– Mahmoot… Soy Fabel. Quiero que nos veamos…
– ¿Cuándo?
– En el transbordador Rundfahrt. A las siete y media
– Vale.
Fabel colgó el auricular, se guardó la agenda en el bolsillo de la chaqueta y rebobinó el contestador. Estaba a punto de salir del apartamento cuando se dio la vuelta y volvió a escuchar los mensajes una vez más. Volvió a escuchar el número de teléfono de Angelika Blüm; comenzaba por 040: un número de Hamburgo. Esta vez lo anotó en la libreta que tenía junto al teléfono. Por si acaso.
Los pasos de Fabel apenas habían dejado de resonar en el vestíbulo retumbante de la escalera cuando sonó el teléfono. A los dos tonos, saltó el contestador, que reprodujo las instrucciones grabadas de Fabel invitando a dejar un mensaje después de la señal. Una voz -una voz de mujer- dijo «Scheisse!» con auténtica frustración y colgó.
Miércoles, 4 de junio. 16:30 h
Hotel Altona Krone (Hamburgo)
Su llegada a la recepción del hotel fue casi presidencial. Dentro de un círculo de corpulentos guardaespaldas con chaquetas de cuero negras, se encontraba un hombre alto, enjuto, de setenta y largos años, con una gabardina gris pálida y un traje gris más oscuro. Su actitud y movimientos eran los de un hombre veinte años más joven, y sus facciones angulosas, su nariz aguileña y su abundante pelo marfil le daban un aspecto aristocrático y arrogante.
Los flashes de las cámaras anunciaron su entrada en el vestíbulo de la recepción. Algunos fotógrafos, que buscaban una posición estratégica más ventajosa, habían rebotado contra el piquete de músculo y cuero; uno había ido a parar directamente al suelo de mármol.
Cuando llegó al mostrador de la recepción, el círculo se abrió, y el alto anciano se acercó a él. El recepcionista del hotel, que ya había visto de todo -grupos de rock, políticos, estrellas de cine, multimillonarios con egos que estaban a la altura de sus saldos bancarios-, no levantó la vista del mostrador hasta que tuvo al grupo justo delante de él. Luego, con una sonrisa educada pero cansada, preguntó:
– Diga, mein Herr. ¿En qué puedo ayudarle?
– Tengo una reserva… -La voz del hombre alto era retumbante y autoritaria. El recepcionista siguió proyectando una apatía monumental.
– ¿Su nombre, señor? -le preguntó, aunque lo sabía muy bien. El hombre alto sacó la mandíbula, echando la cabeza hacia atrás y señalando imperiosamente con la nariz aquilina al recepcionista, como si fuera una presa.
– Eitel -contestó-. Wolfgang Eitel.
Un periodista se abrió paso a empujones; era un hombre desaliñado de unos cuarenta años, cuyo cuero cabelludo brillaba a través de una red de mechones rubios despeinados.
– Herr Eitel, ¿cree de verdad que su hijo tiene alguna posibilidad de ser elegido Bürgermeister? Después de todo, Hamburgo siempre ha sido una ciudad de tradición liberal y socialdemócrata…
Los ojos de Eitel proyectaron un láser de desdén y desprecio.
– Lo que de verdad importa es lo que piensen los ciudadanos de Hamburgo, y no lo que personas como usted les dicen que deberían pensar. -Como si de un depredador se tratase, el rostro de Eitel descendió en picado hacia el periodista-. Los ciudadanos de Hamburgo compran la revista de mi hijo… Schau Mal! se ha convertido en la voz del hombre de la calle. Los ciudadanos de Hamburgo quieren que se los escuche, merecen que se los escuche. Mi hijo se asegurará de que así sea, a través de las páginas de Schau Mal! y de él, en calidad de Senator y, a la larga, Erste Bürgermeister.
– ¿Y qué mensaje, exactamente, se escuchará en nombre de los ciudadanos? -Era otro periodista: una mujer atractiva de unos cuarenta y cinco años con el pelo corto color caoba, que llevaba un caro traje negro de Chanel, la falda del cual era lo bastante corta como para dejar ver sus piernas aún firmes y torneadas. Alargó el brazo que sostenía un dictáfono y se apoyó en un guardaespaldas, que le puso una mano fornida en el hombro para apartarla.
