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Mahmoot negó con la cabeza.

– No.

– Mírala bien. Creo que era puta. Quizá trabajaba en el negocio del porno.

– Conmigo no, pero no está, bueno, no tiene el mejor de los aspectos en esta foto. Es difícil de decir. -Mahmoot le devolvió la fotografía.

– Quédatela -dijo Fabel-. Pregunta por ahí. Es importante.

– ¿Cómo se llamaba?

– Ése es el problema, Mahmoot. Aparte de Monique, que creemos que sólo era el nombre que utilizaba para ejercer su profesión, no tiene nombre, ni una dirección fija ni siquiera una historia antes de la noche en que fue asesinada. Excepto una cosa: tenía una herida de bala en el muslo derecho. Creemos que se la hizo entre hace cinco y diez años. ¿Te dice algo?

– Lo siento, Jan… Pero deja que husmee un poco por ahí a ver qué puedo descubrir. ¿Cómo la mataron?

– Alguien decidió realizar una clase de anatomía con ella. La abrieron y le arrancaron los pulmones.

– ¡Joder! -La estupefacción de Mahmoot era auténtica. Fabel no había entendido nunca cómo Mahmoot lograba conservar su inteligencia y humanidad, teniendo en cuenta a qué se dedicaba-. ¿Es el gran caso del que hablan los periódicos?

– Me temo que sí -dijo Fabel-. Este tipo es nuestra prioridad número uno. Tiene toda la pinta de tratarse de un asesino en serie. Tengo que atraparlo antes de que se le abra de nuevo el apetito.

– Haré lo que pueda. Pero ya sabes que tengo que tener cuidado. Mi círculo social no es precisamente famoso por su conciencia cívica. Si creen que trabajo para la poli, seré yo quien acabe en el depósito.

– Ya lo sé. Y quiero que tengas especial cuidado con este tema…

– ¿Por qué?

– Hay muchas cosas en todo esto que no me gustan. De repente, el BND se ha puesto a husmear en el caso…, y el dueño del piso es un ex agente del Mobiles Einsatz Kommando.

Mahmoot se sobresaltó.

– ¿Hans Klugmann?

A Fabel le sorprendió que Mahmoot conociera el nombre.

– ¿Lo conoces?

– Vagamente. Nuestros caminos se han cruzado alguna vez, por decirlo de alguna forma. -Mahmoot se irguió y dio un paso hacia atrás-. Oh, no… Espera un segundo… Klugmann trabaja para Ersin Ulugbay y Mehmet Yilmaz, ¿verdad?

– Eso creemos.

– Mira, Jan, te ayudo siempre que puedo. Después de todo, te lo debo. Pero esto es distinto. No voy a husmear en los asuntos de Ulugbay. No sólo es el padrino más importante de la mafia turca de Hamburgo, sino que está loco de atar, joder.

– Vale, vale, ¡tranquilo! -Fabel levantó las manos como si quisiera poner freno a la vehemencia de la negativa de Mahmoot-. No quiero que hagas nada arriesgado, tan sólo que estés atento. Que veas si puedes enterarte de algo sobre Klugmann. ¿Qué sabes de él, de todas formas?

– Sólo que la mitad del tiempo trabaja de matón para Ersin Ulugbay y la otra mitad hace de chulo por cuenta propia. Es un chulo de poca monta, pero es bastante chungo, por lo que dicen. Tiene novia: Sonja Brun. Es bailarina del Paradies-Tanzbar. Antes era puta, trabajaba para él, pero Klugmann la sacó de la calle. El amor antes que los negocios, al parecer.

– ¿De qué la conoces?

– Del Elixir…., ya sabes, la revista de porno duro. Me contrataron para un par de sesiones hará unos seis meses. Sonja era una de las chicas. Es buena chavala. Se me revolvía el estómago cuando la veía hacer las cosas que tuve que fotografiar. Bueno, el caso es que Klugmann la pasó a recoger después de la sesión. No era un hombre alegre. Se enfadó un poco con Sonja al salir. Fue entonces cuando dejó la calle y dejó de dedicarse a la fotografía porno.

– ¿Qué me dices del Paradies-Tanzbar?

