– ¿No te parece que Marie está estupenda, Maureen? -dijo Una, ansiosa porque la conversación empezara de una forma amistosa.
– Escuchad -dijo Maureen-, he venido porque quería hablar con todas vosotras a la vez.
Maureen encendió un cigarrillo y bebió un poco de whisky.
– ¿Es acerca de Douglas? -preguntó Winnie con dulzura.
– La verdad es que no, mamá, no -dijo con voz firme, y sintió que nada podía frenar su decisión. Por primera vez desde hacía mucho tiempo sabía que tenía razón-. Quiero deciros que sé lo que pensáis todas de mí. Creéis que estoy loca y que no recuerdo bien las cosas y que me inventé toda esa historia sobre papá. -Echó la ceniza del cigarrillo en el cenicero de cristal azul y se acabó el whisky. Nadie dijo nada-. Quiero deciros que mi memoria es tan buena como la vuestra. Podéis seguir con esa mierda revisionista tanto como queráis, pero aun así, sucedió. Aun así, él me lo hizo y nada podrá cambiar eso. Ojalá lo cambiara pero no puede. No toqué a Douglas. No fui yo. Y no podéis utilizar el hecho de que hayáis cambiado vuestra versión sobre lo ocurrido con papá para acusarme de algo así.
Una, que tenía terror a las confrontaciones, temblaba y su rostro estaba cambiando de color rápidamente.
Winnie aprovechó la distracción general para levantar el vaso de whisky sobrante y bebérselo.
– ¿De qué estás hablando? -susurró Marie-. No hemos dicho que mataras a Douglas.
Maureen sintió cómo su enfado iba a más.
– Sí que lo has dicho, zorra de mierda -susurró Maureen.
Marie negó con la cabeza estúpidamente.
– No, no lo he dicho.
– Sé que lo has dicho, así que deja de mentir.
– Pero no lo he dicho… -su voz fue apagándose y se reclinó en la silla para esconderse detrás de Una
– Sí ya -dijo Maureen-. Quizá no haya matado a Douglas pero me inventé todo el rollo de papá para divertirme, así que quién sabe lo que puedo hacer, ¿no? ¿Quién coño sabe de qué soy capaz? ¿Sabéis? La única razón por la qué no estoy en la puta cárcel ahora mismo es porque mamá tenía una borrachera histérica cuando la llevaron a la comisaría para interrogarla.
Una le cogió la mano entre las suyas y se la apretó.
– No pensamos que estés loca, Maureen. Sabemos que no estás loca -dijo. Sus ojos asustados recorrían la cara de Maureen en busca de una señal reveladora que indicara que sí lo estaba-. Te queremos. Ya lo sabes.
Maureen se desprendió de la mano de Una con una sacudida.
– Mirad -dijo, y.cogió la botella y se sirvió otra cantidad generosa de whisky, dejando que el líquido resonara en el vaso-. Recuerdo lo que sucedió desde antes de que Alistair fuera al hospital, recuerdo la casa y el armario y todo. Simplemente no sabía lo que significaba. No tiene nada que ver con mi memoria, joder. Recuerdo aquella noche y no maté a Douglas, así que si me habíais invitado a comer mañana para decirme que sí que lo hice, será mejor que os lo volváis a pensar.
– ¿De qué coño estás hablando? -dijo Winnie, y su humor cambió rápidamente por efecto del whisky-. Lo de mañana sólo era un almuerzo. Ya lo he comprado todo. Puedes mirar la nevera si no me crees.
– Sí -dijo Una-. Ha comprado un montón de comida.
– No me interesa la comida -dijo Maureen demasiado alto-. Lo que quiero deciros es que sé que no me creéis, ¿vale? Sé que os decís las unas a las otras que tengo la memoria jodida y que siempre estoy inventándome cosas y que vivo en una realidad paralela.
Winnie se inclinó hacia adelante, agarró la botella de whisky para apartarla de Maureen y se llenó el vaso hasta arriba sin ningún tipo de remordimiento.
– La maldita nevera está llena -dijo Winnie.
Maureen le arrebató la botella.
– ¿Es que no me oyes? Que se joda la comida.
– ¿De dónde ha sacado esa mierda sobre Douglas? -preguntó Winnie, que se dirigía a todas ellas menos a Maureen.
– Sí -dijo Una, quien superó su miedo al oír que surgía la posibilidad de encontrar un cabeza de turco-. ¿Quién te lo ha dicho?
