Una rojez más intensa asomó a las mejillas de Ganz.
– Estoy seguro de que no tengo que señalarles, caballeros, que la policía de Hamburgo no goza de buena prensa en estos momentos. Justo ayer tuve una discusión, digamos que «enérgica», con la junta de la Polizeikommission sobre lo que consideran racismo institucional en la policía de Hamburgo. Lo último que necesitamos es que un maníaco que finge ser policía y destripa a mujeres se pasee por las calles de Hamburgo.
A Fabel se le acabó la paciencia.
– Por el amor de dios, nosotros no tenemos la culpa de que un psicópata elija disfrazarse de policía; y eso aún está por verse. No somos responsables ni podemos controlar…
– Eso no es lo que ha querido decir el Innensenator Ganz -dijo Schreiber-. Lo que ha querido decir es que la opinión pública va a desconfiar aún más de la policía si cree que hay un asesino psicótico que se disfraza de poli.
– Sólo si estamos en lo cierto, y sólo si nuestra sospecha sale a la luz. Como he dicho, por ahora tan sólo es una teoría.
– Espero que sea incorrecta, Herr Fabel -dijo Ganz; iba a continuar, pero al parecer, una mirada de Schreiber lo silenció.
– Estoy seguro de que no pasará -dijo Schreiber-. Tengo plena confianza en que Herr Fabel encontrará pronto a este monstruo.
«¿Ah, sí? -pensó Fabel-. Pues yo no estoy tan seguro.»
– Por supuesto -Schreiber se dirigió a Van Heiden directamente-, espero que podamos informar de los progresos cuanto antes. Ya sé que para ustedes, caballeros, es difícil tener presente la inquietud de la opinión pública, y tampoco tienen por qué; pero yo sí debo preocuparme por la percepción que genera la prensa de los crímenes violentos que tienen lugar en Hamburgo. Otro asesino en serie es una razón más para que nuestras ciudadanas se sientan desamparadas.
Desamparadas. «Mierda -pensó Fabel-, esta gente ni siquiera habla un alemán sencillo.» Schreiber se dirigió hacia la puerta. Ganz captó la indirecta y se puso en pie. Volker, el hombre del BND, Van Heiden y Fabel también se levantaron.
– Por favor, manténganos plenamente informados de sus progresos -dijo Ganz.
– Por supuesto, Herr Innensenator -contestó Van Heiden.
Después de que los dos políticos se marcharan, Fabel se dirigió a Volker.
– ¿Puedo preguntar, Herr Oberst, qué interés tiene el BND en este caso?
– Espero que ninguno. -Por alguna razón, la gran sonrisa de Volker no se reflejó en su mirada. Fabel sintió que crecía su desconfianza en los hombres del BND-. Colaboro con la Besondere Aufbau Organisation que está establecida aquí en el
Präsidium. Herr Van Heiden me ha alertado de que es posible que estos crímenes tengan algún componente político extremista de la Rechtsradikale.
Fabel asintió lentamente con la cabeza mientras procesaba la información. ¿Por qué este caso iba a despertar el interés de un hombre del servicio secreto del BND que colaboraba con la Besondere Aufbau Organisation? El Bundeskriminalamt había creado el BAO después del descubrimiento bochornoso de que un apartamento minúsculo en el número 54 de la Marienstrasse de Hamburgo había sido el centro de operaciones de los terroristas que emprendieron los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos. Al menos ocho de los terroristas, incluido el jefe de la célula, Mohammed Atta, habían pasado por el piso de Hamburgo. La respuesta del Gobierno alemán había sido crear el BAO. Setenta especialistas del Bundeskriminalamt, veinticinco detectives de la policía de Hamburgo y seis agentes del FBI norteamericano trabajaban en el BAO; su cometido era exclusivamente reunir información sobre Al-Qaeda y otros grupos terroristas islámicos. Fabel se dio cuenta de que le fastidiaba tener que hablar de su caso con alguien cuyas competencias no tenían nada que ver con la investigación.
