasero dormido otra vez. Se levantó y se lo frotó con las palmas de las manos.
– He tenido un día la hostia de raro -dijo, como si lo sucedido sólo le afectara a ella.
– ¿Cómo vas de pasta? ¿También te dejaste la cartera en casa?
Sacó un billete de diez libras y se lo puso en la mano.
– No necesito dinero, Benny. La policía me dará la cartera.
– Cógelo por si acaso, ¿vale?
– Te lo devolveré en cuanto me den la cartera.
Benny levantó una ceja de un modo juguetón.
– Hazlo cuando me devuelvas el CD de Selector.
Maureen entornó los ojos.
– Dios mío, otra vez no, Benny. Te lo devolví hace meses.
– No es verdad.
– Benny Gardner, te compraré otro, pero cuando encuentres el CD en esta pocilga de casa, tendrás que humillarte y pedirme perdón.
– Vamos a dejarlo, Mauri, pero cuando tú encuentres el CD en tu pocilga de casa, serás tú quien tendrá que humillarse y pedirme perdón.
Maureen se acabó la limonada.
– Benny, ¿se te ocurre algo más sobre Douglas? ¿Otra idea elemental, mi querido Watson?
Benny sonrió, contento de que le preguntara.
– No se me ocurre nada, no.
Maureen se dejó caer sobre la mesa.
– Me preocupa que piensen que lo hice yo.
– Oh, no -le cogió la mano y se la apretó con fuerza-, no lo pensarán. Ya verás. Cualquiera que te conozca puede decirles que no fuiste tú. Cuando has entrado en el salón, ¿has visto el arma homicida?
Maureen repasó mentalmente la sala, censurando la imagen del cuerpo de Douglas de su recuerdo.
– No lo sé, creo que no. Pero no he mirado muy bien.
Cerró los ojos y vio un mechón de pelo rizado empapado de sangre detrás de la oreja de Douglas y, debajo, su cuello cortado, como un pedazo de carne cruda. Se levantó, se lavó las manos en el fregadero lleno de platos sucios y trató de borrar esa imagen de su mente.
– Lo pregunto porque sería bueno que no la encontraran -dijo Benny.
Maureen se echó agua fría en la cara.
– ¿Que no encontraran qué? -preguntó.
– El arma homicida.
– ¿Porqué?
– Bueno, si estuviste en casa todo el tiempo y encuentran el arma en otro sitio, eso significaría que alguien entró, lo hizo y luego se marchó. Eso sería bueno para ti.
– Bien -dijo Maureen, a quien le costaba imaginar que algo de lo sucedido pudiera ser bueno para ella. Se sentó otra vez a la mesa.
– Después de todo, resulta que estaban casados. Me siento muy estúpida.
– ¿Douglas estaba casado con Elsbeth?
– Sí.
Le tocó el brazo y le habló con dulzura.
– Creí que habías decidido que era un capullo de todas formas.
– Sí -dijo con tristeza-, pero era mi capullo.
Benny se rascó la cabeza y miró la camiseta de Maureen.
– Pareces una loca. Vamos a ver si encontramos algo que ponerte.
Entraron en el dormitorio y Benny sacó una camiseta con la leyenda «C.F. Dinamo Anticapitalista de Extrema-izquierda» impresa en el pecho. El Dinamo Anticapitalista era el equipo de fútbol en el que jugaba Benny. Hacía años que Maureen codiciaba abiertamente esa camiseta y agradeció el gesto de Benny. El medía más de metro ochenta y Maureen sólo uno sesenta, así que no encontraron unos pantalones que le fueran bien.
– Tendrás que quedarte con el pantalón de chándal.
– Odio esta ropa -dijo-. Siempre me hace pensar en tíos gordos con los huevos colgando.
Benny le dio las llaves de su casa. Maureen dormiría en el sofá cama de la habitación delantera hasta que quisiera irse a casa. El plan era perfecto: Winnie jamás iría allí.
– ¿Puedo preguntarte una cosa más, Mauri?
– Dios mío, Benny, cualquier cosa que se te ocurra…
Se mordió el labio y la miró.
– Es algo un poco duro.
– Lo soportaré.
– ¿Seguro?
– Segurísimo.
– ¿Has visto si tenía varios cortes o sólo uno?
– ¿Dónde? ¿En el cuello?
– Sí. ¿Había varios cortes y luego uno más profundo?
Cerró los ojos.
– No. Por lo que vi, sólo había uno profundo.
Resopló despacio.