– Móller, no tengo tiempo para esto. ¿Qué tienes?
– Es un caso muy interesante, Hauptkommissar. -Móller cogió sus notas-. La víctima es una mujer de entre veinticinco y treinta y cinco años, metro sesenta y cinco, ojos azules, pelo castaño teñido de rubio. La causa de la muerte fue una parada cardíaca provocada por una profunda conmoción y una pérdida masiva de sangre, a su vez resultado de un fuerte traumatismo en el abdomen. Ya estaba muerta cuando le extrajeron los pulmones. -Móller alzó la vista de sus notas-. ¿Crees que esta joven era prostituta?
– Sí. ¿Por qué?
– No había tenido relaciones sexuales en las 48 horas previas a su muerte. Además, es evidente que se cuidaba mucho.
– ¿Sí?
– Tenía un tono muscular extremadamente bueno, y la proporción músculo/grasa es baja. Yo diría que era atleta o que iba con frecuencia al gimnasio. No fumaba, y no había restos de alcohol en su sangre. También parece que llevaba una buena dieta: su última comida fue algún tipo de pescado con legumbres, y los niveles de lípidos en sangre eran muy bajos. – Móller pasó las páginas del informe-. Hemos buscado drogas… Nada. Dejando de lado las influencias genéticas, si esta joven no se hubiera cruzado con tu «amigo por correspondencia», lo más probable es que hubiera muerto de vieja.
– ¿Algo sobre el asesino?
– No he hallado pruebas forenses de la presencia del asesino. Como ya he dicho, no hay señales de relaciones sexuales o de cualquier otro tipo de actividad sexual. No hay duda de que se trata del mismo asesino que el otro; o al menos, el modus operandi es idéntico. El asesino realizó una sola incisión que llevó a cabo con un único golpe, fuerte pero increíblemente preciso, en el esternón, seguramente con un cuchillo pesado de hoja grande, o quizá con una espada. Después separó las costillas y extrajo los pulmones. Había señales de fuerza, y los huesos rotos estaban astillados, lo cual sugiere que le propinó un golpe fuerte de abajo arriba. Para separar las costillas, hace falta tener una fuerza física considerable, así como para realizar una incisión de este tipo con un único golpe. Se trata de un hombre, y el ángulo de penetración sugiere que seguramente no mide menos de uno setenta y que, como mínimo, es de constitución media.
– Eso reduce la lista de sospechosos al noventa por ciento de la población masculina de Hamburgo, más o menos -dijo Fabel, sin sarcasmo y más para sí mismo que a Móller.
– Yo sólo manejo las pruebas físicas, Fabel. Sin embargo, me intriga la evidente preocupación que tenía la víctima por su salud y forma física. -Móller se rió-. Yo no tengo tu experiencia en los bajos fondos de la vida de nuestra ciudad, pero nunca me habría imaginado que una prostituta media de Hamburgo diera tantísima importancia a su salud, o a la de sus clientes.
– Eso depende. Parece que era «de alto standing»; cuidar su cuerpo habría sido invertir en, bueno, su producto. Pero tienes razón. Hay muchas cosas en esta víctima que no encajan. ¿Mis hombres le tomaron las huellas dactilares?
– Sí, han venido antes.
– Muy bien. Gracias, Herr Doktor Móller. -Fabel se dirigió hacia la puerta-. Esta tarde me entregas el informe completo.
– Fabel.
– ¿Sí?
– Hay una cosa más…
– ¿De qué se trata?
– Tiene una herida antigua en el muslo derecho, en la parte de fuera. Una cicatriz.
– ¿Lo bastante visible como para que sea una marca distintiva que pueda ayudarnos a identificarla?
– Bueno, sí, creo que aumenta considerablemente tus posibilidades. Pero es más importante que eso…
– ¿Qué quieres decir?
Móller se volvió hacia el ordenador y tocó algunas teclas.
– He añadido la fotografía de la cámara digital a mi informe. Aquí está.
Fabel miró la pantalla. Una foto del muslo de la mujer, con la piel blanca. Había una marca redonda con una cicatriz lateral y algunas arrugas alrededor. Parecía un cráter lunar antiguo y apenas visible. Móller tocó una tecla y apareció otra imagen. Esta vez era el reverso del muslo. En lugar de estar pálido, estaba de un rojo-púrpura refulgente. Lividez post mórtem: al estar el cuerpo tumbado boca arriba, la gravedad había atraído la sangre a los puntos más bajos.
