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– ¿Qué quiere decir?

Dorn volvió a dejar el periódico sobre la mesa. Levantó la mano con un gesto que sugería a Fabel que tendría que tomarse las cosas con calma y esperar a que expusiera su tesis. Era un gesto al que Fabel se había acostumbrado cuando era un ávido estudiante.

– ¿Quiénes somos? -preguntó Dorn-. ¿Qué somos? Los alemanes, me refiero.

Fabel frunció el ceño.

– No entiendo…

– El concepto de la identidad alemana… ¿qué es?

Fabel se encogió de hombros.

– No lo sé -dijo-. Y no me importa. Ningún otro tema ha causado a Alemania, y al mundo, tanto sufrimiento y destrucción.

– Correcto -dijo Dorn-. El concepto de la identidad alemana es un mito. Un mito que nuestro pintorcillo austríaco de brocha gorda convirtió en una historia falsa hasta que Alemania se la creyó. Una de las lecciones más importantes que he aprendido como historiador es que sólo existe el presente. Sólo el presente tiene una forma inmutable, inflexible; el pasado es lo que nosotros elegimos hacer de él. Nuestro presente moldea la historia, no al revés. Hemos dedicado los últimos dos siglos a reinventar nuestro pasado: a remodelar nuestra identidad cuando nunca la hemos tenido. El hecho es que no existe una raza alemana. Somos una mezcolanza de escandinavos y eslavos, celtas, itálicos y alpinos…; un batiburrillo unido por una lengua y una cultura, no por una etnicidad.

– ¿Adonde quiere llegar? ¿Qué tiene que ver todo eso con estos asesinatos?

Dorn sonrió.

– ¿Crees que el dios Tuisto nació de la tierra de Alemania? ¿Y que a través de sus tres hijos fue el creador de las tres tribus puras de germanos?

– Claro que no. Es sólo mitología.

– ¿Crees en el dios Wotan? ¿O en el panteón escandinavo de los dioses, encabezado por el equivalente de Wotan, Odín?

– No -respondió Fabel-. Lo mismo, sólo es mitología. Mire, no entiendo qué tiene que ver esto con… -De nuevo, Dorn levantó la mano para hacer callar a Fabel.

– Sí que son mitos. Falsedades. Pero, como ya has señalado, creer en mitos puede ser algo poderoso y destructivo. -Dorn cogió con rapidez el periódico y se lo lanzó a Fabel-. Él sí cree en ellos.

– ¿Qué? -la confusión de Fabel era auténtica-. ¿Quién?

– Tu asesino. Cada vez que mata de esta forma, está aludiendo a algo… -Dorn miró al techo, pero era evidente que su mente estaba en otra parte-. Ha viajado mil años en el tiempo…, ha penetrado en la oscuridad del pasado para quedarse con un fragmento que dé sentido a su presente. Sería algo extraordinario si no fuera tan espantoso.

Dorn salió de repente de su ensimismamiento y miró de nuevo a Fabel.

– ¿Está diciendo que hay algún tipo de conexión mitológica o histórica en estos asesinatos? -preguntó Fabel.

– El Águila de Sangre.

Dorn sostuvo la mirada de Fabel.

– ¿El qué?

– El Águila de Sangre. Los motivos de tu asesino no son sexuales, sino religiosos. Está haciendo sacrificios.

– ¿Sacrificios? ¿El Águila de Sangre? Lo siento, profesor, pero ¿de qué demonios está hablando?

