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Silencio.

– Quizá le guste su trabajo. Quizá se le ponga dura cuando les da a estas chicas su merecido. Quizá lo de esta noche lo hizo usted, para divertirse…

Klugmann estalló.

– No sea estúpido. Ya ha visto cómo estaba la habitación. Si hubiera sido yo, estaría todo manchado de sangre.

– Quizá se quitó la ropa antes de darse el gustazo… Quizá tendríamos que pedirle al equipo forense que lo examinaran bien.

– Hagan lo que les dé la puta gana… Muy bien, trabajo para Ulugbay. Eso no tiene nada que ver con lo que ha sucedido esta noche en el piso. No tiene nada que ver con él, y no lo voy a implicar. No me dan ustedes tanto miedo como los putos turcos. Ya saben cómo funciona esto… Si creen que he hablado con ustedes, acabaré en el bosque con la cara rajada.

Fabel sabía a qué costumbre se refería Klugmann, una de las preferidas de la mafia turca: si alguien se la jugaba en un negocio de drogas, o daba información a la policía, aparecería muerto en el bosque al norte de Hamburgo. Sin manos, con los dientes destrozados y el rostro cortado. Aquello dificultaba, y a veces hacía imposible, la identificación de la víctima, y retrasaba las investigaciones hasta el punto de que a menudo el rastro se enfriaba tanto que impedía lograr una condena.

– Vale, vale…, cálmese -dijo Fabel-. Pero tiene que comprender que usted es la única persona que podemos situar en el apartamento.

– Sí, claro…, durante treinta segundos, joder. En cuanto la he visto… así… he salido pitando a llamarlos.

– ¿No ha utilizado el teléfono de la casa?

– No. He llamado desde el móvil. No he podido quedarme ahí dentro. He tenido que salir.

– ¿Ha llegado sobre las 2:30? -preguntó Fabel.

– Sí.

– ¿Y no ha tocado nada?

– No. Tal como he entrado, he salido.

– ¿Cómo ha entrado? ¿Tiene llave?

– No. Bueno, sí, sí tengo llave, pero no la he utilizado. La puerta no estaba cerrada, estaba entreabierta.

– Su llamada a la Polizeidirektion está registrada a las 2:35. ¿Dónde se encontraba antes de ir al apartamento?…

– En el Paradies-Tanzbar, trabajando.

– ¿Hasta qué hora, exactamente?

– Hasta la 1:45, más o menos.

– No se tardan tres cuartos de hora en ir de la Grosse Freiheit al piso.

– Tenía unos asuntos pendientes…

– ¿Qué asuntos?

Klugmann abrió las manos, con las palmas hacia arriba, y ladeó la cabeza. Fabel cogió su bolígrafo y lo movió entre los dientes.

– Si no puede o no quiere decírnoslo, eso le da la oportunidad de matar a la chica, limpiarse y afirmar que acababa de llegar cuando ha encontrado el cuerpo.

– Vale, vale… He ido a ver a un tipo que conozco en el Hafen…, he comprado material…

– ¿A quién?

– No hablará en serio…

Fabel le lanzó una fotografía de la escena del crimen deslizándola por la mesa. La escena había sido captada a pleno color, con tanta intensidad que parecía irreal.

– Esto no es una broma.

Klugmann se quedó helado, y su rostro, blanco. Era evidente que los recuerdos acudían en tropel a su mente.

– Era una amiga. Eso es todo.

Werner soltó un suspiro. Klugmann no le hizo caso y miró fijamente a Fabel.

– Y usted sabe que no la he matado yo, Herr Fabel… -La intensidad desapareció de sus ojos y de su pose-. De todas formas, he cogido un taxi para ir del club al Hafen. El taxista me ha esperado mientras me reunía con ese tipo y luego me ha llevado al apartamento. Me ha dejado allí sobre las 2:30. Puede informarle de todos mis movimientos desde que he salido del club hasta que he llegado al piso. Hablen con la empresa de taxis.

– Estamos en ello.

Fabel cerró la carpeta y se levantó. Parecía claro que Klugmann no era el asesino; no tenían una base sólida para retenerlo, ni siquiera como testigo relevante. Sin embargo, el interrogatorio había inquietado a Fabel.

