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Éste recordó ahora la imagen de las fotografías que figuraban en los archivos: un hombre alto y delgado, con el cuerpo tonificado por el ejercicio. Dominico era un fanático de la salud que no fumaba ni bebía alcohol. Poseía un cociente intelectual extraordinario y una enorme habilidad para planificar jugadas sucias, y era un tenaz e implacable investigador. Según su expediente, había enviado a por lo menos treinta miembros del KGB o el GRU a la muerte o bien al Gulag, por falta de disciplina. Se citaban las palabras de un desertor: «Siendo lo que es, Dominico tiene la habilidad de husmear la más leve desviación a cien metros de distancia y entonces la sigue como un sabueso.» Bond cerró los ojos y humilló la cabeza. De repente, se sentía cansado y preocupado, no tanto por él como por las dos chicas.

– Debe de ser muy importante para que venga personalmente -musitó.

– Que yo recuerde, es la primera vez que eso ocurre -O Smolin era muy buen actor o el simple hecho de mencionar al general le ponía nervioso-. Permítame decirle, James, que, cuando yo descubrí por primera vez Pastel de Crema, el asunto concernía a los alemanes, a la HVA y, como es lógico, al GRU. El KGB ha tardado mucho tiempo en husmear la existencia de Jungla y el viraje de Susanne Dietrich y Maxim Smolin.

Este se dió un puñetazo en el pecho.

– Ha tardado cinco años -dijo Bond con la mente en otra parte.

– Cuatro, para ser más exactos. El año pasado, el KGB reabrió los archivos y decidió investigar el caso, pasando por encima de nuestras cabezas. No quieren que el GRU se considere un cuerpo de elite. No les gustan nuestros métodos, nuestro sigilo y nuestra manera de reclutar a la gente dentro del Ejército. Le he oído decir al propio Chernov que olemos a las odiadas SS de la Gran Guerra Patriótica.

«Al principio, las nuevas investigaciones no fueron exhaustivas. Hicieron algunas comprobaciones aquí y allí. Después, Chernov se plantó en Berlín. Yo envié algunas señales de advertencia a su Servicio, pero no me atreví a moverme. Al cabo de una semana, se introdujeron varios cambios y no tuve que devanarme demasiado los sesos para comprender que el KGB me estaba vigilando. Me controlan y vigilan desde hace seis meses. El equipo de Chernov es el que anda suelto por ahí con orden de localizar a las chicas, matarlas y cortarles las lenguas… pour encourager les autres, tal como dicen los franceses.

– Y por eso hace usted todo cuanto puede para ayudar a Dominico, ¿verdad, Basilisco? Atrapa a Ebbie y se toma la molestia de secuestrarnos a Heather y a mí en la carretera.

– Obedeciendo las órdenes de Chernov. Ya le he dicho que el KGB nos tiene rodeados por todas partes. Se me ocurrió la idea de cometer un fallo, pero, ¿de qué me hubiera servido? Necesito su ayuda, James. Necesito salir de aquí con usted y las chicas. Como es lógico, delante de los demás tengo que simular que obedezco las órdenes de Chernov. Pero no por mucho tiempo.

– Si quiere demostrarme sus buenas intenciones, Maxim, dígame dónde estamos. ¿En qué lugar se encuentra éste castillo?

– No muy lejos de donde le secuestramos. El camino que conduce a la carretera tiene una longitud de unos cuatro kilómetros. A la entrada, giramos a la izquierda y bajamos todo recto por la colina hasta llegar a la carretera Dublín-Wicklow. En cuestión de una o dos horas todo lo más, podemos estar en el aeropuerto y largarnos.

Bond seguía con la cabeza echada hacia adelante y los ojos cerrados.

– Si acepto su versión, yo también necesito ayuda.

– Cuente con ella. No se mueva bruscamente, le estoy quitando las esposas. Tengo aquí su pistola… Una pieza magnífica esta ASP de 9 mm. Tome…

Bond sintió el peso del metal sobre las rodillas.

– ¿Qué hacemos? ¿Nos abrimos paso a tiros?

– Me temo que ellos nos superan en número. Podríamos engañar quizás a mis propios hombres, pero no a Ingrid y tampoco a los infiltrados de Chernov.

