– Quería decir que pagabas y elegías lo que más te apetecía. Pero añadía que, una vez hecha la opción, ésta te ataba de pies y manos. Según él, el comunismo era en política lo más próximo que pudiera haber a la Iglesia católica. Ambos tienen unas reglas de las que uno no se puede desviar.
– Sin embargo, tú intentabas desviarle. Te esforzabas al máximo por convertirle.
– En cierto modo, sí.
Bond soltó un gruñido.
– ¿Le conocías de antes?
– Ya te lo he dicho -Heather volvió a suspirar-. Era un asiduo visitante de nuestra casa.
– ¿Y mostraba interés por ti?
– No especialmente.
La joven pareció dudar un instante y luego se lanzó a una larga perorata. El coronel Maxim Smolin no era lo que pudiera decirse un hombre guapo, pero poseía cierto atractivo. A primera vista, no ejercía una atracción física, pero tenía algo especial. Después, cuando le explicaron todo el asunto, Smolin le resultó todavía más simpático. Primero, su padre le dijo que el coronel luchaba contra las potencias que habían dividido su patria en dos mitades. Posteriormente, el hombre a quien conocía bajo el apellido de Swift, su jefe, fue un poco más explícito.
– Es un cerdo -le dijo Swift durante su primer encuentro de instrucción-. Un cerdo de tomo y lomo que no vacilaría en ahorcar a su propia madre con una cuerda de piano. Es un cazador de espías profesional, un asesino de espías que no tiene ningún reparo en equivocarse de vez en cuando. Te pedimos que te metas en su cama y te ganes su confianza para que comparta contigo sus pensamientos, sus temores y, en último extremo, sus secretos.
– Maxim no era, en realidad, tan malo como Swift lo describió.
Bond ya había intuido que Heather recordaba todavía con cierta nostalgia sus amores con Smolin.
– Me imagino que las amantes de los verdugos de Auschwitz y Belsen debían decir lo mismo mientras saboreaban su Kirschtorte.
Con hombres como Smolin, Bond no podía andarse con sentimentalismos.
– ¡No! -gritó Heather-. Lee mi informe. Allí está todo. Maxim era una mezcla de hombre muy curiosa, pero muchas de las historias que se cuentan de él no son ciertas.
– ¿Por eso ha enviado un equipo para que os persiga a ti y a tus amigos? ¿Por eso anda por ahí arrancando lenguas?
Heather guardó silencio; tenía la mirada perdida en la lejanía. Bond la miró de soslayo. Casi hubiera podido jurar que había lágrimas en sus ojos.
– ¿Y tú fuiste y le apresaste en tus redes, te acostaste con él y le contaste a Swift vuestras conversaciones de alcoba?
– ¡Ya te lo he dicho! ¿Cuántas veces quieres que te lo repita, James? Sí, sí, sí. Le apresé. Incluso me encariñé con él. Me gustaba su compañía: era amable, considerado y muy cariñoso. Demasiado.
– ¿Por qué juzgaste erróneamente el momento de la verdad?
– ¡Sí! ¿Quieres que te lo repita otra vez? Le dije a Swift que, en mi opinión, estaba preparado. Dios mío… -Heather parecía a punto de echarse a llorar-. Swift me dijo que le abriera los ojos y le revelara la verdad.
Bond concentró su atención en la carretera.
– ¿Y qué sucedió cuando le revelaste la verdad a Maxim Smolin?
Heather respiró hondo y abrió la boca. En instante, estaban tomando una curva que conducía un largo tramo de carretera flanqueado por de arbustos. Big Mick, a unos doscientos metros su espalda, encendió los faros y, a través del espejo retrovisor, Bond vio que dos vehículos se situaban a ambos lados del Volvo, quedando el carril ocupado por tres automóviles. Aunque llevaba muchos sin circular por aquella carretera, Bond experimentó una extraña sensación de déjà vu. Vio la imagen de un accidente, unas luces azules intermitentes y unos agentes de policía haciendo señales de que se detuvieran. Antes incluso de ver lo que le aguardaba más adelante, sintió que el temor le encogía el estómago. Detrás de él, los dos automóviles parecían empeñados en aplastar el Volvo.