– Quita la mano, Schatzchen, o te denuncio por agresión. -Su voz ronca transmitía calma y amenaza en un equilibrio perfecto.
El hombre apartó la mano. Eitel se volvió hacia ella. Como él, la periodista tenía acento del sur. Chocó los talones y asintió con la cabeza ligeramente, a modo de reverencia.
– Gnädige Frau…, permítame que responda a su pregunta. El mensaje que lleva mi hijo (el mensaje de los ciudadanos de Hamburgo) es sencillo: Hamburgo dice basta. Basta de inmigración masiva; basta de camellos que envenenan a nuestros hijos; basta de criminalidad; basta de extranjeros que nos quitan los puestos de trabajo, subvierten nuestra cultura y convierten Hamburgo (y otras grandes ciudades alemanas) en cloacas de crimen, prostitución y drogas.
– ¿Así que echa la culpa a los extranjeros?
– Lo que digo, Gnädige Frau, es que el experimento de la multiculturalidad tan cacareado por los Sozis ha fracasado. -Eitel utilizó la abreviación peyorativa del partido socialdemócrata-. Por desgracia, ahora tenemos que vivir con este fracaso. -Eitel irguió la espalda y se volvió un poco hacia el vestíbulo, mirando por encima de las cabezas de sus guardaespaldas y convirtiendo su respuesta en un discurso semipúblico-. ¿Hasta cuándo tendremos que aguantar este ataque frontal a la vida de los ciudadanos alemanes decentes? Todo nuestro tejido social se está deshilachando. Nadie se siente seguro o a salvo…
Eitel se volvió hacia la periodista y sonrió. Debajo de la gran melena de pelo caoba había un rostro de facciones muy marcadas, unos ojos verdes enormes y penetrantes, una boca grande resaltada con pintalabios bermellón y una mandíbula poderosa.
– Herr Eitel, la revista de su hijo Schau Mal! tiene la reputación de ser sensacionalista y, en varias ocasiones, a ver cómo lo digo, un poco unidimensional en su forma de abordar temas políticos complejos. ¿Es ésta una buena forma de resumir la perspectiva política del Bund Deutschland-für-Deutsche?
Cada pregunta se estrellaba contra el malecón de la buena voluntad de Eitel, erosionándola rápidamente y a un ritmo constante. La sonrisa seguía en su lugar, pero no era la simpatía lo que tensaba su delgado labio superior.
– Hay temas complejos; y hay otros que son sencillos. La destrucción de nuestra sociedad por parte de elementos extrínsecos a ella es un tema sencillo. Y la solución es fácil.
– ¿Se refiere a la repatriación? ¿O al decir solución «fácil» quiere decir solución «final»? -El otro periodista se acercó para formular su pregunta. Eitel no le hizo caso y mantuvo su mirada de láser sobre la mujer.
– Es una buena pregunta, Herr Eitel. ¿Le importaría responder? -La periodista hizo una pausa, pero no lo bastante larga como para dejarle responder-. ¿O preferiría explicar por qué, ya que tanto usted como su hijo tienen una opinión tan inamovible respecto a los extranjeros, el Grupo Eitel está negociando acuerdos inmobiliarios en Hamburgo con empresas de la Europa del Este?
Por una milésima de segundo, Eitel pareció sorprendido. Luego, algo oscuro y malévolo asomó a sus ojos.
En aquel momento, entró un segundo séquito. Más reducido. Más digno. Con menos músculos y más negocios. Eitel se volvió hacia él sin contestar a la pregunta.
– ¡Papá! -Un hombre bajo y fornido, que no mediría más de uno setenta y dos, de pelo negro abundante y de rostro atractivo, arrugado por una gran sonrisa, se acercó a Eitel. Le estrechó la mano con un apretón entusiasta, y levantó la otra para colocarla en el hombro del hombre más alto.
– Y éste, Gnädige Frau, es mi hijo. Norbert Eitel… ¡el próximo Erste Bürgermeister de Hamburgo! -Más flashes de cámaras.
La periodista sonrió, más bien divertida por la disparidad inverosímil de físicos entre padre e hijo que como un gesto de saludo.