»Aprieten con la mano sobre la tráquea y utilicen toda su fuerza en la nuca con el otro brazo.» Puso en práctica el consejo mientras Fafie se agitaba en un intento de librarse de su presa. Por un breve instante, Bond se dejó llevar por su innato amor a los animales. Pero no fue más que un segundo. Aquello era cuestión de vida o muerte. Fafie iba a por todas.
– Fafie! Anfassen! Anfassen! -gritaba Ingrid-. Fafie! ¡Agárrale! ¡Agárrale!
Pero Bond estaba echando mano de sus últimos recursos. Sus dedos se hundieron en el tupido pelaje de Fafie y apretaron con fuerza. Sintió que el animal perdía el conocimiento. De repente, las mandíbulas de Fafie se aflojaron y su cuerpo se convirtió en un peso muerto.
Bond simuló que seguía luchando con el perro mientras miraba de soslayo para ver adónde había ido a parar su pistola ASP. Rodó por el suelo, soltó un gemido y se movió para dar la impresión de que Fafie le estaba atacando. Se sentía extrañamente frío y calculador y, a pesar del intenso dolor que le producía la herida, estaba firmemente decidido a recuperar la pistola, situada a la izquierda, justo al alcance de su mano.
Miró hacia Smolin y vio con horror que se encontraba tendido debajo de Wotan, el cual estaba a punto de hundirle los dientes en la garganta al menor movimiento. Bond comprendió que el coronel no podía correr el riesgo de parpadear tan siquiera, puesto que Siegi aguardaba al acecho dispuesto a intervenir, al igual que los hombres situados detrás de Ingrid.
Bond atravesó la barrera del dolor de su brazo y, utilizando a Fafie como escudo, giró a la derecha, recuperó la ASP, se volvió de nuevo a la izquierda y efectuó dos disparos contra Siegi. Abrió fuego una sola vez contra Wotan y la bala Glazer alcanzó de lleno al animal, arrojándole contra la pared. Un cuarto disparo, bajo y dirigido hacia la puerta, se estrelló en la jamba y abrió un gran boquete a través de la madera y el yeso. Los hombres se apartaron a toda prisa, pero no así Ingrid, la cual se quedó donde estaba.
– ¡Ya basta! -gritó Smolin, levantándose para abalanzarse sobre Ingrid. Agarrándola por la muñeca, tiró con fuerza hacia abajo y después hacia adelante y hacia atrás, y la arrojó al otro extremo de la estancia donde el ama de llaves se estrelló contra la pared en medio de un desagradable crujido mientras gritaba de rabia, dolor y decepción. Luego, Ingrid resbaló silenciosamente por la pared y cayó al suelo, convertida en un negro guiñapo.
Smolin sostenía una pistola automática en una mano y gritaba en dirección a la destrozada puerta.
– ¡Alex! ¡Yuri! Soy vuestro superior. El KGB ha urdido una despreciable conspiración contra nosotros. Ahora estáis con los hombres del KGB. Volveos contra ellos. Son unos traidores y sólo podrán atraer la deshonra y la muerte sobre vuestras cabezas. ¡Atacadlos ahora!
Durante un par de segundos, sólo hubo silencio en el pasillo; después se oyó un grito, seguido de un disparo y el rumor de unos golpes. Smolin le hizo una seña a Bond, indicándole que se situara a la derecha de la puerta, mientras él se pegaba a la pared del lado contrario. Se oyó otro disparo, otro grito y el rumor de una pelea.
A continuación, una voz gritó en ruso:
– Camarada coronel, ya los tenemos. ¡Rápido, ya los tenemos!
Smolin le hizo una indicación a Bond y ambos salieron al pasillo. Una vez allí, Smolin gritó en inglés:
– ¡Liquídelos a todos, James! ¡A todos!