Klugmann parecía exactamente lo que se suponía que era, pero Fabel tenía la impresión de estar mirando un mapa al revés: todos los puntos de referencia estaban ahí, pero desorientaban en vez de guiar. Con las dos carpetas debajo del brazo,

Fabel se dirigió hacia la puerta y habló sin volverse para mirar a Klugmann.

– De todas formas, le pediremos al equipo forense que lo examine y analice su ropa.

Todo en Maria Klee era energía y perspicacia, desde el acento cortado de Hamburgo hasta el pelo rubio corto y estiloso. Cuando Fabel salió de la sala de interrogatorios, ella estaba esperándolo en el pasillo. Tenía un folio en la mano.

– ¿Cómo ha ido? -le preguntó con brío.

Fabel estaba a punto de contestarle cuando un agente de uniforme de la Schutzpolizei llegó para escoltar a Klugmann hasta el departamento forense. Los ojos de Klugmann y de Maria se encontraron un instante; pareció que Klugmann tenía la mirada perdida, como si Maria no estuviera allí, mientras que ella frunció el ceño, como si intentara descifrar algo.

– ¿Lo conoces? -le preguntó Fabel cuando Klugmann y su escolta ya no podían oírlos.

– No lo sé… Me parece que me suena, pero no sabría decirte de qué…

– Bueno, es posible. Es ex agente de la policía de Hamburgo.

Maria volvió a encogerse de hombros, esta vez como si se sacudiera de encima una incoherencia irritante.

– Bueno, ¿cómo ha ido la cosa?

– Es evidente que no es nuestro hombre, pero no es trigo limpio. Tiene algo raro. Hay algo que no nos ha contado. De hecho, hay muchas cosas que no nos ha contado. ¿Cómo te ha ido a ti?

– He hablado con el director del Tanzbar, Arno Hoffknecht. Ha confirmado que Klugmann estuvo allí hasta la 1:30.

– ¿Es posible que Hoffknecht lo esté encubriendo?

– Bueno, si no lo ves no te lo crees. Qué tipo más sórdido. Se me ha puesto la piel de gallina. -Maria hizo como si se estremeciera-. Pero no, no está encubriendo a Klugmann. Hay demasiada gente que lo vio durante su turno. La Kriminalpolizei de la comisaría de Davidwache ha comprobado también la declaración de Klugmann de que fue a todas partes en el mismo taxi…

– Acaba de contarnos la misma historia.

– En cualquier caso, el taxista confirma que recogió a Klugmann en el club a la 1:45, que lo llevó a una Kneipe del Hafen (Klugmann le dijo que esperara) y luego lo dejó en el piso a las 2:30.

– Muy bien. ¿Algo más?

– Sí, me temo que sí -dijo Maria, y le dio a Fabel la copia impresa del mensaje de correo electrónico que tenía en la mano.

Miércoles, 4 de junio. 10:00 h

Polizeipräsidium (Hamburgo)

Fabel volvió a leerlo en voz alta, luego dejó la página en la mesa y fue hacia la ventana. La sala de información estaba en la tercera planta del Polizeipräsidium. El tráfico de la calle latía con el cambio de los semáforos: el ritmo tranquilizador de la vida de Hamburgo.

– ¿Y el mensaje iba dirigido a ti personalmente? -preguntó Van Heiden.

– Sí, igual que el último. -Fabel bebió un poco de té. Estaba tan flojo que casi no sabía a nada: tal como les gusta a los frisones; tal como le gustaba a Fabel. Siguió de espaldas a los demás, mirando a través de la lluvia, más allá del Winterhuder Stadtpark, a donde la ciudad se elevaba hacia el cielo plomizo.

– ¿No hay forma de rastrear el mensaje? -preguntó Van Heiden.

– Por desgracia no, Herr Kriminaldirektor -contestó Maria Klee-. Parece que nuestro amigo tiene un conocimiento muy sofisticado de la tecnología de la información. A menos que lo pillemos cuando esté conectado, no hay forma de localizarlo. Incluso en ese caso sería improbable.