– ¿Robo? ¿O se trata de un acto de vandalismo? -preguntó lacónicamente Bond.
– Pues un poco de ambas cosas. Hay un desorden total. Para mí, es un trabajo profesional disfrazado de tal forma que parezca obra de unos entusiastas aficionados. Y lo más curioso es que no queda en la casa el menor rastro de correspondencia. Levantaron incluso el entarimado.
– ¿Y has venido aquí al amanecer sólo para decirme eso?
– Bueno, tú parecías interesado por el asunto del castillo de Ashford y pensé que deberías saberlo. Además, conociendo la clase de trabajo que haces, consideré oportuno informarte de otra cosa.
Bond asintió, animándole en silencio a proseguir.
– ¿Has oído hablar alguna vez de un tipo llamado Smolin? -preguntó Murray con la mayor indiferencia-. Maxim Smolin. Nuestra rama en Londres, y supongo que la gente para la que tú trabajas también, le conoce bajo el estúpido nombre en clave de Basilisco.
– Hum -refunfuñó Bond.
– ¿Quieres conocer la historia de éste tipo o ya la conoces, Jacko?
– De acuerdo, Norm… -dijo Bond sonriendo.
– Y no me sigas llamando Norm si no quieres que te envíe a la cárcel bajo una falsa acusación que te impida regresar a la República de Irlanda de por vida.
– De acuerdo, Norman. Maxim Anton Smolin; nacido en mil novecientos cuarenta y seis en Berlín, hijo de una dama alemana llamada Christina von Geshmann y de un general soviético apellidado Smoun de quien ella era amante por aquel entonces. Alexei Alexeiovich Smolin. El joven Smolin recibió el apellido de su padre y la nacionalidad de su madre. Se educó en Berlín y en Moscú. Su madre murió cuando él contaba apenas dos años. ¿Es éste tu hombre, Norman?
– Sigue.
– Entró en la carrera militar a través de una de esas escuelas rusas tan bonitas; no recuerdo bien cuál de ellas. Pudo ser el Ejército Trece. Sea lo que fuera, le asignaron desde muy joven un destino y después lo enviaron al Centro de Adiestramiento Spetsnaz… especializado en la formación de la elite, si es que te gustan esta clase de asesinos de elite. El joven Maxim se abrió camino y fue invitado a formar parte del brazo más secreto del espionaje militar, el GRU. Esa es la única forma de poder entrar en el GRU, a diferencia de lo que ocurre en el KGB que te recoge de la calle si tú te ofreces. Desde allí, y a través de una serie de puestos, Smolin regresó a Berlín Este como oficial de alta graduación del HVA, el servicio de espionaje de la Alemania del Este.
»Nuestro Maxim hace de todo: es un topo dentro de una madriguera de topos, trabaja con la HVA que, a su vez, tiene que colaborar con el KGB y hace, de paso, algún que otro trabajito por su cuenta, porque, en realidad, es un miembro de GRU.
– Te conoces a éste hombre al dedillo -dijo Murray muy sonriente-. ¿Sabes lo que dicen del GRU? Dicen que cuesta un rublo entrar y dos salir. Parece casi un dicho irlandés. Es muy difícil llegar a convertirse en oficial del GRU, y más difícil todavía saltar la tapia una vez dentro, porque, de hecho, sólo hay una forma de salir de allí… Con los pies por delante. Les encanta adiestrar a los extranjeros, y no olvidemos que Smolin es ruso sólo a medias. Me dicen que ostenta un gran poder en la Alemania del Este. Hasta los hombres del KGB le tienen respeto.
– ¿Y bien, Norman? ¿Tienes algo más que decirnos sobre él? -preguntó Bond.
– Mira, Jacko, todo el mundo cree que en esta isla dividida sólo tenemos un problema, el norte y el sur. Pero se equivocan de medio a medio y estoy seguro de que tú lo sabes. El llamado Basilisco llegó a la República de Irlanda hace dos días. Cuando me enteré de eso tan horrible que ocurrió en el castillo de Ashford, Jacko, recordé que había habido dos asesinatos parecidos al otro lado del estrecho y me vino a la mente una cita.
– ¿Ah, sí?
