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Bond calculó que la distancia que le separaba de la base de la roca debía de ser de aproximadamente setenta metros, cincuenta de los cuales resultarían visibles desde la villa. Respiró hondo, echó una carrerilla y se detuvo en cuanto estuvo en terreno seguro. La arena se transformó en una empinada ladera cubierta de corta hierba. Después de colocarse más cómodamente la correa de la bolsa sobre el hombro, Bond inició la subida. La hierba no era perfumada y su aspereza le arañaba las manos. De vez en cuando, los pies se le hundían en el suelo como si todo el promontorio no fuera más que un banco de arena descomunal. Necesitó diez minutos de duro esfuerzo antes de que la cuesta se transformara en terreno llano. Se encontraba ahora en una especie de terraza todavía no visible desde la villa. En cuanto la silueta del edificio empezó a recortarse contra el cielo ya un poco más claro unos treinta metros más allá, Bond se tendió boca abajo y avanzó unos diez metros reptando.

En aquel instante se encontraba a pocos pasos del edificio. Dedicó unos cinco minutos a examinar el objetivo. Era una especie de bungalow blanco con tejado de terracota y una serie de arcos laterales que le conferían una apariencia más hispánica que china. Se levantaba en el centro de un jardín circular, rodeado por un murete de unos cinco ladrillos de altura. Comprobó ahora que los arcos eran una especie de claustro que rodeaba la villa por sus cuatro costados. Las luces que había visto desde abajo procedían de dos puertas correderas de cristal que daban a la bahía. Había gente que se movía detrás de los cristales y Bond reconoció a Chernov, que paseaba arriba y abajo mientras hablaba con alguien.

Se pasó un rato calculando las distancias y grabándose en la mente todas las características del lugar. A la izquierda, el terreno se elevaba formando una cuesta. Recordando el mapa, supo que, en caso de elegir aquella dirección, se encontraría al final con un camino que conducía al puerto por la parte de atrás y pasaba por delante del famoso templo de la isla. Si alguien le persiguiera desde la villa, tendría que dar quince grandes zancadas desde la posición en la que en aquellos momentos se encontraba antes de desaparecer bajo la línea del horizonte. Después, tendría que aminorar el paso y detenerse dado que un descenso precipitado por la escarpada ladera le haría caer rodando hasta la playa de abajo.

Para vencer a Chernov, tenía que tomar precauciones ya desde un principio. Gateó muy despacio hasta un lugar en el que no pudieran verle desde la villa y buscó a tientas, en la oscuridad, una zona de terreno blando. Por fin, la palma de su mano tocó una roca, que resultó ser una áspera piedra circular de unos sesenta centímetros de longitud por unos treinta de anchura con una superficie irregular. Se desplazó hasta situarse directamente detrás de ella. Luego tomó la bolsa de lona, la abrió en silencio y sacó un paquetito envuelto en hule y cintas adhesivas, cuidadosamente preparado por Q'ute, quien se lo había entregado directamente en París. Contenía, sobre todo, instrumentos de apoyo y era una réplica del material que llevaba oculto en el cinturón o que utilizaba como objetos corrientes distribuidos por su ropa. Con Chernov no se podía uno andar con bromas. Después de excavar la tierra detrás de la roca, Bond depositó el paquete en el hueco. Lo cubrió todo con tierra y acto seguido trató de establecer su situación y se lo aprendió todo de memoria para que pudiera localizar rápidamente el paquete en caso de necesidad. Sólo cuando estuvo seguro de los ángulos y las distancias, inició el lento camino de regreso a la playa.

Al cabo de unos veinte minutos, volvió a reunirse con Ebbie, oculta en las sombras de los edificios que daban al puerto.

– Todo listo -le dijo, sin dar más explicaciones. Cuantas menos cosas supiera, mejor.

– ¿Están allí? -preguntó Ebbie en un susurro apenas audible.

