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19. Le Presento A Los «Robinsones»

Como muchas casas francas de Europa, aquella villa situada en lo alto del promontorio con su vista de belleza sin igual, era, por dentro, de una rigidez espartana. Se observaban los habituales indicios de instalaciones a prueba de sonidos. Un papel de pared insólitamente grueso decoraba el salón principal de la casa en el que entraron a través de las grandes puertas correderas. El mobiliario era funcional, había sillas de bambú y una mesa de madera maciza. No había cuadros en las paredes ni adorno alguno sobre la repisa de la chimenea.

Bond bajó el revólver en cuanto vio que no tenía ninguna posibilidad y miró a Ebbie, indicándole con los ojos que guardara silencio. Al fin, habló, dirigiéndose a Ebbie.

– Miss Heritage, este caballero que nos apunta con la pistola es lo que pudiera decirse una estrella de primera magnitud. Permítame que le presente al general Konstantin Nikolaevich Chernov, Héroe de la Unión Soviética, condecorado con la medalla de la Orden de Lenin. La lista de sus condecoraciones es muy larga, pero le diré que, en la actualidad, es jefe de Investigaciones del Departamento 8, Dirección 5 del KGB. Este Departamento era conocido en otros tiempos con la denominación de SMERSH. Sospecho que el general preferiría seguir llamándolo con este emotivo nombre.

Chernov sonrió complacido, inclinó la cabeza en dirección a Ebbie y luego ordenó a sus hombres que los llevaran a los dos al interior de la villa.

– No sabe usted cuánto me alegro de volver a verle -le dijo el general a Bond, una vez dentro-. Ardía asimismo en deseos de conocer a su acompañante. Por un estúpido descuido, la perdimos en Irlanda, miss Heritage… ¿O sería tal vez más correcto llamarla Fräulein Nikolas?

– Heritage -contestó Ebbie muy tranquila.

– Como quiera -dijo Chernov, encogiéndose de hombros-. En cualquier caso, también me alegro mucho de verla. Eso completa el ridículo asunto de Pastel de Crema. Todos los pollos irán a parar a la cazuela y recibirán su merecido, ¿no es verdad?

Bond ya había decidido qué estrategia debía seguir. Carraspeó, tosió y dijo:

– Mi general, tengo poder para negociar.

– ¿De veras? -los astutos ojos de Chernov se clavaron en los de Bond; había en ellos un brillo burlón-. ¿Tiene poder para pactar?

– Dentro de ciertos límites, sí -mintió Bond-. Se pueden hacer ciertos canjes con las personas que usted retiene aquí: miss Dare, miss Heritage, Maxim Smolin, míster Baisley y Fráulein Dietrich. Estoy seguro de que usted deseará recuperar a ciertas personas. Tenemos a varias en reserva.

Mischa se rió por lo bajo mientras Chernov soltaba una gutural carcajada.

– Todos los relacionados con Pastel de Crema, ¿verdad? Los que están sentenciados a muerte.

– Sí.

Mischa volvió a reírse.

– Bueno, pues, ¿qué hacemos primero, camarada general? ¿Liquidar a los traidores y espías o poner a prueba a sus marionetas amaestradas?

– Disponemos de tiempo, Mischa. Tranquilícese. Estamos en un lugar muy agradable. Hoy hará mucho calor. Al anochecer, pondremos las marionetas a trabajar. Y después, podremos llevar a cabo el ritual que a usted tanto le gusta. Teniéndoles a todos encerrados aquí, podemos permitirnos el lujo de ir despacio. Merecen morir lentamente. Querían que trasladáramos a Smolin y Dietrich a Moscú, pero eso hubiera sido bastante difícil -Chernov exhaló un suspiro y miró a Ebbie con intención-. Ahora, esta joven apellidada Nikolas me podría proporcionar un poco de placer antes de que le arranquemos la lengua y la despachemos al otro barrio. ¿No está de acuerdo? -preguntó, mirando a Bond.

– No puedo estar de acuerdo porque no sé a qué se refiere.

– No me diga. Vamos a tomarnos un café y unos bollos y se lo explicaré. Mischa, ¿ya ha venido el amah con las provisiones para hoy?

– Sí, pero le he dicho que se fuera. Me ha parecido mejor que hoy no hubiera ningún extraño aquí.

