Выбрать главу

– ¿Dice usted, James Bond, que no sabe nada de una operación llamada Pastel de Crema?

Bond denegó con la cabeza.

– ¿Y supongo -añadió Smolin- que jamás ha oído hablar de una tal Irma Wagen?

– No conozco éste nombre.

– ¿Pero sí conoce a Heather Dare?

– La vi una vez antes de coincidir con ella en el aeropuerto.

– ¿Y dónde la vio usted antes de coincidir con ella en el aeropuerto?

– En una fiesta. Me la presentaron unos amigos.

– ¿Amigos en el sentido profesional? Creo que, según la terminología de su Servicio, los «amigos» son los demás agentes del citado Servicio. O, por lo menos, así les llama el Foreign Office británico, «los amigos».

– Amigos normales y corrientes. Un matrimonio apellidado Hazlett… Tom y María Hazlett.

Bond facilitó una dirección de Hampstead, sabiendo que sería comprobada sin ningún peligro para él dado que Tom y María eran un matrimonio que utilizaba como coartada. En caso de que les preguntaran, incluso de manera indirecta, si conocían a Bond o a Heather, contestarían: «Sí, Heather es un encanto» o bien «Pues, claro, James es un buen amigo nuestro», e inmediatamente darían aviso para que un equipo de vigilancia controlara a los preguntones. Era lo que el Servicio les había enseñado a hacer.

– O sea que usted no sabía que Irma Wagen y Heather Dare, propietaria del salón de belleza «Atrévete a Ser Guapa» son la misma persona, ¿verdad?

– Jamás he oído hablar de la tal Irma Wagen.

– No. No, claro que no, James. Por cierto, llámeme Maxim. No atiendo al diminutivo de Max. No, jamás oyó hablar de Irma y tampoco de la desdichada Operación Pastel de Crema -aunque la sonrisa de Smolin no experimentó ningún cambio, sus palabras denotaban incredulidad-. Sencillamente no le creo, mister Bond. No puedo creerle.

– Allá usted -contestó Bond con aire de absoluta despreocupación.

– ¿Adónde llevaba usted a Fräulein Wagen, a quien conoce bajo nombre de Heather Dare?

– A Enniscorthy.

– ¿Y qué se le había perdido a ella en Enniscorthy? -Smolin sacudió la cabeza como si quisiera subrayar con ello su incredulidad-. ¿Y adónde iba usted que le pillara de paso?

– Nos reconocimos en el aeropuerto y nos sentamos juntos en el avión. Le dije que iba a Waterford y ella me preguntó si podía llevarla.

– ¿Qué iba usted a hacer en Waterford?

– Comprar objetos de cristal, ¿qué otra cosa si no? Me encanta el cristal de Waterford.

– Sí, claro. Y es tan difícil comprarlo en Londres, ¿verdad?

El hiriente sarcasmo traicionaba la herencia rusa de Smolin.

– Estoy de permiso, Herr coronel Smolin. Le repito que no conozco a Irma Wagen y que jamás he oído hablar de una operación Pastel de Crema.

– Ya veremos -dijo Smolin sin inmutarse-. Pero, para despejar un poco la atmósfera, le diré lo que sabemos nosotros acerca de esta operación de nombre tan ridículo. Era lo que antes se llamaba una «trampa azucarada». Su gente la preparó con cuatro jóvenes extremadamente atractivas -Smolin levantó cuatro dedos, tomando uno de ellos por cada nombre como si los contara-. Eran Franzi Trauben, Elli Zuckermann, Irma Wagen y Emilie Nikolas -aquí volvió a soltar una alegre carcajada-. Emilie es un buen nombre, habida cuenta de que nosotros nos referíamos siempre a los objetivos de nuestras trampas azucaradas como Emilias. Pero eso usted ya lo sabe -se atusó con la mano el cabello oscuro-. Cada una de estas chicas tenía un objetivo muy bien colocado y puede que hubieran alcanzado el éxito de no haberme incluido a mí en la operación -súbitamente, su semblante se alteró-. Me utilizaron a como objeto de sus juegos. A mí, Maxim Smolin, como si yo pudiera dejarme atrapar por una chica con tan escasa habilidad para poner una trampa como la que pueda tener un recluta novato -Smolin levantó la voz-. Eso es lo que yo jamás le podré perdonar a su Servicio. El que me asignara a una espía aficionada; tan aficionada que me reveló el juego a los pocos minutos de haberme hecho la primera insinuación y que, más tarde, provocó la caída de toda la maldita red de espionaje. ¡Su Servicio, Bond, me tomó por tonto! Una profesional hubiera sido otra cosa, pero una aficionada como ella… -añadió, señalando con el dedo el cuerpo inerte de Heather-. Eso jamás podré perdonarlo.

