Fabel miró directamente al hombre desconocido de la mesa. Van Heiden comprendió la mirada e hizo las presentaciones.
– Éste es el Oberst Gerd Volker del BND. Oberst Volker, el Kriminalhauptkommissar Fabel. Siéntese, por favor, Fabel.
«Allá vamos», pensó Fabel. El BND -el Bundesnachrichtendienst- era el servicio de inteligencia, encargado de proteger la Grundgesetz: la Ley Fundamental o Constitución de la República Federal de Alemania. Era la labor del BND controlar a los grupos terroristas y extremistas, de derechas e izquierdas, activos o latentes, del paisaje político alemán. Y desde 1996, el BND se había implicado en la lucha contra el crimen organizado. La desconfianza de Fabel hacia el BND era profunda. La policía secreta es la policía secreta, da igual las siglas que tengan.
Volker sonrió y extendió la mano.
– Encantado de conocerlo, Herr Fabel. Leí mucho sobre su trabajo en el caso Markus Stümbke el año pasado… -Los dos hombres se dieron la mano.
– Y el Innensenator Ganz… -continuó Van Heiden.
Ganz extendió la mano; la cara rubicunda no esbozó ninguna sonrisa.
– Es un asunto terrible, Herr Kriminalkommissar -dijo Ganz, degradando el rango de Fabel varios grados-. Espero que esté empleando todos los medios a su disposición para ponerle fin.
– Erster Kriminalhauptkommissar -le corrigió Fabel-. Y no hace falta que le diga, Senator, que estamos haciendo todo lo posible para atrapar a este asesino
– Estoy seguro de que es consciente de que la prensa está fomentando la preocupación entre la opinión pública hasta el punto de crear un estado casi de frenesí… -dijo la figura de la ventana, que por fin se volvió para mirar a los demás. Era un hombre alto, elegante, enjuto, de hombros anchos y unos cincuenta años, de ojos azules intensos y rostro largo, delgado e inteligente esculpido de líneas verticales. Tenía el pelo entre canoso y rubio y llevaba un corte caro. A Fabel, que también era un admirador de la buena sastrería inglesa, le pareció que la cara camisa azul oscura era de Jermyn Street, en Londres. Sin duda, el traje era italiano. El efecto global transmitía más buen gusto y estilo que ostentación. Fabel no había coincidido nunca con aquel hombre, pero lo reconoció al instante. Después de todo, le había votado.
– Sí, Herr Erster Bürgermeister, me doy cuenta. -Fabel giró el sillón de piel en el que estaba sentado para mirar al presidente de Hamburgo y jefe del gobierno regional, el doctor Hans Schreiber.
Schreiber sonrió.
– A usted lo llaman der englische Kommissar, ¿verdad?
– De forma incorrecta, sí.
– ¿No es inglés?
– No. Puedo decir con toda sinceridad que no hay ni una gota de sangre inglesa en mi cuerpo. Mi madre es escocesa y mi padre era frisio. Vivimos en Inglaterra un tiempo cuando era pequeño. Recibí parte de mi educación allí. ¿Por qué lo pregunta?
– Era sólo curiosidad. Yo también soy un anglófilo. Después de todo, dicen que «Hamburgo es la ciudad más británica fuera del Reino Unido»… Bueno, me parece interesante; que lo llamen el Kommissar inglés, quiero decir. Lo distingue como alguien, bueno, distinto… ¿Se considera una persona distinta, Herr Fabel?
Fabel se encogió de hombros. No veía qué sentido tenía aquella conversación, y el tono personal empezaba a molestarle. La verdad era que sí se sentía distinto. Había sido consciente toda su vida de que en su carácter había un aspecto no alemán. Le fastidiaba y al mismo tiempo lo apreciaba.
Sin duda, Schreiber percibió la creciente intranquilidad de Fabel.
– Lo siento, Herr Fabel, no era mi intención ser indiscreto.
