Empezó a recordarlo todo con meridiana claridad. Smolin se irguió y miró a Bond mientras rodeaba con un brazo los hombros de Heather Dare.
– Lo siento -Bond respiró hondo-. ¿Me he desmayado?
– No tiene nada de extraño -dijo Smolin-. Los dientes del maldito perro le han hecho una herida muy profunda. ¿Cómo se nota el brazo?
– Entumecido. Es molesto, pero puedo utilizarlo.
– Ebbie te ha hecho de enfermera -dijo Heather-. Te estamos muy agradecidos, James. Maxim nos contó lo que pasó allí abajo.
– Yo sólo limpié la herida -dijo Ebbie-. Los perros estaban sanos. No creo que haya el menor peligro de infección. Hemos utilizado el antiséptico más poderoso que existe.
– Y el más caro -Smolin esbozó una irónica sonrisa-. El último Hine Cosecha 1914 que nos quedaba. Suave. Muy suave.
– Suave, soberbio y totalmente desperdiciado -dijo Bond, lanzando un involuntario gemido-. Lo lamento.
– Ha sido por una buena causa. ¿Puede incorporarse o levantarse? -preguntó Smolin.
Bond trató de hacerlo. Se encontraba tendido en el sofá de la suite de invitados. Intentó levantarse, pero le fallaron las piernas. Tuvo que agarrarse a los brazos de un sillón para no perder el equilibrio. Ebbie corrió a sostenerle con sus fuertes y hábiles manos.
– Gracias, Ebbie. Gracias por todo -empezó a moverse con cuidado para comprobar silos músculos le respondían. Poco a poco, recuperó las fuerzas-. Gracias, Ebbie -repitió.
– Estamos en deuda con usted. Eso no es nada.
– ¿Qué les sucedió a los demás? -le preguntó Bond a Smolin-. ¿A los hombres que estaban aquí arriba?
– Ya están liquidados.
El agente del GRU se puso muy serio y Bond recordó su propia reacción siempre que terminaba una tarea desagradable. Era mejor borrar aquellos hechos de la imaginación. La gente que los recordaba demasiado, o bien empezaba a gozar con ellos o bien sucumbía bajo el peso del remordimiento.
– ¿Y qué ha sido de Ingrid? -preguntó.
– Vive y descansa. Está consciente, pero no llegará muy lejos. Tiene varios huesos rotos -Smolin empezó a hablar en tono apremiante-. Tenemos que irnos, James. ¿Recuerda a Dominico? Puede llegar de un momento a otro. Tenemos que estar lejos antes de que aterrice.
– ¿Quién es Dominico? -preguntó Ebbie, sorprendida.
– El general Chernov, del KGB -contestó Smolin, haciendo una mueca.
– Dominico es perverso, inteligente y muy hábil en su trabajo -terció Bond, asintiendo-, cosa que, al parecer, le encanta. Ya me las arreglaré, Maxim.
Respiró hondo varias veces y miró sonriendo a las chicas. Heather ya no se daba tantos humos y ahora miraba a Smolin con adoración.
– Sí, estoy seguro de que se las arreglará, James -dijo Smolin con cierta aspereza-. Usted ha resultado herido, pero sobrevivirá. Estoy pensando en nosotros.
– ¿Los automóviles están…?
– Aquí, efectivamente -el coronel sacudió la cabeza con impaciencia-. Disponemos de automóviles, James. Pero creo que no se da usted cuenta de que estamos rodeados por todas partes. Que yo sepa, hay por lo menos diez hombres ahí afuera, armados hasta los dientes. Pertenecen también al KGB. Sólo en la entrada principal hay cuatro. Si ponemos en marcha los vehículos, querrán averiguar por qué, aunque no creo que se tomen la molestia de preguntarlo. Los tipos que hay en las colinas y en las entradas no son de los que hacen preguntas. Son tiradores de precisión.
– Perro devora a perro, ¿eh?
– Primero, dispara. Después, pregunta.
– ¿Dispararían contra un objetivo importante?
– Sí. Contra usted, contra mí o contra las chicas. No le quepa la menor duda de ello. Dominico ha estado constantemente en contacto con éste lugar…, que, por cierto, se llama el Castillo de las Tres Hermanas y es utilizado por el KGB y el GRU desde hace diez años. Ha estado en contacto radiofónico. He echado un vistazo a los cuadernos de la sala de comunicaciones. Le han transmitido su nombre y el mío. La última orden que ha dado Dominico es que nadie salga hasta que él llegue. Cualquiera que intente salir, deberá ser detenido.