– Como sabes, esta zona del norte de Alemania fue la patria de los escandinavos. Fueron los sajones los que fundaron la aldea de Hamm. Los francos y los obodritas eslavos la conquistaron y la convirtieron en Hammaburgo. Y luego llegaron los vikingos de Dinamarca. Fíjate en Altona, en el centro mismo de la Hamburgo moderna; fue una ciudad danesa hasta el siglo XVIII. La nuestra es la sangre de los vikingos…, entre otros, por supuesto. Los dioses a los que se adoraba eran Freya, Balder, Thor, Loki…, Odín. Estos dioses nórdicos estaban lejos de ser perfectos. Eran temperamentales, petulantes, envidiosos, avariciosos e iracundos. El sabio Odín, el padre de los dioses, el Zeus nórdico, no era ninguna excepción. Era su favor por encima de todo lo que ansiaban nuestros antepasados. -Dorn hizo una pausa. Alargó el brazo y cogió dos tomos que había sobre la mesa-. Odín exigía sacrificios. Como todos los dioses. Pero cuanto más importante era el dios, mayor era el sacrificio. Por ejemplo, Adam de Bremen escribió en sus crónicas sobre, bueno, supongo que podría llamarse así, una «fiesta» en Ubsola, o Uppsala, como se conoce hoy en día. Esta fiesta se celebraba cada nueve años y duraba nueve días. Todo el mundo (rey, cacique o plebeyo) tenía que hacer una ofrenda. De hecho, un rey vikingo cristianizado, el rey Inge I, fue depuesto por no tomar parte. En cada uno de los nueve días que duraba la fiesta, se cortaba el cuello a nueve seres vivos machos (ganado, aves y humanos) y se los colgaba del revés en la arboleda que había al lado del templo. Asombroso. Todo porque el número nueve era importante en el culto a Odín. Bueno, lo que digo es que Odín exigía sacrificios humanos. Y que una de las formas que a menudo tomaban estos sacrificios era la del Águila de Sangre.

– ¿Qué consistía en…? -Fabel notó que la adrenalina recorría su cuerpo.

– Era una ofrenda que llegaba por sus propios medios a la guarida de Odín. Un humano al que se le daban las alas de un águila.

– ¿Y cómo funcionaba la cosa exactamente? -preguntó Fabel, aunque ya conocía la respuesta.

Dorn miró directamente a Fabel a los ojos y sin pestañear.

– Se cogía a un prisionero. Quizá a una mujer que se traían de los asaltos vikingos. La desnudaban y la ataban, brazos y piernas abiertos. Luego, el sacerdote de Odín cogía un sable y le abría el abdomen…

Fabel notó que el corazón empezaba a latirle con fuerza mientras Dorn hablaba.

– Estos sacerdotes tenían la habilidad de un cirujano. Sus sablazos abrían en canal a la víctima, supuestamente sin dañar los órganos esenciales y sin matarla. Luego, le arrancaban los pulmones y los lanzaban por encima de los hombros. Las alas del Águila de Sangre, ¿entiendes? Unas alas que podían volar hasta Odín.

Fabel se quedó sentado mirando a Dorn. Era como si estuviera en el corazón de una explosión silenciosa; en una calle en la que miles de alarmas acababan de dispararse.

– ¿Es un hecho histórico documentado?

– Documentado, sí. Histórico, sí. Pero qué parte de la historia documentada es un hecho depende de la perspectiva del cronista. De todos los asaltantes, los vikingos eran los más temidos. En las crónicas de la época se los describía como demonios. -Dorn pasó las páginas de uno de los tomos-. Sí, aquí está. Las víctimas podían ser de ambos sexos. Por ejemplo, aquí aparece un relato de un príncipe inglés a quien los vikingos hicieron prisionero y por el que pidieron un rescate. El rescate no se pagó, así que lo ofrecieron a Odín como un Águila de Sangre. Hay varios incidentes como éste documentados. -Se detuvo en otra página-. Es un relato de un obispo de una de las islas escocesas.

– ¿Y nuestro asesino está emulando estos sacrificios? -La voz de Fabel aún estaba llena de incredulidad.

– Y tanto. He leído algunos detalles en el periódico. Vi que intentabais mantener lo máximo posible en secreto, pero por lo que se ha dicho sobre el despedazamiento, he imaginado el resto.

– No puedo creerlo. Es espantoso.

– Para nosotros, sí -dijo Dorn-. Pero para el asesino es algo noble. Una cruzada. Cree que está sirviendo a los antiguos dioses. Tiene de su lado la autoridad moral más alta. Es un proselitista, un misionero que le devuelve a Alemania su fe verdadera. -Dorn dejó el libro-. Estás tratando con las fuerzas más oscuras que puedas imaginar, Jan. Este asesino es un verdadero creyente. Y aquello en lo que cree es verdaderamente apocalíptico, en un sentido que la mente cristiana no puede comprender. Los vikingos también tenían su día del Juicio Final. El Ragnarok. Pero el apocalipsis bíblico no es nada comparado con el Ragnarok. Un tiempo en el que Odín y los aesir se unen para luchar contra Loki y los vanir. Una época de fuego y sangre y hielo cuando la tierra y el cielo y todos los seres vivos quedan destruidos. Esta «Águila de Sangre» cree en todo eso. Su misión es ver cómo se desploman los cielos y se llenan de sangre los océanos.