Al salir de la curva, ocurrió lo que Bond ya esperaba. El tramo recto de carretera estaba lleno de cascotes, señales de advertencia y luces intermitentes. Bond le gritó a Heather que se preparara. Delante, vieron un vehículo de la Garda, una ambulancia, los restos de un automóvil de color beige que hubiera podido ser un Cortina y un Audi volcado sobre el seto. Había, asimismo, un pesado camión cruzado en la carretera. Bond no estaba para camiones. Pisó el freno con el pie izquierdo y trató de girar, pese a estar seguro de que la carretera que serpenteaba a su espalda ya estaría bloqueada por un Volvo triturado…, a no ser que Big Mick tuviera poderes sobrenaturales.
Heather gritó mientras el vehículo se inclinaba lateralmente y aumentaba la velocidad pese a los esfuerzos de Bond por controlarlo. Este descubrió demasiado tarde que la superficie de la carretera estaba cubierta por una densa capa de aceite.
La escena de la colisión se acercaba con sorprendente rapidez. Bond luchó con el volante, sabiendo que no habría medio de evitar el choque. Cuando éste se produjo, experimentó una sensación de alivio. Se detuvieron produciendo un fuerte chirrido metálico.
Bond trató de sacar la pistola, pero ya era demasiado tarde. Se abrieron las portezuelas y dos hombres con el uniforme de la Garda los sacaron del interior del vehículo, inmovilizándoles con una dolorosa llave en el brazo. Bond se preguntó, aturdido, dónde estaría su pistola. Intentó infructuosamente oponer resistencia y se percató de que les estaban arrastrando hacia la ambulancia donde les aguardaban otros cuatro hombres.
Para ser miembros de un equipo de ambulancia, aquellos individuos no parecían mostrar especial interés por sus lesiones. Los gritos de Heather hubieran sido capaces de despertar a los muertos. Un hombre la hizo callar de golpe, dándole en el costado del cuello con el canto de la mano. Heather se desvaneció en el momento en que se cerraban las portezuelas y la ambulancia se ponía en marcha. El hombre que la había golpeado la tomó en brazos y la tendió en una de las camillas.
Delante viajaba un quinto hombre, pese a lo cual aún quedaba mucho espacio libre. Más tarde, Bond se dio cuenta de que la ambulancia era muy grande, probablemente un vehículo militar reconvertido. La ambulancia aceleró e hizo sonar la sirena.
– ¿Míster Bond, supongo? -inquirió el quinto hombre-. Me temo que ha habido un pequeño accidente y tendremos que sacarles de aquí a la mayor rapidez posible. Lamento las molestias, pero es esencial para la seguridad de todos. Estoy seguro de que lo comprenderá. Si se queda aquí sentado y quietecito, nos llevaremos muy bien, ya lo verá.
De eso no cabía la menor duda. El coronel Maxim Smolin poseía un considerable encanto, aunque lo aderezara con amenazas.
8. Gallito O Comadreja
La ambulancia derrapó y brincó, aminoró la marcha, volvió a patinar y aceleró. Bond dedujo que habrían abandonado rápidamente la carretera principal y ahora estarían regresando a través de las colinas o de la escarpada garganta de Wicklow. Miró a Heather, tendida inmóvil en la camilla, y confió en que la fuerza del golpe no le hubiera causado un daño irreparable.
– No le ocurrirá nada, míster Bond. Mis hombres no tenían órdenes de matar, sino tan sólo de dejarla inconsciente.
De cerca, la figura de Smolin resultaba todavía más impresionante que de lejos. Su rápida respuesta a la solícita mirada de Bond denotaba inteligencia y grandes dotes de observación.
– Estoy seguro de que sus hombres están perfectamente adiestrados para matar y no matar del todo.
Bond estuvo a punto de añadir el nombre de Smolin, pero se detuvo a tiempo.
– En efecto, mi estimado señor.
Smolin hablaba un inglés impecable, en el que un oído avezado hubiera descubierto, sin embargo, una excesiva perfección. Sus corteses modales pillaron a Bond desprevenido, aunque detrás de ellos se ocultara una innegable sensación de poder y confianza absolutos. Smolin era un hombre que esperaba ser obedecido y que sabia ejercer un férreo control. Era algo más alto de lo que Bond había calculado las dos veces que le vio en persona, y tenía un cuerpo musculoso y en plena forma bajo el costoso anorak, los pantalones de sarga y el jersey de cuello de cisne.