La policía señaló que se trataba de un claro caso de asesinato. La garganta aparecía cortada y había «ciertas similitudes» con el asesinato de la semana pasada de Millicent Zampek, en Cambridge. El cuerpo de la señorita Zampek fue descubierto mutilado en el Backs, en la parte de atrás del King's College. El examen reveló que le habían cortado la lengua.
Un portavoz de la policía declaró: «Es casi con toda seguridad la obra de una sola persona. Es posible que un maníaco ande suelto por las calles.»
Algo más que eso, pensó Bond, apartando el periódico a un lado. Ultimamente, los asesinatos de pervertidos sexuales estaban a la orden del día y la velocidad de los modernos medios de comunicación los acercaban cada vez más al público.
Cuando sonó repentinamente el teléfono, Bond experimentó una extraña premonición, una especie de hormigueo en la nuca y un vacío en la boca del estómago, como si supiera que le iban a encomendar algo sumamente desagradable, pero todavía inexistente, tal como decían en el Servicio.
Era la siempre fiel miss Moneypenny, utilizando la sencilla clave que ambos dominaban desde hacía tantos años.
– ¿Puedes almorzar? -fue lo único que ella le preguntó cuando Bond le recitó su número.
– ¿Trabajo?
– Más bien sí. En su club. 12.45. Importante.
– Allí estaré.
Bond colgó el teléfono. «M» no solía invitarle a almorzar al Blades, lo cual no presagiaba nada bueno.
Conociendo la obsesión de su jefe por la puntualidad, a las 12.40 en punto, Bond pagó la carrera del taxi en Park Lane, tomando la habitual precaución de bajar a pie por Park Street donde se halla ubicado este lujoso club masculino con su fachada estilo Adam algo apartada de la calle.
El Blades es un singular retoño del célebre Savoir Vivre, el cual había cerrado las puertas poco después de su fundación en 1774. Su sucesor, el Blades, se inauguró en el mismo local en 1776 y es uno de los pocos clubes masculinos que han conservado su categoría y su prestigio hasta nuestros días. Sus ingresos proceden casi exclusivamente de las altas apuestas que se cruzan en las mesas de juego y la comida sigue siendo excepcional. Entre sus socios figuran algunos de los más poderosos personajes del país, los cuales han tenido la astucia de convencer a sus acaudalados socios comerciales de visita en el país -árabes, japoneses y norteamericanos- de que utilicen sus instalaciones como invitados. Miles de libras cambian de manos cada noche en las partidas de cartas o de backgammon.
Bond entró por la puerta giratoria y se dirigió a la garita del Conserje. Brevett sabía que Bond era un invitado muy ocasional del club, y como tal le saludó. Bond no pudo evitar pensar en el padre de aquel hombre, que era el conserje del club cuando la memorable partida de cartas en cuyo transcurso 007 desenmascaró a sir Hugo Drax como fullero, a instancias de «M» [2]. Los hombres de la familia Brevett eran Conserjes del Blades desde hacía más de cien años.
– El almirante ya le espera en el comedor, señor. Brevett le hizo discretamente una seña a un joven botones, el cual acompañó a Bond por la amplia escalinata hasta el soberbio comedor blanco y oro, estilo Regencia. «M» estaba sentado solo en el rincón de la izquierda, lejos de las ventanas y de las puertas y de espaldas a la pared para poder ver con toda claridad a quienquiera que entrara o saliera del salón. Cuando Bond llegó a la mesa, le saludó con una leve inclinación de cabeza y consultó su reloj.
– Justo a tiempo, James. Buen chico. Ya conoce las normas. ¿Qué le apetece… teniendo en cuenta que no disponemos de todo el día?
Bond pidió lenguado a la parrilla con una buena ensalada, y solicitó que le llevaran los ingredientes del aliño aparte para poderla preparar él mismo. «M» asintió con un gesto de aprobación. Conocía las preferencias y las aversiones, de sus agentes tanto como las suyas propias y sabia muy bien conseguir que le hicieran a uno un aliño a su entera satisfacción.
Les sirvieron la comida y «M» esperó en silencio mientras Bond molía cuidadosamente una cucharadita de pimienta en un cuenco destinado a este propósito, añadiendo después una cantidad similar de azúcar y sal y dos cucharaditas y media de mostaza en polvo, para mezclarlo todo con un tenedor antes de completarlo con tres cucharadas soperas de aceite y una de vinagre de vino blanco vertida con mucha mesura. Bond añadió finalmente unas gotas de agua, removió la mezcla y la vertió sobre la ensalada.
– Seria usted un marido estupendo, cero cero siete -los claros ojos grises no pidieron disculpas por mencionar el tema del matrimonio, cosa que todos los que conocían a Bond evitaban hacer desde la prematura muerte de su prometida a manos de SPECTRE [3].
Bond no prestó atención a la falta de tacto de su jefe y empezó a cortar el pescado con la habilidad de un cirujano.
– ¿Y bien, señor? -preguntó en voz baja.
– Hay tiempo, pero no el suficiente -contestó «M» con frialdad-. Palabras de nuestro difunto y laureado poeta, aunque apuesto a que usted no sabría distinguir entre Betjeman y Larkin, ¿eh?
– Sin embargo, conozco algunas poesías muy atrevidas, señor: El alegre calderero, El viejo monje famoso; incluso podría recitarle un sinfín de refranes picarescos.
«M» mascó su lenguado con patatas tempranas. Mientras tragaba el bocado, miró a Bond con sus gélidos ojos grises.
– Pues, entonces, recíteme algo sobre Halcón Marino, James. ¿Recuerda a Halcón Marino?
Bond asintió. Lo recordaba claramente, a pesar de los cinco años transcurridos. Dave Andrews había muerto en el transcurso de la misión Halcón Marino, y Bond jamás podría olvidar los días y las noches pasados en el submarino, tratando de calmar y consolar a las dos muchachas.
– ¿Y si le dijera la verdad sobre Halcón Marino? -preguntó «M».
– Hágalo, siempre y cuando ello sea necesario, señor.
El Servicio siempre actuaba sobre la base de los conocimientos estrictamente necesarios, por cuyo motivo lo único que supo Bond sobre Halcón Marino era que tenía que rescatar a dos agentes. Recordó que Bill Tanner, el jefe de Estado Mayor de «M», le comentó que las dos personas que debería rescatar tenían que largarse a toda prisa para salvar el pellejo.
– Eran tan jóvenes -musitó casi para sus adentros.
– ¿Cómo? -dijo inmediatamente «M».
– Decía que las chicas que rescatamos eran muy jóvenes.
– No fueron las únicas -dijo «M», apartando el rostro-. Los salvamos a todos en cuestión de siete días. Cuatro chicas, un chico y sus padres; vaya silo hicimos. Ahora dos de las chicas han muerto, James. Lo habrá leído probablemente esta mañana en la prensa. Les habíamos facilitado otros nombres y otros antecedentes. Eran inidentificables. Y, sin embargo, alguien ha conseguido descubrir a dos de ellas, por lo menos. Y han sido brutalmente asesinadas, y les han arrancado las lenguas. ¿Ha leído usted lo del sádico que anda suelto por las calles?
Bond asintió.
– ¿Quiere usted decir que…?
– Quiero decir que estas jóvenes habían recibido una nueva identidad tras prestarnos un inmejorable servicio, y hay todavía otras tres, esperando al verdugo que corta lenguas.
– ¿Será un escuadrón del KGB que quiere transmitirnos algún mensaje?
– En efecto, con cada una de estas muertes. Están cortando el Pastel de Crema, James, y quiero acabar con esto… inmediatamente.
– ¿Pastel de Crema?