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– ¿Tiene usted alguna idea de cómo debemos manejar el asunto, Heather? La llamaré Heather y no Irma, ¿verdad?

– Heather -musitó la joven. Tras una pausa, añadió-: Lamento haber mencionado los verdaderos nombres de las demás. Sí, me considero Heather desde que su gente me dejó en el mundo real con un nuevo nombre. Pero me resulta difícil identificar a mis antiguas compañeras en sus nuevos disfraces.

– ¿Se conocían ustedes mutuamente en Pastel de Crema? ¿Sabían cuáles eran los objetivos de cada una?

– Conocíamos los verdaderos nombres y los nombres de las calles -contestó ella, asintiendo-. Nos conocíamos unas a otras, conocíamos nuestros respectivos objetivos y nuestro control. No habla ningún interruptor. Por eso Emilie y yo estábamos juntas cuando usted nos recogió en aquella pequeña ensenada -Heather vaciló, frunció el ceño y sacudió la cabeza-. Perdón, quería decir Ebbie, Emilie Nikolas se llama ahora Ebbie.

– Sí, Ebbie Heritage, ¿no es cierto?

– Así es. Resulta que somos amigas desde hace tiempo. Hablé con ella esta mañana.

– ¿En Dublín?

– Está usted muy bien informado -dijo Heather-. Sí, en Dublín.

– ¿A través de una línea abierta? ¿Habló con ella a través de una línea abierta?

– No se preocupe, míster Bond…

– James.

– De acuerdo. No te preocupes, James, sólo dije tres palabras. Mira, estuve algún tiempo con Ebbie antes, de inaugurar éste salón. Elaboramos un sencillo código para hablar a través de una línea abierta. Decía «Elizabeth está enferma», y la respuesta era «Te veré esta tarde».

– Y eso, ¿qué significaba?

– Lo mismo que «Cómo está tu madre», el aviso de Pastel de Crema, intercalado en una conversación. «Madre» era la clave: «Te han descubierto. Emprende la acción necesaria.»

– Lo mismo que hace cinco años.

– Sí, y ahora estamos a punto de reemprender la acción necesaria. Como puedes ver, James, estuve en París. Regresé esta mañana. En el avión, me enteré de los asesinatos. No sabía nada al respecto. Uno solo nos hubiera puesto en guardia, pero dos, y con ese detalle de… la lengua -Heather tragó saliva, visiblemente asustada-. Las lenguas eran una clara advertencia. Un aviso encantador, ¿verdad?

– No es muy ingenioso que digamos.

– Los avisos y los asesinatos por venganza raras veces son ingeniosos. ¿Sabes lo que hace la Mafia con los que comenten adulterio dentro de una familia?

Bond asintió enérgicamente con la cabeza.

– No es muy agradable, pero trasmite muy bien la idea.

Recordó la última vez que había oído hablar de un asesinato de aquel tipo, los órganos genitales del hombre habían sido cortados.

– La lengua también transmite la idea.

– Exacto. Bueno, pues, ¿qué significa «Elizabeth está enferma»?

– «Nos han descubierto. Reúnete conmigo donde tú sabes.»

– ¿Y dónde es?

– Donde ahora voy, en el vuelo de la Aer Lingus que sale del aeropuerto de Heathrow a las ocho y media de esta tarde.

– ¿A Dublín?

– Sí, a Dublín. Allí alquilaré un automóvil y me dirigiré al lugar de la cita. Ebbie me estará aguardando desde primera hora de la tarde.

– ¿E hiciste lo mismo con Frank Baisley, o Franz Belzinger? ¿El que se hace llamar Jungla?

Aunque todavía estaba un poco nerviosa, Heather esbozó una leve sonrisa.

– Siempre fue un bromista. Le gustaba correr riesgos. Su apellido era Wald, que significa «bosque» en alemán. Ahora se hace llamar Jungla. No, me fue imposible transmitirle el mensaje porque no sé dónde está.

– Yo sí lo sé.

– ¿Dónde?

– Muy lejos de aquí. Ahora, dime en qué lugar te reunirás con Ebbie.

Heather vaciló un instante.