– Suponiendo que acepte su palabra, ¿cuánto tiempo nos queda? -preguntó Bond, notando que le caían las esposas.

Ahora tenía las manos libres.

– Una hora. Una hora y media con un poco de suerte. Chernov tiene que aterrizar aquí antes de que oscurezca.

– Y las chicas, ¿dónde están?

– Encerradas en la suite de invitados, supongo. Eso fue lo que ordené. Lo difícil será llegar hasta ellas. Después de un interrogatorio como el que yo debería haberle hecho, usted tendría que estar semi-inconsciente. Los hombres estarán aguardando con una camilla de ruedas para transportarle por el pasillo. Después le subirán arriba. Ya está.

– ¿Se le ocurre alguna sugerencia? -preguntó Bond mientras Smolin le quitaba los grilletes de los tobillos.

Sopesó la ASP en la mano para cerciorarse de que estaba cargada. Era algo que había practicado muchas veces, incluso en la oscuridad, con cargadores vacíos, cartuchos de fogueo y cargadores llenos.

– Hay un medio… -Smolin giró en redondo en cuanto se abrió la puerta de golpe y apareció Ingrid con los tres perros sujetos con correas-. ¡Ingrid! -exclamó en su tono más autoritario.

– Todo ha sido muy interesante -dijo Ingrid, utilizando un tono de voz tan afilado como un cuchillo. He introducido ciertos cambios en la sala de interrogatorios desde la última vez que estuvo usted aquí, coronel…, obedeciendo las órdenes del general Chernov, naturalmente. Ante todo, los interruptores de grabación se han invertido. Al general le encantarán las cintas. Pero ya hemos escuchado suficiente. Él estará aquí en seguida, y yo quiero tenerles a todos a buen recaudo cuando llegue.

Como si se leyeran el pensamiento, Smolin pegó un salto a la izquierda mientras Bond se levantaba de la silla y se desplazaba rápidamente a la derecha.

– Wotan, Rechts! Anfassen! Fafie, Links! Anfassen! ¡A la derecha! ¡A la izquierda! ¡Agarrarles!

Los perros se abalanzaron rugiendo sobre ellos y, mientras los dientes de Fafie se le clavaban en el brazo que sostenía el arma, Bond vio fugazmente a unos hombres situados detrás de Ingrid y a Siegi, el tercer perro, ansiando participar en la matanza.

11. Perro Devora A Perro

Bond experimentó un intenso dolor cuando las mandíbulas le apresaron la parte inferior del brazo, obligándole a abrir involuntariamente los dedos de la mano derecha y soltar la pistola, la cual cayó produciendo un sordo ruido al suelo. Oía los gritos de Ingrid sobre el trasfondo de los rugidos de los perros y las maldiciones de Smolin medio en ruso y medio en alemán, y sentía el cálido aliento de Fafie en el rostro. El perro rugía sin soltar la presa, y movía la cabeza de uno a otro lado como si quisiera arrancarle el brazo.

Bond golpeó fuertemente con la mano libre los órganos genitales del perro, tal como le habían enseñado a hacer. El rugido se transformó en un gañido de dolor y, por espacio de un segundo, las mandíbulas se abrieron. Bond aprovechó el momento para rodar por el suelo y levantar la mano derecha hacia el cuello del animal. Los dedos localizaron la tráquea y apretaron con fuerza como si quisieran arrancarle la laringe. Bond levantó el brazo izquierdo para agarrar a la bestia por la cerviz, pero, para entonces, la sensación de dolor y el instinto de peligro ya habían provocado la reacción de Fafie, el cual empezó de nuevo a rugir. Bond tuvo que hacer acopio de sus escasas fuerzas sólo para resistir. El dolor de la herida del brazo se iba agudizando y su debilidad era cada vez mayor. Pero, como el perro, sabía que estaba luchando por su propia vida y siguió apretando la tráquea del animal.

Le pareció oír la cuarteada vocecita del instructor de la escuela de adiestramiento con tanta claridad como la primera vez que asistió a uno de los muchos cursillos de autodefensa en los que había participado. «Nunca se asfixia nada o a nadie utilizando ambas manos, tal como hacen en las películas. Utilicen siempre la presión de una sola mano para obtener los mejores resultados.