Yo he dicho un objetivo importante -repitió Bond. Se iba recuperando poco a poco y sus procesos mentales ya se habían normalizado-. Como, por ejemplo, el general Konstantin Nikolaevich Chernov. ¿Dispararían contra él?
– ¿Sugiere que lo llevemos con nosotros? ¿Que lo apresemos?
– ¿Por qué no?
– Porque no estará solo.
– Bueno, pues, ¿por qué no lo utilizamos como protección? ¿En qué vendrá?
– En helicóptero. Dispone de muchos medios de transporte extraoficiales aquí… Todo legal, claro. La República de Irlanda no es un lugar muy idóneo para jugar con los transportes ilegales. Pero no correrá el riesgo de aterrizar cuando oscurezca. Aquí no hay instalaciones para aterrizar cuando se va el sol.
– ¿Tomará tierra cerca del castillo?
– Habitualmente, volamos en dirección a la entrada principal y aterrizamos delante, cerca de donde ahora se encuentran estacionados los automóviles.
– ¿Quién estará con él?
– Por lo menos, dos guardaespaldas, su ayudante y un hábil interrogador. Todos armados y muy eficientes.
Bond experimentó una súbita punzada de dolor en el brazo e hizo involuntariamente una mueca.
– James, ¿qué le ocurre? -preguntó Ebbie, apoyando una mano en el brazo herido de Bond.
Tenía unos ojos azules irresistibles y unos labios que pedían ser besados.
– Nada serio -contestó Bond, apartando a regañadientes los ojos de ella para mirar a Smolin-. Tenemos que irnos, por grave que sea el peligro. Se me ocurre que lo será mucho menos si nos vamos tan pronto como llegue el general. ¿Qué vehículo es el mejor, Maxim?
– El BMW. Ante todo, es un buen modelo, y, además, está trucado.
Bond empezó a palparse la ropa, le pidió a Smolin su pistola y comprobó con disimulo que aún llevaba encima sus restantes armas secretas. Smolin tomó la ASP que había encima de la mesa, junto con los cargadores de repuesto y la varilla. Bond desmontó y volvió a montar el arma. Después preguntó:
– ¿De acuerdo, pues? Echamos a correr hacia el vehículo en cuanto aparezca el helicóptero?
Las chicas asintieron, pero Smolin no parecía muy convencido.
– ¿Maxim?
– Sí. La única alternativa seria marcharnos ahora y enfrentarnos con los disparos de esta gente. Pero yo preferiría eliminarlos primero.
– ¿Armará a las chicas?
– Ya vamos armadas.
Heather se había vuelto mucho más confiada y profesional. Bond tomó mentalmente nota de que debía preguntarle por qué se le había insinuado con tanto descaro en el Hotel del Aeropuerto…, pero no era una pregunta que pudiera hacerle en presencia de Smolin.
– ¿Tiene las llaves del BMW? -le preguntó a Smolin. Este asintió en silencio-. Pues, entonces, ¿a qué esperamos? Tendríamos que bajar a la puerta principal. Maxim, ¿por qué no se acerca al automóvil? Eso no tendría nada de extraño. Juegue a su alrededor como si tal cosa y háganos una señal en cuanto aparezca el helicóptero.
Mientras bajaban, el castillo se les antojó frío y misterioso. Fuera aún había mucha luz aunque el cielo ya empezaba a rojear por el oeste. En el vestíbulo embaldosado se respiraba una gélida atmósfera casi espectral.
– Será una puesta de sol preciosa -dijo Bond, sonriendo alegremente para animar a las chicas.
Sabía, por la cara que ponía Smolin, que la huida de allí no iba a ser nada fácil. Una vez en la puerta, le preguntó a Maxim cómo deberían colocarse cuando llegaran al BMW.
– ¿Le parece bien que Heather se siente delante conmigo? Usted, James, se sentará detrás con Ebbie. Procuraremos agachamos al máximo.
– Por mi, de acuerdo -dijo Ebbie, mirando muy contenta a Bond.
– Abriremos todas las ventanillas por si tenemos que responder a los disparos -señaló Bond.