– ¿Ves esto? -Móller dio un golpecito en la pantalla con el bolígrafo-. ¿La cicatriz correspondiente por el otro lado? Son unas cicatrices muy tenues…, quizá tengan cinco o seis años. ¿Sabes de qué son?
– Sí, lo sé -dijo Fabel. Después de todo, él también tenía dos cicatrices parecidas.
Móller volvió a recostarse en la silla.
– Creo que esto limitará un poco los parámetros de su identificación. Porque a ver, en los últimos diez años, ¿a cuántas jóvenes se habrá atendido en Hamburgo de una herida de bala?
Llovía con fuerza. A pesar del aguacero, Fabel sintió el impulso de salir al exterior, de dejar que la lluvia y el aire húmedo purgaran su ropa y sus pulmones del olor a moho del depósito de cadáveres. Tenía el coche aparcado a un par de calles y cuando llegó a su refugio, tenía el pelo rubio pegado al cuero cabelludo. Condujo hasta los muelles del barrio del Hafen. En pocos minutos, las enormes grúas que flanqueaban los márgenes y dársenas del Elba comenzaron a dominar el horizonte. Fabel llamó a su despacho desde el móvil y pidió hablar con Werner; pero en su lugar le pasaron con Maria Klee, quien le contó que Werner estaba hablando con el equipo de vigilancia que seguía a Klugmann. Fabel informó a Maria sobre la herida de bala del cadáver y le pidió que llevara a cabo una investigación minuciosa de los archivos referentes a hospitales y clínicas de Hamburgo de quince a cinco años para acá. Por ley, cualquier hospital o profesional médico que hubiera tratado una herida de bala estaba obligado a informar de ello a la policía. Maria señaló que existía la posibilidad de que si la chica era prostituta y había resultado herida en algún tipo de tiroteo en los bajos fondos, podía ser que algún médico poco ético le hubiera tratado la herida «extraoficialmente». Fabel le dijo a Maria que creía que era posible, pero no probable.
– ¿Algún otro mensaje? -le preguntó a Maria.
– Werner ha dejado una nota para decirte que mañana tienes una cita con el profesor Dorn. A las tres. -Maria levantó las cejas-. ¿El profesor Dorn es algún tipo de experto forense?
– No -dijo Fabel-. Es historiador. -Se quedó un momento callado antes de añadir-: Creía que era historia. ¿Algo más?
Maria le contó que una periodista había llamado un par de veces: una tal Angelika Blüm. A Fabel el nombre no le dijo nada.
– ¿La has remitido al departamento de prensa?
– Sí. Pero ha insistido bastante en que tenía que hablar contigo. Le he dicho que todas las informaciones para la prensa las llevaba el Polizeipressestelle, pero me ha contestado que no quería datos para un artículo, sino que tenía que hablar contigo de un tema muy importante.
– ¿Le has preguntado de qué tema se trataba?
– Por supuesto. Y básicamente me ha dicho que me metiera en mis asuntos.
– ¿Ha dejado un número de teléfono?
– Sí.
– Vale. Te veo cuando vuelva. Tengo una reunión con la división de crimen organizado a las dos y media.
El puesto de comida rápida Schnell-Imbiss estaba situado junto a las dársenas del Elba, empequeñecido por el montón de grúas que sobresalían a su alrededor. Era una caravana con una gran ventana abierta, desde la cual se servía la comida, y un toldo de colores claros. Estaba rodeado, a intervalos regulares, por mesas con parasoles a las que se sentaba un puñado de clientes a comer Bockwurst o a beber cerveza o café. Había un pequeño expositor de periódicos al lado de la ventana. A pesar de lo soso que era el entorno y del tiempo, el Schnell-Imbiss se las arreglaba para parecer alegre y escrupulosamente limpio.
Fabel detuvo el coche y corrió bajo la lluvia hasta el refugio que ofrecía el toldo. Un hombre rechoncho de cincuenta años, de mejillas rubicundas y con un delantal blanco y un gorro de cocinero estaba detrás del mostrador. Se inclinó hacia delante apoyándose en los codos cuando Fabel se acercó.