– Vamos -le apremió Bond-. Estoy aquí para ayudarte. De todos modos, pienso acompañarte a Dublín. Tengo que hacerlo. ¿Dónde te reunirás con ella?

– Hace tiempo decidimos que la mejor manera de ocultarnos consistía en no escondernos. Acordamos reunirnos en el castillo de Ashford, en el condado de Mayo. Es el hotel donde se alojó el presidente Reagan.

Bond sonrió. Era un razonamiento muy sensato y muy profesional. El castillo de Ashford es un establecimiento caro y lujoso, un lugar en el que a ningún escuadrón de castigo se le ocurriría buscar a nadie.

– ¿Podríamos simular que se trata de una reunión de negocios? -preguntó-. ¿Te importa que utilice tu teléfono?

Heather se sentó junto a su alargado escritorio y guardó la Woodsman en un cajón. Luego, la cubrió con unos papeles y empujó el teléfono hacia Bond. Éste llamó a la oficina de reservas de la Aer Lingus, en el aeropuerto de Heathrow, y reservó una plaza en el vuelo EI-177, Clase Club, a nombre de Boldman.

– Tengo el automóvil a la vuelta de la esquina -dijo Bond, colgando el auricular-. Saldremos de aquí hacia las siete. Ya habrá oscurecido y me imagino que todos tus empleados se habrán marchado.

– Ya están a punto de terminar -dijo Heather, arqueando las cejas mientras consultaba su precioso reloj Cartier.

Como si alguien hubiera adivinado sus pensamientos, precisamente en aquel momento sonó el teléfono. Bond dedujo que debía ser la rubia, porque Heather contestó que sí, que ya se podían ir. Ella se quedaría a trabajar hasta muy tarde con aquel caballero y se encargaría de cerrar la puerta. Les vería a todos a la mañana siguiente.

El día estaba muriendo y el rumor del tráfico en Picadilly no era ya tan intenso cuando Bond se sentó a hablar con la chica, tratando de averiguar más detalles sobre Pastel de Crema. Lo que Heather le dijo superaba con creces todo lo que él había descubierto en las carpetas, aquella tarde. Heather Dare se declaró responsable de la llamada de advertencia a los cinco participantes: «Lo siento, Gustav ha anulado la cena.» Ella fue la que estuvo trabajando al principal objetivo, el coronel Maxim Smolin, el cual era por aquel entonces el segundo de a bordo en la HVA. Le reveló sin querer muchas cosas sobre sí misma y sobre el funcionamiento interno de Pastel de Crema, y le puso sobre aviso con respecto a ciertos engaños omitidos o eliminados de los archivos.

A las siete menos cinco, Bond le preguntó si tenía un sobretodo. Heather asintió y se dirigió a un armarito empotrado del que sacó una trinchera blanca fácilmente identificable y de puro estilo francés porque sólo los franceses son capaces de crear trincheras elegantes. Después, le ordenó que guardara la Woodsman bajo llave, y juntos abandonaron el despacho y tomaron el ascensor hasta la planta baja. En cuanto llegaron al vestíbulo, se apagaron las luces y Heather lanzó un grito mientras el atacante se abalanzaba sobre ella como un tifón humano.

4. Esquiva Y Regatea

El hombre que se arrojó contra el camarín del ascensor debía suponer que Heather estaba sola. Más tarde Bond comprendió que, en la oscuridad del vestíbulo, sólo debió resultar visible la trinchera blanca de Heather, ya que ésta fue la primera en salir cuando se abrieron las puertas. A Bond le empujaron contra la pared de cristal del ascensor y, en un primer momento, no supo si sacar la pistola o bien la varilla. Sin embargo, no podía permitirse el lujo de vacilar. El asaltante ya tenía una mano sobre el hombro de Heather y la estaba obligando a volverse mientras con la otra mano, levantada en alto, sostenía un objeto que parecía un martillo de grandes dimensiones. Tratando de recuperar el equilibrio, Bond resbaló contra el cristal y levantó la pierna derecha para golpear con ella la parte inferior de las piernas del atacante. Notó que uno de sus pies establecía contacto y oyó un gruñido amortiguado, mientras el hombre fallaba el golpe y el martillo se estrellaba en el espejo posterior del ascensor en lugar de alcanzar a Heather.