– No tienes gripe, Winnie, tienes una resaca de la hostia. Le diste la foto a los periodistas, ¿verdad? ¿Te pagaron?
– Obviamente no tiene sentido discutir sobre esto -dijo Winnie, y cerró los ojos para desconectar-. Veo que nadie te hará cambiar de opinión al respecto.
– No -gritó Maureen-. No tiene sentido discutir sobre nada de lo que hayas hecho, ¿verdad?
– Nunca he intentado hacerte daño a propósito, Maureen -dijo Winnie en voz baja-. No sé por qué crees que…
– Joder -dijo Maureen, que abrió la puerta y salió de la casa temblando de lo enfadada que estaba-. Eres una zorra egoísta y vengativa.
Winnie echó un último vistazo lleno de dolor a la botella de whisky y le cerró la puerta en las narices a su hija.
Faltaba una hora para que cerraran los pubs y Maureen era la única persona de la parada del autobús que podía votar.
Había una multitud de adolescentes exaltados merodeando por allí. Se preguntaban cómo debían comportarse y tenían muchos, miedos secretos y paranoias. Hablaban demasiado alto y sus gestos eran muy exagerados, como si fueran actores malos en un teatro con una acústica pésima. El Ford azul estaba aparcado unos cien metros más abajo. Maureen lo miró, fingía que miraba a ver si venía el autobús. Uno de los policías tenía clavada la mirada en ella. Parecía que intentaba atraer su atención.
Al cabo de un par de minutos, llegó el autobús, Maureen subió y dejó atrás a los jóvenes. Fue al piso de arriba y se sentó a dos asientos del final. Reinaba el silencio. Había dos personas sentadas por separado en la parte delantera: una mujer que miraba por la ventana y un hombre que leía el periódico. Maureen cerró los ojos y pensó en los preciosos huevos de Douglas en medio del charco de sangre en el armario oscuro del recibidor. Y se vio a sí misma sentada ahí dentro, en la negra oscuridad, escondiéndose de nadie, sin saber si tenía diez años o veinte. Los dos espacios de tiempo parecían confundirse, de forma que ella estaba en una esquina y los huevos de Douglas estaban en la otra.
Después de todo, no era tan cabrón. Sólo era un pobre capullo que estaba aturdido y desorientado, y saber eso hizo que se sintiera más cerca de él. Pensó en las últimas semanas de su vida, cuando le contaron lo de Iona y empezó a investigar las violaciones del Northern. Maureen intentaba encontrar alguna pequeña pista que le hubiera podido hacer ver lo que sucedía en aquellos momentos. Le podría haber ayudado. Pero ella formaba parte del problema que Douglas intentaba solucionar. Él había llegado mucho más lejos de lo que ella habría imaginado.
Tenía la profunda sensación de que estaba llegando al final de una etapa dolorosa de su vida, una etapa llena de traiciones y disculpas estúpidas. Ya no se acordaba de cómo era ella cuando no estaba en ese estado de ansiedad.
Oyó a Leslie moviéndose con cuidado detrás de la puerta.
– ¿Sí?
– Soy yo.
Leslie abrió un poquito la puerta y asomó un ojo muy asustado. Sonrió insegura y dejó que la puerta se abriera. Sujetaba un viejo bastón de madera por la parte de abajo. La empuñadura de latón era la cabeza de un pato con el pico afilado y apuntando hacia fuera.
– ¿Qué pasa? -preguntó Maureen-. Das miedo.
– Sí -dijo Leslie, y cerró la puerta con dos vueltas cuando Maureen hubo entrado y volvió al salón. Todavía sujetaba el bastón.
– ¿Dónde está Siobhain?
– En la cama -susurró Leslie con urgencia y acercándose a Maureen-. Está durmiendo. Había alguien en la puerta. Hace media hora intentaron forzar la cerradura.
– ¿Y qué has hecho?
– Me quedé mirando. Tosí y se fueron. Les oí bajar las escaleras corriendo.
– ¿Benny sabe dónde vives?
– No.
– Bueno, si ha sido él, no ha podido seguirme. Acabo de llegar. Puede que fueran los niños.
Leslie parecía aliviada.
– Sí -dijo, y le pasó el bastón a Maureen-. Normalmente se ponen a jugar por los rellanos. Voy a preguntarle a la vecina de enfrente, la señora Gallagher, si han oído algo en su puerta. Quédate aquí.
