Leslie fue corriendo al cuarto y se vistió. Siobhain se dirigió a la entrada de la cocina arrastrando los pies.
– ¿Por qué tenemos prisa?
– Siobhain, ¿confías en mí?
– Sí.
– Entonces, por favor, muévete y vístete. Tenemos que salir de aquí dentro de diez minutos.
– Tienes sangre en la frente -dijo, y se fue arrastrando los pies.
Leslie apareció en la puerta de la cocina, resollando y subiéndose la cremallera de los pantalones. Parecía aterrorizada.
– ¿Qué quieres que haga?
– Recógelo todo -dijo Maureen-. Déjalo todo limpio y ordenado para que no se queje el propietario. Y deja diez libras de propina en la mesa.
– ¿De propina?
– Como gesto de buena voluntad.
– Tienes sangre en la frente.
35. A casa
El tren esperaba en la estación de Largs. Maureen ayudó a subir a Siobhain y a Leslie al primer vagón y se dirigió corriendo al revisor, que estaba fumándose un pitillo en el andén.
– ¿A qué hora sale el tren? -le preguntó.
– A las doce y media -contestó, aletargado-. Tiene diez minutos.
El corazón le latía con fuerza. Fue corriendo a una cabina y llamó a Liam a su casa.
– Hola, ¿Liam?
– Maureen, sé que estás en Millport. Yo hice la puta reserva.
– Entonces, ¿Benny te lo dijo?
– Sí, el muy cabrón me llamó anoche, súper simpático, para pedirme la dirección del piso donde nos quedamos la última vez. Me dijo que quería mandarte flores. Iba a subirme al coche para ir a verte.
– Pues no lo hagas, vuelvo a casa. Sólo te he llamado para decirte que ya he acabado de utilizar a Benny. Puedes hacer lo que quieras con él.
– De puta madre.
Liam colgó el teléfono.
Siobhain sonrió a Maureen cuando ésta apareció en el vagón y se sentó a su lado. Le cogió la mano y la apretó.
– ¿Adonde vamos ahora? -le preguntó Siobhain.
– Nos vamos a casa, Siobhain.
– ¿Ahora estaremos a salvo?
– Sí.
– ¿Por qué estaremos a salvo?
– Porque sí.
– ¿Cómo has conseguido que estemos a salvo?
– Estoy muy cansada, Siobhain. ¿Te importa si no hablamos de ello?
– Sí. Quiero que hablemos.
– Pero estoy cansadísima.
Las mejillas de Siobhain se sonrojaron.
– De acuerdo -dijo, y se deshizo de la mano de Maureen y giró la cara hacia la ventana con resolución.
Maureen abrió la puerta y entró en su casa. En el caótico recibidor tiró el abrigo encima de la silla azul de la cocina donde encontró a Douglas, entró en la cocina y encendió el calentador. Se paseó por el salón. Los tablones del suelo estaban manchados de sangre marrón, pero podría pintarlos. Tenía la sensación de querer vivir con las manchas durante un tiempo, pasar por delante de ellas por la mañana y acostumbrarse a ellas.
Abrió la puerta del armario y miró la marca de sangre. Se agachó, se sentó en cuclillas y puso la mano encima. Estaba dura y crujiente. Se levantó un poco y, arrastrando los pies, entró en el armario y se encerró dentro. Sé quedó sentada un rato en la esquina, con los dedos sobre la mancha de sangre, pensando en dibujos de corazones. Al final, abrió la puerta de una patada, salió gateando y fue al salón, dejando que la puerta del armario se abriera al recibidor. Tiró a la basura la botella vacía de whisky y la caja de bombones medio vacía, fue al cuarto, quitó las sábanas de la cama y también las tiró.
Se dirigió al baño, despojándose de la ropa sucia por el camino. Dejó el jersey en el recibidor y se desprendió de los vaqueros en la puerta del baño. Puso el tapón en la bañera, abrió el agua caliente y fue desnuda a dar una vuelta por su casita mientras se fumaba un cigarrillo. Le olía el pelo de protegerse de la lluvia incesante con el gorro de lana; se lo alborotó para que pasara el aire.