– Básicamente, Klugmann es el matón del local. El Paradies es un negocio legal, no se llevan a cabo actividades dudosas. El dinero entra de la manera habituaclass="underline" hombres de negocios gordos y borrachos de Frankfurt o Stuttgart que ven los espectáculos del escenario y que están demasiado mamados para darse cuenta de que les están cobrando treinta euros por una copa de vino barato. Pero en el local no se folla. Ulugbay compró el Paradies hará un año, a precio de ganga, al parecer. Luego puso a Hoffknecht para que lo dirigiera, lo que fue como colocar a un vegetariano al frente de una carnicería. Puedes tener por seguro que Hoffknecht deja a las chicas en paz. Al parecer, le van más los chicos de dieciocho años. Por lo que sé, el trabajo de Klugmann consiste en mantener a raya a los alborotadores, y si algún «cliente» monta un número porque los precios son desorbitados, él ayuda a explicarles la factura, tú ya me entiendes. -Mahmoot se quedó un momento callado, sacudió la cabeza con desaprobación y soltó una risa irónica. Luego, en su rostro apareció su sonrisa habitual-. De acuerdo… Husmearé un poco y hablaré con Sonja. Incluso tendré una charla con ese viejo marica de Hoffknecht. A ver qué descubro. Pero no te prometo nada.

Fabel sonrió.

– De acuerdo. Gracias, Mahmoot. Aquí tienes lo de siempre para cubrir gastos… -Fabel sacó un sobre abultado del bolsillo interior y se lo entregó a Mahmoot, quien se lo metió deprisa en el bolsillo de la chaqueta de piel.

– Hay una cosa más que deberías saber sobre la banda de Ulugbay si es que no la sabes ya…

– ¿Ah, sí? ¿De qué se trata?

– Están un poco presionados. Muy presionados, de hecho. Se habla de que hay una organización ucraniana nueva en la ciudad…

– Creía que de todas formas ya había una guerra de territorios entre turcos y ucranianos…

– Ahora ya no. Esta nueva organización ha asumido el control de todas las bandas ucranianas que hay. Las viejas aún existen y siguen teniendo a sus jefes de siempre, pero pagan «impuestos» a la nueva organización y no tienen permitido luchar entre ellas o con los turcos. El rumor es que han obligado a Yilmaz, el primo de Ulugbay, a llegar a un trato con la nueva organización. Se dice que está presionando mucho a Yilmaz para que acelere su plan de legitimar el negocio de Ulugbay…, para que se retire, por así decirlo, de su negocio ilegal. Al parecer, el propio Ulugbay está muy cabreado por todo este asunto.

– ¿Y quién dirige esta nueva organización?

– Ése es el tema. Se supone que esta banda ucraniana nueva sólo tiene unos diez o doce hombres dirigidos por algún cabronazo.

Fabel miró hacia el agua, sopesando lo que acababa de contarle Mahmoot. ¿Por qué demonios Buchholz y Kolski no le habían comentado nada de aquello? Había que reconocer que no era un dato clave en su investigación, pero podría tener algo que ver. Se volvió hacia Mahmoot.

– Lo que no entiendo es que si esta banda nueva es tan pequeña, ¿por qué los otros ucranianos, o los turcos, no la han borrado del mapa?

– No has oído cómo hablan los ucranianos (o, mejor dicho, cómo no hablan) sobre estos tipos. A ver, conoces a Yari Varasouv, ¿verdad? -Fabel asintió: Varasouv era un matón ucraniano gigantesco, sospechoso de diversos asesinatos del hampa. Se decía que estaba especializado en matar a sus víctimas a golpes que propinaba sólo con sus manos enormes. La policía de Hamburgo nunca había podido reunir las pruebas suficientes para encerrarlo-. Pues incluso Varasouv susurra cuando habla de esta gente, joder. Al parecer, ha aceptado prejubilarse a instancias de sus nuevos jefes. Hazme caso, esta nueva organización le da un miedo que te cagas. Y los ucranianos son tipos durísimos; es casi como si les asustara algo más aparte de la amenaza de morir.

– Sigo sin comprender qué tienen de especial estos nuevos rostros.

– Corre el rumor de que son ex Spetznaz…

– ¿Y qué? Sé que eso los convierte en gente sumamente peligrosa, pero la mitad de las mafias rusas, ucranianas y bálticas de Europa emplean a matones de las fuerzas especiales ex soviéticas…

Mahmoot negó con la cabeza con impaciencia.