– Por lo que he podido ver, casi ejemplar…
– Un buen hombre que se vuelve corrupto…
– O un matón altamente profesional que cambia de bando… Todo depende de cómo se mire, señor.
Esta vez Van Heiden no picó.
– ¿Cree que nos oculta algo?
– No me creo en absoluto que no sepa el nombre completo de la víctima. Pero su coartada es sólida. Tenemos que confirmar la hora exacta de la muerte, pero es casi seguro que Klugmann quedará fuera de la lista de sospechosos.
– ¿Y por qué le ponemos vigilancia? ¿No podríamos emplear mejor nuestros recursos en otra cosa?
Fabel vio que los miembros de su equipo intercambiaban miradas de incredulidad.
– Señor, porque tenemos un cuerpo sin nombre hallado en circunstancias extrañísimas, y me parece que Klugmann es la mejor baza que tenemos para establecer su identidad. Como he dicho, creo que oculta algo. Por lo que sabemos, ese algo podría ser la identidad del asesino. Podría ser que ese tal Hijo de Sven fuera uno de los clientes de la chica.
Fabel advirtió la mirada de la doctora Eckhardt, pero no le hizo caso: ella sabía que Fabel estaba levantando una cortina de humo. Era evidente que se trataba de un ardid para sacarse a Van Heiden de encima. Funcionó.
– De acuerdo -dijo Van Heiden-. Pero me interesa más la identidad de nuestro asesino que la de la víctima. ¿Qué más tenemos?
– Aún estamos haciendo averiguaciones sobre la otra víctima. -Maria Klee sacó algunas notas de una carpeta-. Por los datos que tenemos, no existe conexión alguna entre las dos. Una prostituta y una abogada muy prometedora. Da la impresión de que elige a sus víctimas al azar.
– Puede que a nosotros nos parezca que las elige al azar -dijo la doctora Eckhardt-, pero para el asesino existe una conexión que nosotros aún no podemos ver. Recuerden que nos enfrentamos a un individuo profundamente trastornado: su lógica no es la misma que la nuestra. Podría haber una similitud en cuanto a estatura, forma de caminar, de la nariz… Por muy abstracto que parezca, hay rasgos comunes que el asesino ve… De hecho, quizá sólo los vea el asesino.
Hubo una pausa antes de que Werner interviniera.
– ¿Y eso qué significa?
– Eso significa que cualquier mujer de Hamburgo, tenga la edad que tenga, sea de la clase social que sea, es un objetivo potencial.
Van Heiden se rascó el cabello gris.
– ¿Y por ahora sólo tenemos una conexión potencial con el asesino, ese tal Klugmann, que puede que lo conociera o no si era cliente de esta última víctima?
– Hay otra conexión potencial. -La doctora Eckhardt no levantó la vista de la mesa. Tenía los brazos sobre la mesa a cada lado de las carpetas. Todo el mundo centró su atención en ella-. Y esa conexión es el Kriminalhauptkommissar Fabel… Del mismo modo que el asesino sigue un criterio abstracto a la hora de elegir a sus víctimas, ha elegido a Herr Fabel como su, bueno, su álter ego, su adversario en este juego, por así decirlo. A sus ojos, Herr Fabel es un digno adversario. Lo ha elegido como su némesis. De hecho, el Hauptkommissar Fabel se ha convertido en un elemento esencial de su fantasía, de su plan. Ha dejado claro que tiene intención de diseñar la conclusión de esta caza… -miró a Fabel-, quizá incluso provocando que usted lo mate. Dice: «podrá detenerme, pero nunca me atrapará»; es una promesa de algo.
– ¿Que tendré que matarlo para detenerlo?
– Quizá. Es evidente que cree que la parte psicótica de su personalidad está a salvo de usted. Quizá tiene la fantasía de que es inmortal y que usted no puede cambiar eso, ni siquiera matándolo. Es como si hubiera una especie de barrera entre los dos.
– Soy policía, no verdugo. -Fabel se quedó callado, con el ceño fruncido-. Pero ¿por qué me ha elegido a mí?
– Eso no lo sé. Vuelvo a repetir que quizá sólo el Hijo de Sven sepa la razón de haberlo elegido; pero…
– Pero ¿qué? -preguntó Van Heiden.
La doctora Eckhardt continuó dirigiéndose directamente a Fabel.
– Bueno, siente que hay una conexión entre ustedes. Existe la posibilidad de que sus caminos se hayan cruzado en el pasado. O quizá se trate de alguien que haya conocido ahora.