Pero es que he leído su hoja de servicios, y es evidente que es usted un agente excepcional. Yo sí creo que es distinto, que tiene una ventaja, una perspectiva añadida que los otros no poseen. Por eso creo que usted es el hombre que detendrá a este monstruo.
– No tengo alternativa -dijo Fabel, y le explicó que ese tal Hijo de Sven lo había «elegido» como su némesis. Mientras Fabel hablaba, Schreiber asentía y fruncía el ceño como si absorbiera y sopesara cada dato; pero Fabel notó que el Bürgermeister recorría la habitación con la mirada. Aquel movimiento daba a sus ojos intensos de párpados caídos una mirada casi rapaz. Era como si su mente estuviera en varios sitios al mismo tiempo.
– Lo que yo quiero saber, Herr Hauptkommissar, es si tiene usted una estrategia… -preguntó el Innensenator Ganz-. Espero que no estemos permitiendo que sea este maníaco quien marque la pauta. Esta situación requiere una actuación policial proactiva…
Fabel iba a contestar, pero Schreiber se le anticipó.
– Tengo plena confianza en Herr Fabel, Hugo. Y creo que no ayuda en nada que nosotros los políticos le digamos a la policía cómo debe hacer su trabajo.
Las mejillas rosadas de Ganz se enrojecieron aún más. Había quedado claro quién estaba al mando. Lo extraño era que, aunque Schreiber había dicho lo que tenía que decir, Fabel no estaba del todo convencido de que tuviera realmente la confianza del Erste Bürgermeister; o de que él, a su vez, confiara en Schreiber.
Van Heiden rompió lo que se estaba convirtiendo en un silencio incómodo.
– Quizá sea un buen momento para que el Kriminalhauptkommissar Fabel nos presente su informe. -Schreiber ocupó su lugar en la mesa, y Fabel pasó a hacer un resumen de los avances en el caso hasta la fecha. Iba salpicando su informe con imágenes del caso. En diversos momentos, le pareció que Ganz se ponía bastante enfermo; el rostro de Schreiber era una máscara de solemnidad estudiada. Hacia el final de su presentación, Fabel se recostó en la silla y miró a Van Heiden.
– ¿Qué pasa, Fabel? ¿Hay algo más de lo que quiera informarnos?
– Me temo que sí, Herr Kriminaldirektor. Por el momento, sólo es una teoría, pero…
– ¿Pero?
– Como ya he señalado, no hemos hallado pruebas de que forzaran la entrada en el piso de la segunda víctima, ni tampoco de que se produjera un forcejeo violento en el primer momento de contacto entre el asesino y las dos víctimas. Por eso hemos llegado a la conclusión de que o bien iba armado y las convenció con amenazas, o bien las víctimas, bueno, confiaron en el asesino por alguna razón. Esto último significa una de estas dos cosas: que el asesino es alguien que ya conocían; aunque creemos que esto es sumamente improbable, dado el perfil que hemos realizado de nuestro asesino y la disparidad de clase social y zona de residencia de las víctimas…
– ¿Y la segunda opción? -preguntó Schreiber.
– La segunda opción es que nuestro asesino se haga pasar por alguien que tenga autoridad o despierte una confianza implícita…
– ¿Como por ejemplo? -preguntó Van Heiden.
– Como un agente de policía… o alguien del Ayuntamiento.
Hubo un momento de silencio. Schreiber y Ganz se lanzaron una mirada difícil de interpretar. Volker permaneció inexpresivo.
– Pero ni mucho menos es seguro, ¿verdad? -La pregunta de Van Heiden era más bien una súplica.
– No. No lo es. Pero hay que tener presente que las víctimas no forcejearon con el asesino. Podría tratarse de alguien que se hace pasar por un operario con una historia plausible, pero el perfil psicológico sugiere que el asesino podría disfrutar con el poder que le darían sobre sus víctimas un uniforme de policía o una placa.