– Tiene usted mucha razón, Mischa. Entonces ¿tomaremos un poco de café y comeremos unos panecillos con confitura?

– Hubiera tenido que traerse a su criado, mi general.

– Tal vez. Uno de estos hombres le ayudará -dijo Chernov, señalando con la cabeza a un sujeto que permanecía de pie junto a la puerta y a otro que acababa de situarse cerca de la ventana. Ambos iban armados con pistolas ametralladoras listas para disparar. Mischa le tocó un brazo al que estaba junto a la puerta y le habló en ruso. El individuo se echó la correa de la pistola al hombro y estaba a punto de seguir a Mischa cuando intervino Chernov.

– Puede ayudarle, pero creo que, primero, alguien debería escoltar a la joven al lugar donde se encuentran sus compañeros. Probablemente, tendrán muchas cosas de que hablar. Procure sacar el máximo provecho -añadió, mirando con una sonrisa a Ebbie.

Mischa la llamó y el guardián la apuntó con el cañón de la pistola. Ebbie asintió en silencio y se levantó de la silla, mirando primero a Bond y después a Chernov. Acto seguido, se acercó a Chernov y le escupió en pleno rostro. Éste retrocedió desconcertado, pero su reacción fue tan rápida que Bond ni siquiera pudo ver cómo su mano abofeteaba la mejilla izquierda de Ebbie con la palma y la derecha con el dorso. Ebbie no profirió el menor grito y recibió los golpes sin acercarse siquiera la mano al rostro. Ambos guardianes se adelantaron de un salto, pero ella se limitó a dar media vuelta para seguir al preocupado Mischa. Un guardián se situó a su espalda mientras el otro regresaba a su puesto, junto a la ventana. Chernov se secó el escupitajo del rostro.

– Estúpida muchacha -musitó-. Hubiera podido aliviarle un poco lo inevitable.

– A pesar de su barniz de sofisticación, es usted un hijo de puta extraordinariamente despiadado, Chernov -dijo Bond.

Los archivos del Cuartel General de Regent's Park describían con todo detalle su retorcida crueldad, pero no podían reflejar su degenerada naturaleza. Chernov se hubiera podido equiparar, con toda justicia, al más cruel y perverso jefe que jamás haya tenido el KGB, el infame Lavrenti Pavlovich Beria, de triste memoria.

– ¿Yo? -dijo Chernov, arqueando las cejas-. ¿Despiadado yo? No sea estúpido, Bond. Estas chicas fueron utilizadas por los no menos despiadados planificadores de operaciones de su Servicio. Probablemente les explicaron el riesgo que corrían -lanzando un bufido, Chernov añadió-: Usted y yo sabemos que Pastel de Crema pretendía conseguir la deserción de dos altos y expertos funcionarios, Smolin y Dietrich. Por si eso no bastara, sus jefes añadieron otros dos objetivos. Todo salió a pedir de boca. Pero el KGB y el GRU no podían permanecer impasibles. Dos de las chicas han sido eliminadas. Sería injusto amonestar tan sólo a los demás. Las comunidades de espionaje mundiales tienen que ver que tomamos represalias. En cualquier caso -volvió a encogerse de hombros-, las órdenes de mi presidente son que se lleven a cabo ejecuciones sumarias. Los cuerpos serán abandonados con marcas de advertencia. Algo así como un sacrificio ritual, ¿comprende?

Chernov hablaba con la mayor frialdad e indiferencia, como si las ejecuciones de Heather, Ebbie, Jungla, Dietrich y Smolin fueran tan intrascendentes como la imposición de una multa por exceso de velocidad.

– Entonces, ¿no podemos negociar?

– No se puede negociar con los muertos.

– ¿Y yo, mi general?

– ¡Ah! -exclamó Chernov, señalando con el índice de la mano derecha a Bond. Antes de que pudiera decir nada, llamaron a la puerta y entró el guardián, llevando una gran bandeja con una jarra de café, tazas, un cesto de bollos y tarros de confitura. Le seguía Mischa, que sostenía en una mano la pistola ametralladora del hombre. Era evidente que no quería ser mayordomo de nadie, ni siquiera de Chernov-. ¡Ah! -repitió el general, bajando el dedo-. Aquí tenemos el desayuno.

Mischa y el otro guardián se retiraron. Bond observó que el hombretón situado de pie junto a la ventana miraba la comida con cierta envidia.