– ¿La sección técnica lo ha estudiado?
– Sí, señor -dijo Maria Klee. Fabel seguía sin volverse; continuaba centrado en el tráfico denso de la calle-. También tenemos a un experto independiente examinando el mensaje. No hay forma de rastrearlo.
– Es perfecto -dijo Fabel-. Una carta o una nota anónimas nos aportan pruebas físicas; podemos buscar el ADN, realizar análisis de la letra, identificar de dónde han salido el papel y la tinta…; pero un mensaje de correo electrónico tiene una presencia electrónica. Desde el punto de vista forense, no existe.
– Pero yo creía que era imposible enviar un mensaje de correo electrónico anónimo -dijo Van Heiden-. Debemos de tener una dirección IP.
A Fabel le sorprendieron los conocimientos que tenía Van Heiden de la tecnología de la información.
– Así es. Tenemos dos mensajes de correo electrónico distintos, cada uno con una dirección y una identidad de proveedor de acceso a internet distintas. Hemos rastreado las dos y hemos descubierto que nuestro hombre ha entrado en lo que debería ser una red de seguridad impenetrable y ha abierto cuentas falsas… Luego, ha enviado los mensajes desde estas cuentas.
Fabel se apartó de la ventana. Había seis personas sentadas a la mesa de cerezo. Los cuatro miembros principales del equipo de la Mordkommission de Fabel -Werner Meyer, Maria Klee, Anna Wolff y Paul Lindemann- estaban sentados juntos a un lado. En el otro, estaba una mujer atractiva de pelo oscuro y de unos treinta y cinco años, la doctora Susanne Eckhardt, la psicóloga criminal. Presidiendo la mesa estaba Horst Van Heiden, Leitender Kriminaldirektor de la policía de Hamburgo: el jefe de Fabel. Van Heiden se levantó de la silla; parecía que su destino genético era ser policía; incluso ahora, con su traje gris claro de Hugo Boss, lograba transmitir la impresión de que llevaba uniforme. Anduvo los pocos pasos que había hasta la pared de la sala de información, en la que grandes fotografías en color, tomadas desde distintos ángulos, mostraban el cuerpo despedazado de la joven. Sangre por todas partes. Huesos blancos asomaban relucientes entre la sangre y la carne. Dos mujeres distintas, dos escenarios distintos, pero el horror que presidía las imágenes era el mismo: los pulmones extraídos y colocados fuera del cuerpo. Los ojos de Van Heiden examinaron el honor, manteniendo el rostro impasible.
– Supongo que ya sabes quién me espera (nos espera) arriba, ¿no, Fabel?
– Sí, Herr Kriminaldirektor. Lo sé.
– Y ya sabes que me está haciendo la vida imposible para que acabemos con… con esto.
– Soy muy consciente de las presiones políticas que tiene, señor. Pero lo que a mí me preocupa es evitar que otra pobre mujer acabe siendo víctima de este animal.
Los pequeños ojos azules de Van Heiden brillaron con cierta frialdad.
– Mis prioridades, Herr Kriminalhauptkommissar, son exactamente las que deberían ser. -Volvió a mirar las imágenes-. Tengo una hija que tiene más o menos la edad de la segunda víctima. -Se volvió hacia Fabel-. Pero no me hace ninguna falta tener al Erste Bürgermeister de Hamburgo todo el día encima.
– Como le he dicho, señor, todos estamos intentando atrapar a este cabrón cuanto antes.
– Otra cosa. Todo eso de «extender las alas del águila» y «nuestra tierra sagrada»… No me gusta. Suena a algo político. El águila… ¿El águila alemana?
– Podría ser -dijo Fabel, mirando a Susanne Eckhardt.
– Podría ser… -confirmó ésta. Al hablar, en su voz se coló un acento del sur; de Múnich, le pareció a Fabel-. Pero el águila es una imagen psicológica potente en cualquier cultura, un símbolo de poder y depredación. El águila podría ser su metáfora: observa, vuela en círculos, sus presas no la ven, y se abalanza silenciosa sobre su objetivo. Es más probable que esté motivado por un impulso sexual profundamente sublimado y abstraído que por una ideología política extremista. Este hombre no es un fanático: es un psicótico. Es distinto…, aunque tengo que admitir que la religiosidad del mensaje de correo electrónico (la sensación de cruzada) y el método en forma de ritual de las muertes me preocupan.