Fue el mejor baño que se había tomado nunca. El agua llegaba hasta arriba y estaba caliente. Se hundió y sintió cómo le recorría el pelo y le calentaba el cuero cabelludo y se le metía en las orejas. Salió y se secó el pelo con una toalla, se untó con aceite corporal perfumado, llevó la silla azul al salón y se sentó en ella como si fuera un quemador gigante de esencias de limón.
Sonó el teléfono y su serenidad se vio turbada. No lo cogió, y todavía no había conectado el contestador. Estuvo sonando mucho rato. Cuando dejó de hacerlo, Maureen se levantó y llamó al Servicio de Identificación de Llamadas. Era Liam, que la llamaba desde su casa. Ya hablaría con él más tarde.
Llevó la silla a su cuarto y se quedó ahí sentada un rato, recordando todos los momentos que aquella habitación había compartido con ella. Luego llevó la silla a la cocina e hizo lo mismo.
Empezaba a cansarse de aquel ritual cuando alguien aporreó la puerta con impaciencia. Le pareció raro porque no habían llamado una primera vez. Salió corriendo hacia el cuarto y buscó algo que ponerse. Tenía el cuerpo untado en aceite; se pusiera lo que se pusiera, lo estropearía. Volvieron a aporrear la puerta y se echó encima un viejo vestido veraniego que tenía una mancha de vino tinto en la espalda.
Se acercó a la mirilla. Era Jim Maliano con el jersey metido en los vaqueros y su horripilante peinado. Parecía enfadado.
Maureen abrió la puerta.
– Hola…
– He venido para que me devuelvas la camiseta. -Hablaba alto y en un tono agresivo y le amargó el buen humor que tenía.
– ¿Cómo dices?
– Que me devuelvas la camiseta del Celtic.
No iba a preocuparse por aquello.
– Jim -dijo apáticamente-. La he perdido, lo siento.
Jim abrió los ojos desmesuradamente. El pelo crepado de su coronilla empezó a temblar.
– ¿Que lo sientes? -gritó-. ¿Tienes idea de lo que me costó?
– Jim, te daré el dinero, yo…
Jim la apuntó a la cara con un dedo rechoncho, dejándolo a un centímetro de la nariz de Maureen.
– ¿Es así cómo me lo pagas? Te dejé entrar en mi casa, os di café a ti y a tu hermano y te obsequié con mi hospitalidad…
– Joder, que te den -dijo estúpidamente-. Ya te daré el dinero.
– ¿Qué me den? ¿Qué me den?
– Sí. Y deja también de espiarme por la puerta.
– ¿Cómo te atreves? Le conté a la policía lo de tu amigo…
Maureen sintió que iba a echarse a reír.
– Jim -dijo conteniendo una sonrisa-, lárgate de mi casa.
Y se la cerró en las narices. Se agazapó tras ella, desternillándose de risa, tapándose la boca con las manos para que Jim no la oyera. Se levantó y observó por la mirilla. Jim cruzó el rellano dando fuertes pisadas y cerró su puerta de un portazo.
36. Papá
Maureen dejó que el teléfono sonara y volvió a dormirse. Minutos más tarde, alguien aporreaba la puerta. Se puso la bata y fue tambaleándose hacia la puerta. Tenía los ojos tan hinchados que casi no podía ver por la mirilla. Liam estaba en el rellano y había hecho la compra, Maureen abrió la puerta.
– ¿Acabas de levantarte, Mauri? Es la una de la tarde -dijo. Entró en el recibidor y le alargó una bolsa de cruasanes recién hechos y un tetrabrick de zumo de naranja-. Te he llamado un montón de veces.
Cuando Maureen volvió del baño, Liam había calentado los cruasanes en el horno, había preparado un café instantáneo que no sabía a nada y había puesto la mesa para un desayuno formal, con tazas, cubiertos y todo. Tenía pequeños cortes sangrantes en los nudillos y un largo moratón negro en el cuello. Le empezaba debajo de la oreja y descendía hasta el hombro, pasando de ser una marca de un centímetro de ancho a un triángulo ancho; los bordes del moratón estaban volviéndose amarillos. Liam le pasó un vaso de zumo de naranja frío.