– Pero eso no es seguro… -Fabel pronunció aquella afirmación más bien como una pregunta.
– No, no es seguro. Tan sólo es una posibilidad. Esta sensación de que están conectados puede basarse simplemente en lo que ha leído sobre usted, por ejemplo… sobre usted o sobre alguno de sus casos, y que lo haya elegido basándose en eso.
– Pero ¿podría tratarse de alguien cuyo camino se haya cruzado con el mío en el pasado, quizá de un modo significativo?
– Creo que es una posibilidad…, nada más.
Fabel se volvió hacia Van Heiden con una mirada cargada de significado. Van Heiden negó con la cabeza.
– No empieces con esa vieja historia, Fabel…
Fabel se encogió de hombros.
– Ya lo sé. Es sólo que es inevitable pensar que encajaría: Svensson burlándose de mí con toda esa mierda del Hijo de Sven, diciéndome que está vivo y que todo esto es obra suya.
Van Heiden negó con la cabeza.
– Déjalo, Fabel. Svensson está muerto. Lleva casi veinte años muerto.
– ¿Quién es Svensson? -preguntó la doctora Eckhardt.
– Es historia -respondió Van Heiden-. Historia antigua, y no tiene nada que ver con este caso. Es alguien que murió hace mucho.
– Que presuntamente murió hace mucho -le corrigió Fabel-. En teoría, murió quemado. Pero no se hallaron pruebas suficientes que demostraran que era él. Se llamaba Hendrik Svensson y era un cabrón manipulador y perverso que dirigía una célula de chicas terroristas. Era un antiguo miembro de la Rote Armee-Fraktion -Fracción del Ejército Rojo- de Baader-Meinhof que montó su propio grupo. En aquellos tiempos había muchos grupos escindidos que no compartían la filosofía de la Baader-Meinhof de pasar completamente a la clandestinidad. Estaban el Movimiento 2 de junio y el SPK, que precedieron a la Rote Armee-Fraktion, y estaban las Revolutionäre Zellen -las células revolucionarias-, que combinaban terroristas activos clandestinos con «legales» que trabajaban a plena luz del día. Luego estaba el Rote Zora, que era exclusivamente femenino. Svensson se inspiró en todos ellos. Llamó a su unidad RAG: Radikale Aktionsgruppe. La mayoría de las chicas que dirigía no habían cumplido los veinte años. Las mandaba a colocar bombas en el Alsterarkaden y a atracar bancos.
– Fabel y yo ya hemos hablado de esto. -Van Heiden se volvió hacia la doctora Eckhardt-. Como la identificación del cuerpo no fue concluyente, Fabel sospecha que, quizá, de algún modo, Svensson ha vuelto de entre los muertos para llevar a cabo estos asesinatos.
– ¿Eso es lo que cree? -le preguntó la doctora a Fabel.
– No, no necesariamente. En realidad, no. Tan sólo creo que no deberíamos descartar ninguna posibilidad…
– Lo siento -dijo la doctora Eckhardt-. Pero no lo entiendo: ¿por qué se le ocurre considerar a esta persona sospechoso potencial? No veo la conexión entre un terrorista muerto y estos asesinatos en serie…
– Admito que es altamente improbable. Y acepto lo que dice Herr Kriminaldirektor Van Heiden: probablemente fue Svensson quien murió en la explosión. Pero ha sido este elemento del Hijo de Sven lo que ha hecho que empiece a hacerme preguntas…, así como las referencias continuas a las águilas. El nombre en clave de Svensson era Águila. Además, también está la extraña relación que tenía con las mujeres.
– ¿Extraña en qué sentido?
– Parecía que necesitaba dominarlas completamente. Se dice que intimaba físicamente con todas las chicas de su grupo. Los periódicos las apodaron «el harén de Svensson».
– ¿Y qué relación tiene Svensson con usted?
– En 1983 intentaron atracar el principal Commerzbank, en Paul-Nevermann-Platz. Había tres mujeres, que eran miembros del grupo escindido de Svensson. Al salir, tropezaron con dos agentes de la Schutzpolizei que hacían su ronda a pie. Se produjo un tiroteo… Dos de las chicas terroristas y un agente murieron, y el otro resultó gravemente herido. Yo llegué al lugar cuando la terrorista superviviente huía. La perseguí hasta el muelle, le grité que soltara el arma, pero se volvió y disparó. Me dio en el costado y yo respondí: dos tiros, en la cara y en la cabeza. Murió en el acto. Se llamaba Gisela Frohm. Tenía diecisiete años. Era una cría.