Conque así era el verdadero Smolin: orgulloso, arrogante e implacable.

– ¿Pero el Glavnoye Razvedyvatelnoye Upravieniye no utiliza también a veces mano de obra no especializada, Maxim? -preguntó Bond con una leve sonrisa en los labios.

– ¿Mano de obra no especializada? -Smolin escupió las palabras junto con una fina rociada de saliva-. Pues claro que adiestramos a veces a mano de obra no especializada, pero jamás la utilizamos contra objetivos importantes.

En eso estribaba el quid del asunto. La importancia. El coronel Maxim Smolin se consideraba una pieza inviolable y esencial para el correcto funcionamiento de uno de los más destacados organismos secretos dentro de la Unión Soviética. El otro era el viejo enemigo de Bond, el antiguo SMERSH, ahora completamente reorganizado como Departamento 8 de la Dirección 5, a raíz de la pérdida de credibilidad que había sufrido bajo la denominación de Departamento V de Víctor. Smolin respiraba afanosamente y Bond sintió, como en otras ocasiones, que una mano tan fría como el hielo le recorría con un dedo invisible la columna vertebral. Reconoció el pétreo rostro del asesino nato, el musculoso cuerpo y el siniestro brillo de sus ojos oscuros.

Desde lejos se oyó el sonido del claxon de un automóvil, dando dos breves bocinazos, seguidos de uno más largo.

– Aquí están -dijo Smolin en alemán.

Se abrieron las portezuelas de la ambulancia y aparecieron unas verdes laderas, rocas grises y un semicírculo de árboles. Se encontraban estacionados a una considerable distancia de la carretera. Dos automóviles, un BMW y un Mercedes, se acercaban lentamente a ellos. Bond miró a Smolin y ladeó la cabeza en dirección a Heather.

– Le aseguro que no tengo el menor conocimiento acerca de éste asunto del Pastel de Crema -habló en voz baja, confiando en que, en su ciega cólera, Maxim Smolin pudiera creerle-. Más parece un trabajo del BND que de los nuestros…

– Fue obra de su Servicio, Bond -dijo Smolin, volviéndose a mirarle-. Tengo pruebas, puede creerme; y puede creerme también si le digo que le haremos sudar hasta que se le derritan los huesos. Hay todavía un par de misterios que debo resolver, y estoy aquí precisamente para eso.

– ¿Misterios?

– Ya hemos liquidado a dos integrantes de éste nido de arañas… Trauben y Zuckermann. Puede que las reconozca mejor como Bridget Hammond y Millicent Zampek. Eran personajes sin importancia, pero teníamos que acabar con ellas. Puede que esta chica, mi chica, guarde en su pequeño cerebro algunas de las respuestas; y aún queda otra. Nikolas… o Ebbie Heritage, si usted lo prefiere. Estas dos, junto con usted, llenarán sin duda las lagunas antes de que les mandemos al infierno y la condenación.

Si quería atrapar vivas a Heather y Ebbie, ¿por qué había enviado al asesino con el mazo y a los dos tipos que les persiguieron por la escalera de incendios? Smolin se había referido a unos «imprudentes insensatos que trataron de liquidarla». Mientras observaba el traslado de Heather al Mercedes, un sinfín de tortuosas ideas se arremolinaron en la mente de Bond. Se sorprendió de que el conductor del vehículo introdujera en el portamaletas los paquetes de las compras que habían efectuado en Dublín. Actuaron con gran celeridad, sacando en un abrir y cerrar de ojos todo cuanto había en el automóvil de alquiler. No le extrañó lo más mínimo que así fuera dado que el GRU se regía por principios militares, razón por la cual era lógico que el secuestro se llevara a cabo con precisión militar. Era la primera vez que se enfrentaba con el GRU y no tenía más remedio que reconocer su alto nivel de preparación.