– Da igual por quién me haya enterado, ¿vale? No importa…
– Liam -dijo Winnie mirando a Marie-. Liam le ha contado un montón de mierda y ella se lo ha creído, como siempre. Zorra estúpida.
– No ha sido Liam, mamá, sino tú.
Winnie se quedó pasmada.
– Yo no he dicho nada de eso.
– ¿No te acuerdas? Cuando vine a verte dos días después de que sucediera, me preguntaste si lo había hecho yo. Me acusaste.
Winnie no sabía lo que había dicho, probablemente no recordaba la visita, probablemente no recordaba nada de aquel viernes. Bebió de su vaso rebosante de whisky y levantó las cejas.
– De todas formas, Maureen -dijo con emoción o whisky o ambos en su voz-, ¿por qué has sacado el tema de tu padre?
Una se encogió y le dio una patada a Winnie por debajo de la mesa.
– Joder -susurró Winnie.
– Maureen -dijo Una rápidamente ignorando la palabrota de Winnie-, ni por un momento he pensado que tuvieras algo que ver con la muerte de Douglas.
– Ni yo -dijo Marie, y se sentó hacia adelante con impaciencia.
Maureen se inclinó hacia adelante y miró a Marie a los ojos. Marie mentía muy mal.
– Sois todas unas zorras -dijo Maureen.
Había pocas palabras que hacían que Winnie se encogiera cuando estaba muy borracha, pero todavía no lo estaba. Se quedó boquiabierta.
– Sí, mamá, incluso tú, sobre todo tú. Me habéis intimidado, acosado y hablado como si fuera una estúpida de mierda cuando soy mejor que cualquiera de vosotras. No quiero ni imaginarme qué tendríais en mente cuando decíais esas cosas de mí. Sucedió. No puedo demostrároslo pero me acuerdo. Y tú, Una, también te acuerdas. Se lo contaste a Alistair antes de que pensaras que tendrías que enfrentarte a mamá por ello, ¿verdad? Y luego te desdijiste. Marie, recuerdo que tú estabas detrás de mamá, observando cómo me sacaba del armario. Estabas detrás de ella, junto a la mesita vieja del teléfono y llorabas y llevabas aquel vestido que tenía una jirafa en el bolsillo.
Marie estaba sentada con las manos caídas sobre el regazo y la cabeza y los hombros le temblaban nerviosamente. Estaba a punto de echarse a llorar. Maureen se inclinó sobre la mesa y se encorvó para mirarla a los ojos. Clavó el dedo índice en la mesa, delante de ella.
– Sé que te acuerdas, Marie. Cuando te miro a los ojos, puedo ver que te acuerdas. Me has abandonado para no tener problemas con una madre con la que no quieres ni vivir en el mismo país.
Marie se tapó la cara y empezó a sollozar.
– Mira lo que has conseguido -dijo Una, se levantó y rodeó con sus brazos la espalda agitada de Marie. Dirigió a Maureen una mirada cargada de reproche-. Sólo ha venido a visitarnos.
Maureen se levantó y se abrochó el abrigo.
– Si yo soy la chiflada, eso os deja a salvo a todas vosotras, ¿verdad? A esta familia no le pasa nada de nada, soy yo la que tiene problemas. Bueno -dijo Maureen, y se inclinó hacia adelante para coger la botella de whisky de encima de la mesa y enroscó bien el tapón-, me voy y no volveré.
Maureen se fue de la cocina con la botella. Winnie la siguió hasta el recibidor.
– ¿Adonde vas? -le preguntó sin darse cuenta de que estaba mirando la botella.
– De eso se trata, ¿verdad, mamá? La historia de nuestra familia. Tienes una hija que va a desaparecer de tu vida y otra llorando a moco tendido en la cocina y lo único que te interesa es saber adonde va la botella de whisky.
Winnie cruzó los brazos. Parecía estar muy dolida.
– Siempre he hecho todo lo que he podido por ti, Maureen. Lo siento si no ha sido suficiente.
– Mamá -dijo Maureen-, lo único que hemos hecho ha sido mentirnos.
– ¿Cuándo nos hemos mentido, Maureen? -dijo Winnie, y esbozó una sonrisa amarga-. Te lo pregunto porque yo no te he mentido y quisiera saber cuándo lo has hecho tú.