– Ya le he dejado claro al Kriminaldirektor que es muy poco probable que estas acciones sean obra de algún tipo de neo-nazi. -Fabel se esforzó, sin éxito, por no trasladar la irritación que sentía a su tono de voz. Volker siguió sonriendo.
– Ya, sí, lo comprendo, Herr Fabel. Sin embargo, si existe alguna posibilidad de que este caso tenga un componente político, creo que es mejor que el BND esté al tanto de cómo evoluciona el caso. Prometo entrometerme lo menos posible. Si pudiera mantenerme informado, en particular sobre cualquier suceso que pudiera señalar que existe un componente político…
– Por supuesto, Herr Oberst Volker.
Van Heiden se levantó.
– Bueno, gracias, Herr Fabel, creo que a todo el mundo le ha parecido que su informe era muy instructivo. -Se dirigió hacia la puerta para acompañar a Fabel. Éste recogió sus carpetas y estrechó la mano que Volker le ofrecía.
Van Heiden le sujetó la puerta a Fabel y, cuando éste la cruzó, salió con él al pasillo. Bajó la voz con complicidad al hablar.
– Por el amor de dios, Fabel, avíseme si encuentra algo que demuestre que su teoría acerca de que este lunático se hace pasar por un policía es cierta. No me gusta. No me gusta nada. Sobre todo cuando parece ser que un ex agente de la policía de Hamburgo era el chulo de la última víctima.
– Sí, Herr Kriminaldirektor.
Fabel iba a marcharse, pero Van Heiden lo agarró suavemente del brazo.
– Y Fabel, asegúrese de decírmelo a mí primero… Quiero que hable conmigo antes de comunicarle nada al Oberst Volker. -Fabel frunció un poco el ceño.
– Claro, Herr Kriminaldirektor…
Mientras Van Heiden volvía a entrar en su despacho, Fabel se quedó un momento en el pasillo poniendo en orden sus pensamientos. Había algo en todo aquel tinglado -la participación de Volker, el hombre del BND; la honda preocupación del Innensenator Ganz respecto a la posibilidad de que el asesino se hiciera pasar por policía, y la sensación de que Schreiber había «dirigido» toda la reunión- que hacía que Fabel tuviera la impresión de que pasaba algo más que su caza al asesino en serie: como si hubiera algún otro asunto del cual él no formaba parte.
Miércoles, 4 de junio. 12:00 h
Depósito de cadáveres del Institut für Rechtsmedizin de Eppendorf (Hamburgo)
El Institut für Rechtsmedizin -el Instituto de Medicina Legal- era el responsable de la medicina forense de Hamburgo. Todas las muertes repentinas que se producían en la ciudad acababan en el depósito del Instituto.
El estómago de Fabel se estremeció al percibir el olor del depósito de cadáveres que tan bien conocía, pero al que no había logrado acostumbrarse: no era el olor a descomposición, como podría esperarse, sino el aroma rancio a desinfectante. No había ningún cadáver en las mesas de acero inoxidable, y los fluorescentes de luz blanqueadora bañaban el depósito con un resplandor triste e implacable. Cuando Fabel entró, Möller, que aún llevaba puesta la bata verde, estaba sentado a su mesa, consultando notas escritas a mano y luego mirando a la pantalla de su ordenador. Entre una cosa y la otra, se llevaba distraídamente a la boca un tenedor con ensalada de pasta precocinada que cogía de una fiambrera de plástico. No se dio cuenta de que Fabel había llegado.
– Creía que aquí estaba prohibido comer. -Fabel cogió una silla sin esperar la invitación.
– Y lo está. Detenme. -Möller no alzó la vista de sus notas.
– ¿Qué tienes acerca de la chica?
– Te entregaré el informe esta tarde. -Möller dio unos golpecitos en la página que estaba escribiendo con el bolígrafo-. Lo estoy redactando.
– Dame los datos principales.
Móller lanzó el bolígrafo sobre la carpeta y se recostó en la silla, se pasó las manos por el pelo y luego las colocó detrás de la cabeza. Lanzó a Fabel su mirada estudiada de superioridad.
– ¿Ya has tenido noticias de tu amigo por correspondencia?