Maureen se quedó tras la puerta, escuchando a Leslie llamar al piso de la señora Gallagher, al otro lado del rellano. Después de un silencio, oyó voces. Leslie seguía hablando cuando arañó la puerta para que la dejara entrar. Maureen abrió. La señora Gallagher estaba en el umbral de su puerta y llevaba una bata rosa de nailon y unas zapatillas felposas de andar por casa a juego.
– No pasa nada -dijo Leslie, con una sonrisa de oreja a oreja-. También han estado hurgando en su puerta. Serían unos ladronzuelos.
Leslie volvió a entrar en la casa, le dijo buenas noches a la señora Gallagher y cerró la puerta con llave.
– Menos mal, joder.
Leslie le cogió el bastón a Maureen y lo dejó junto a la puerta. Fueron al salón y Maureen se quitó el abrigo y lo echó encima del respaldo de una silla.
– ¿Cómo te ha ido con tu familia?
– Bueno, les dije todo lo que quería decirles pero ya está. No es que hayan comprendido exactamente mi punto de vista. Parecían confusas cuando les dije que me habían acusado de haber matado a Douglas. No sé por qué lo niegan. Seguro que algo tramaban.
– Bien -dijo Leslie, que estaba enfrente de ella con las manos juntas detrás de la espalda y se balanceaba sobre los dedos de los pies.
– Entonces, ¿nos vamos mañana?
– Sí.
– Bien.
– Bueno, he vuelto a comprar alcohol -dijo Maureen, y sacó de la mochila la botella abierta de whisky.
– Joder -dijo Leslie, y fue a la cocina y sacó dos vasos-. Bebemos demasiado -dijo mientras le pasaba el vaso a Maureen para que se lo llenara.
– Creía que abusar del alcohol era una buena forma de enfrentarse a esta situación -dijo Maureen.
– Me estoy haciendo mayor para esto -dijo Leslie-. Empiezo a resentirme durante el día.
– Son tiempos difíciles. No va a ser siempre así.
Maureen se sirvió el whisky y se lo bebió como si fuera soda. No tendría que ser capaz de bebérselo así. Estaba bebiendo demasiado. Ya ni siquiera sentía ese bienestar permanente. Se sentaron la una junto a la otra en el sofá pero Maureen vio que Leslie se ponía en el extremo más lejano, tan lejos como le era posible. Estaba pálida y miraba la pared de enfrente.
– ¿Sabes lo de mañana? -dijo con timidez-. Yo… mm… Lo he estado pensando y… mm… no sé si es una buena idea.
– ¿Qué coño estás diciendo?
– Escúchame. La policía sabe lo del hospital y lo de la lista. Puede que le atrapen en cualquier momento.
– Vendrá a por nosotras.
– Pero parece que ahora las cosas están más calmadas -dijo insegura.
– Si la policía no le coge, vendrá -dijo Maureen, y dejó el whisky sobre la mesa-. Y no creo que tengan suficientes pruebas para acusarle. No tiene prisa, puede venir a por cualquiera de nosotras cuando quiera. Ya ha matado a dos personas para encubrir las violaciones del Northern. Suponemos una amenaza mayor que Douglas si cabe, porque nosotras tenemos a Siobhain. Tiene que matarnos.
– Tengo un poco de miedo, Mauri, eso es todo -dijo Leslie-. Lo siento.
– Lo haré yo -dijo Maureen, y volvió a coger el whisky.
Bebieron en silencio hasta que Leslie habló de repente.
– Me pregunto por qué todavía no habrá venido a por nosotras.
– A mí es más difícil atacarme -dijo Maureen con tranquilidad-. He estado siempre de un lado para otro. Y, además, me vigila un coche de policía.
– ¿Te están siguiendo?
– Sí. McEwan conoce cada uno de mis movimientos durante estas últimas semanas y acabo de verles. Seguro que ahora están fuera en ese Ford azul en el que iba McEwan ayer.
Una parodia de sonrisa deformó la expresión de Leslie.
– Entonces, no podemos hacerlo, ¿no? La policía nos verá y nos detendrá.
– No, Leslie, no nos verán. Si todavía nos siguen cuando lleguemos a Largs, entonces nos iremos de allí y volveremos directo a casa. Estás muy asustada, ¿verdad?