A Bond no le hizo falta que se lo repitieran dos veces. A su derecha, dos hombres trataban de inmovilizar a un tercero mientras otro yacía inconsciente en el suelo. Tuvo que efectuar tres rápidos disparos con la ASP para despachar al grupo. Las mortíferas balas Glazer cumplieron perfectamente su misión: la primera estalló en el lado izquierdo de uno de los hombres que luchaban, descargando la mitad de su contenido en el estómago del que forcejeaba con él. La segunda alcanzó al hombre que yacía tendido en el suelo. El tercer disparo eliminó al cuarto hombre sin que tuviera tiempo de enterarse de lo que pasaba.
El ruido de los disparos en el angosto pasadizo era ensordecedor, tanto más cuanto que Smolin había vaciado dos veces el cargador de su pistola automática. Bond se volvió y comprobó que el coronel también había dado en el blanco. Dos cadáveres, uno espatarrado y otro encogido como un ovillo, demostraban bien a las claras la puntería de Smolin.
– Lástima -musitó Smolin-. Mex y Yuri eran unos hombres estupendos.
– A veces, no le queda a uno otra alternativa. Ahora ya me ha demostrado la veracidad de sus afirmaciones, Maxim. ¿Cuántos quedan arriba?
– Dos. Supongo que deben de estar con las chicas.
– Entonces, bajarán de un momento a otro.
– Lo dudo. Allá arriba apenas se oye lo que ocurre en el sótano -Smolin respiraba afanosamente-. Lo hemos utilizado muchas veces. Hombres fuertes gritaban aquí a pleno pulmón mientras la gente hacía el amor en las habitaciones de arriba sin enterarse de nada.
Bond oía las palabras de Smolin, pero el mundo había empezado a dar vueltas a su alrededor y sus ojos no podían concentrarse en nada. Sintió una cálida pegajosidad en el brazo y un ciego dolor que empezaba en la herida y se extendía a todo el cuerpo. Oyó que Smolin le llamaba como desde muy lejos, experimentó un mareo y perdió el conocimiento.
Soñó con serpientes y arañas. Reptaban y se arrastraban a su alrededor mientras él trataba de salir de un oscuro y tortuoso laberinto, hundido hasta los tobillos en aquel amasijo de repugnantes criaturas. Tenía que conseguirlo. Veía una débil luz al final del túnel. Después, ésta desaparecía y él volvió a encontrarse como al principio, rodeado por un rojizo resplandor. Allí. Allí estaba otra vez la luz, pero una enorme serpiente se enredaba en sus pies y le impedía avanzar. No tenía miedo, sabía tan sólo que necesitaba salir de allí. Otra serpiente se había unido a la primera y varios reptiles más pequeños se enroscaban alrededor de sus piernas, tirando de él hacia abajo. Ahora, una de las serpientes se había enroscado en su brazo, clavando los dientes en él. Experimentó un dolor insoportable. Bajó la mirada y vio que un nido de arañas se alojaba en la herida causada por la mordedura de la serpiente. Otras arañas enormes y peludas le recorrían el rostro, se introducían en las ventanas de su nariz y en su boca, y le obligaban a toser para escupirías. Las arañas le producían náuseas, pero ya debía de estar más cerca del final del túnel porque la luz le escocía en los ojos ¡y una voz le llamaba por su nombre!
– ¡James! ¡James Bond! ¡James!
Las serpientes y las arañas habían desaparecido, dejándole tan sólo un insoportable dolor en el brazo. El rostro de una muchacha apareció ante sus ojos. Los labios se movían.
– Vamos, James. Todo ha terminado.
La visión del rostro se borró y Bond oyó que alguien decía:
– Ya está recuperando el conocimiento, Heather.
– Gracias a Dios.
Bond parpadeó, abrió y cerró los ojos y, por fin, los abrió del todo y vio a Ebbie Heritage.
– ¿Cómo…? -dijo.
– Está usted bien, James. Todo pasó.
Bond se movió y sintió un hiriente dolor en el brazo derecho y una extraña rigidez.
– No disponemos de mucho tiempo -Maxim Smolin apartó a Ebbie a un lado-. Se va usted a poner bien, James, pero… -miró el reloj de pulsera.