– ¿Estáis buscando a un neonazi loco, o no? -La voz de Van Heiden tenía un tono agresivo.
– Lo dudo. Lo dudo mucho. Las víctimas no tienen un origen étnico no alemán, no son el objetivo típico de los ataques neonazis. Pero no puedo excluir esa posibilidad. Creo que es más probable que se trate de una cruzada personal. -Susanne Eckhardt tenía la expresión de alguien que intenta recordar dónde ha dejado las llaves del coche.
– ¿Qué pasa, Frau Doktor? -preguntó Fabel.
La doctora Eckhardt soltó una risita casi patética.
– No es nada… o al menos nada que resistiera un examen profesional riguroso o incluso objetivo…
– Por favor, compártalo con nosotros de todas formas -dijo Van Heiden.
– Bueno, tan sólo es que este mensaje de correo electrónico presenta al clásico psicótico socialmente disfuncional. Está todo ahí: sentimientos de desplazamiento y aislamiento social; una moralidad pervertida que tiene un objetivo; identificación con un símbolo elevado de depredación…
Fabel sintió que una corriente eléctrica recorría el vello de su nuca. Otra cosa que era demasiado correcta.
– No lo entiendo. -Estaba claro que Van Heiden no captaba el mensaje implícito-. Ha dicho que no había duda de que el mensaje era auténtico; que lo había escrito nuestro asesino.
– No…, bueno, sí… -Eckhardt se rió de nuevo, dejando ver unos dientes perfectos que relucían como la porcelana-. En realidad, no sé lo que estoy diciendo. Sólo que si yo tuviera que sentarme a escribir la misiva de un asesino en serie, habría incluido todos estos elementos.
– ¿Está diciendo que el mensaje es falso? ¿O que es auténtico? -La voz de Van Heiden adoptó de nuevo un tono agresivo-. Estoy confuso…
– Seguramente es auténtico. Dos asesinatos, dos mensajes recibidos. Si se trata de un impostor o de alguien que confiesa crímenes compulsivamente, el don que tiene de la oportunidad es increíble. Sólo establezco una proposición. No… una observación. -Examinó la sala en busca de apoyo. Lo encontró: Fabel asentía pensativo con la cabeza.
Van Heiden no le hizo caso.
– Eso es… aventurarse… ¿Tenemos algo más, Fabel?
– Este asesinato me preocupa especialmente -dijo Fabel-. Hay varias anomalías. De hecho, hay varias cosas que no sabemos sobre la víctima.
– Como su identidad… -dijo Van Heiden. Fabel no captó si era un comentario sarcástico o no.
– Estamos trabajando en ello.
Van Heiden hojeó las páginas del informe.
– ¿Qué hay del ex agente este del Mobiles Einsatz Kommando que estaba relacionado con la víctima? No me gusta la idea de que un ex agente de la policía de Hamburgo fuera el chulo de una prostituta. A los medios de comunicación les encantan estas cosas.
– Por desgracia, hemos tenido que soltarlo -dijo Fabel-. Pero lo estamos siguiendo. Lo vigilaremos las veinticuatro horas del día. Estoy convencido de que oculta pruebas, pero no puedo demostrarlo.
– ¿Ha visto su hoja de servicios?
– Acaba de llegarme -dijo Fabel, que se sentó y apoyó los codos en la mesa. Exageró un poco la tranquilidad de su postura: sabía que aquella informalidad ponía nervioso a Van Heiden, y le divertía irritarlo-. Aún no he tenido tiempo de mirarla, pero parece ser que Klugmann era un agente estrella que prometía mucho, hasta que lo acusaron de posesión de drogas. Antes de ingresar en la policía de Hamburgo, era Fallschirmjäger…
– ¿Paracaidista del ejército?
– Sí. La base perfecta para el Mobiles Einsatz Kommando. -Fabel soltó una risita-. Te dan la formación necesaria para hacer todo lo que se te ocurra con un arma.
Van Heiden se enojó.
– El MEK realiza una función muy valiosa. Y son agentes de policía igual que nosotros. ¿Cómo era la hoja de servicios de Klugmann?