– Se ha escrito algo que viene que ni pintado a propósito de la Dirección General de Inteligencia Soviética, es decir, el GRU. El tipo era un desertor del GRU, apellidado Suverov. Y escribía acerca de la gente que no sabe estarse quieta y revela secretos. «¡El GRU sabe cómo arrancar estas lenguas!», escribió. Es curioso, ¿verdad, Jacko?
Bond asintió con aire solemne. Los historiadores de los Servicios Secretos tendían a restar importancia al GRU, el espionaje militar soviético, considerando que había sido engullido por el KGB.
– Según un autor, el GRU está completamente dominado por el KGB. Otro señalaba que el hecho de considerar al GRU como un organismo aparte era un puro ejercicio académico. Ambos conceptos eran erróneos. El GRU trata por todos los medios de conservar su propia identidad.
– ¿En qué piensas, Jacko? -preguntó Murray, Poniéndose más cómodo en la cama.
– Estaba pensando, sencillamente, que los integrantes de la flor y nata del GRU son más mortíferos que los miembros correspondientes del KGB. Hombres como Smolin están mejor adiestrados y carecen del menor escrúpulo.
– Smolin está aquí, Jacko y… -Murray hizo una pausa y su sonrisa se transformó en una mueca-. Y hemos perdido la pista de éste hijo de puta, discúlpeme estas palabras, miss Dare.
– Arlington -musitó Heather sin convicción.
Bond la vio nerviosa y un poco triste.
– Dare, Wagen, Sharke, ¿qué más da? -dijo Norman Murray, levantando una mano. Después bostezó y se desperezó-. Ha sido una noche muy larga. Tengo que irme a dormir.
– ¿Que le habéis perdido la pista? -preguntó Bond, mirándole con dureza.
– Ha desaparecido, Jacko. Porque eso a Smolin siempre se le ha dado muy bien… Es un verdadero Houdini. Hablando de Houdini, Smolin no debe de ser el único que anda suelto por ahí.
– ¿No me digas que también has perdido la pista del Presidente del Comité Central?
– No es momento para bromas, Jacko. Nos han facilitado una pequeña información. No es gran cosa, pero menos da una piedra.
– ¿Podríamos agarrarnos a ella?
– Yo que tú, si fuera verdad, preferiría no hacerlo, Jacko B.
– ¿Y bien?
– Dicen que alguien situado mucho más arriba que Smolin se encuentra en Irlanda. No es seguro, pero corren insistentes rumores. Aquí hay un pez de los más gordos. Es lo único que puedo decirte. Y ahora, buenas noches a los dos. Que soñéis con los angelitos.
Murray se levantó y, dirigiéndose a un rincón, recogió su Walther.
– Gracias, Norman. Mil gracias por todo -Bond le acompañó a la puerta-. ¿Puedo preguntarte una cosa?
– Habla por esta boca. Las respuestas son gratis.
– Le has perdido la pista al camarada Smolin…
– Sí. Y ni siquiera hemos tratado de olfatear la presencia del otro, si es que efectivamente está aquí.
– ¿Le seguís buscando?
– Hasta cierto punto, sí. La mano de obra es problema tuyo, Jacko B.
– ¿Qué haríais si acorralarais a uno de ellos?
– Meterte en un avión y enviarle a Berlín. Pero los tipos se quejarían y tratarían de ocultarse en aquel pozo de iniquidad de Orwell Road, ya sabes, el que tiene algo así como seiscientas antenas y placas electrónicas en el tejado. Qué ironía, ¿verdad?, que los soviéticos tengan su embajada en Orwell Road [4] y hayan construido un bosque de quincallería electrónica en el tejado. Allí se ocultaría tu hombre.
– ¿Y no está allí en éste momento?
– ¿Y yo qué sé? ¿Acaso soy el guardián de mi hermano?
Salieron a la extensión de césped del Green de St. Stephen, subiendo por Grafton Street. Heather llevaba unas abultadas bolsas de los establecimientos Switzers y Brown Thomas. Bond la seguía a dos pasos con un paquetito en una mano y la otra delante de la chaqueta desabrochada, lista para sacar la pistola. Desde que Norman Murray abandonara el hotel, cada vez le gustaba menos el cariz que iban tomando los acontecimientos. Heather se puso furiosa al enterarse de que Ebbie estaba viva y de que él no se lo había dicho.