– Está Chernov, y sospecho que, donde él esté, encontraremos a los demás.

Bond llevaba uno de los revólveres al cinto, con el cañón inclinado hacia un lado. Indicándole a Ebbie por señas que se quedara donde estaba, se acercó al muro del puerto y arrojó la bolsa de lona al mar. Ahora, ambos estaban armados y tenían municiones de repuesto.

– Nos dejaremos ver -le dijo Bond a Ebbie-, pero evitaremos el contacto directo… Estilo Swift, como fuegos fatuos. Nuestra misión es conseguir que salga Chernov. La casa es pequeña, pero difícil de asaltar. Si tiene buenos tiradores dentro, sería una locura que intentáramos cualquier clase de ataque. El terreno circundante está demasiado al descubierto y sería un suicidio.

– ¿Y si llamáramos a la policía? Estamos en territorio británico. ¿No podrías conseguir la detención de este hombre?

– Todavía no.

Bond no quería decirle que, antes de atrapar a Chernov, alguien tenía que morir; que el traidor que se ocultaba dentro de Pastel de Crema tendría que ser eliminado. La orden estaba implícita en las instrucciones de Swift. Para que «M» pudiera navegar de nuevo en aguas seguras, el agente doble no se podía descubrir públicamente. ¿Qué había dicho Swift? "«M» se encuentra todavía bajo asedio… No durará mucho si se descubre otro agente doble en su casa o cerca de ella." El único medio que ahora tenía Bond de descubrir la identidad del traidor de Pastel de Crema consistía en ofrecer en bandeja su propia persona y la de Ebbie.

– Iremos en seguida -dijo Bond, acercándose un dedo a los labios mientras se dirigía a la cabina telefónica.

Se sacó del bolsillo unas monedas y marcó cuidadosamente el número indicado en la nota de Swift, el 720302. Oyó el timbre y alguien tomó el aparato. Nadie habló. Contó lentamente hasta seis y después preguntó en ruso por el general Chernov. Contestó el propio Dominico en persona.

– Estoy cerca -dijo Bond en voz baja-. Atrápeme si puede -añadió colgando inmediatamente el teléfono.

A continuación regresó junto a Ebbie y la acompañó por la calleja hacia la playa de la bahía de Tung Wan. Esta vez, no se molestó en adoptar precauciones. En lugar de buscar la protección de la sombra, dirigió a Ebbie hacia la playa y ambos avanzaron lentamente hasta el promontorio, iniciando la subida, mucho más a la derecha que antes. Quería mantener a los hombres de Chernov bien alejados de la zona que ya había cubierto.

Al fin, llegaron a la zona llana y se aproximaron gateando a la casa. Se detuvieron a escasos metros del murete, apenas ocultos por éste. Todas las luces estaban ahora encendidas y el cielo ya empezaba a clarear por el este. En cuestión de minutos, la luz del día les iluminaría por completo. Volviéndose de lado, Bond dijo que les convendría situarse en la parte trasera de la casa.

– Hagámoslo en seguida -contestó Ebbie, preocupada-. Aquí estamos en terreno descubierto y creo que podrían vernos fácilmente desde la casa si miraran.

– Aquí, en la bahía de Tung Wan, apenas dormimos -dijo una voz a su espalda-. Qué amables han sido al venir. Ahora ya tengo toda la colección.

Bond se volvió, sosteniendo el revólver en alto, listo para abrir fuego.

Eran tres: Mischa y uno de los hombres que estaban con Dominico cuando sorprendieron a Bond en el Hotel Newpark; el tercer hombre, vestido con unos elegantes pantalones de sarga, camisa y chaqueta oscura, era, naturalmente, el general Kolya Chernov, que esbozaba una sonrisa triunfal mientras apuntaba directamente a la cabeza de Bond con su pistola automática.

– Usted me invitó a atraparle, míster Bond, y yo he aceptado amablemente su invitación.