– Entre otras cosas, una pistola calibre 22 -dijo Mac-. No la que nos enseñó ayer. Y unas tenazas de cortar hierro.
– ¿Unas tenazas de cortar hierro? -preguntó ella.
– El candado de la caja donde guardaba la pistola en el club de tiro fue cortado, probablemente en algún momento del día de ayer.
– ¿Y se ha perdido la pistola que había dentro? -preguntó mirándole a los ojos.
– No -dijo Mac.
– Lamento que tengan que buscar esas cosas -dijo Louisa-. No encontrarán nada aquí. Debería tomar notas sobre cómo se siente alguien sospechoso de asesinato. Obviamente, soy la principal sospechosa, ¿verdad?
– Eso parece -dijo Mac.
– Principal sospechosa y sin motivo -añadió.
Ni Mac ni Aiden respondieron. Se colocaron los guantes y empezaron por el recibidor en el que estaban.
– Van a matarme -le dijo Big Stevie a Jake El Jockey.
Stevie estaba sentado en el sofá, hundido, con la pierna dolorida. No pensaba en su cumpleaños o en el dolor de la pierna sino en la traición de Dario Marco. Ésa era la única explicación. Stevie se había convertido en un estorbo. Sabía lo que le había pasado a Alberta Spanio. Marco no podía relajarse ante la posibilidad de que atrapasen a Stevie y éste hablase, así que le enviaron al apartamento de Brooklyn.
Stevie no habría hablado. Tenía pocas cosas en la vida más allá de su pequeño apartamento, el trabajo en la panadería, algunos programas de televisión que le gustaban, el bar que frecuentaba, Lilly y su madre al otro lado del rellano y Marco. Hasta el día de ayer, eso había sido suficiente para sentirse feliz.
– ¿Quieres más café o beber algo? -le preguntó El Jockey al tiempo que se sentaba frente a la mesa del estudio.
– No, gracias -dijo Stevie.
Stevie y El Jockey habían trabajado juntos varias veces, en la mayoría de ocasiones para la familia Marco. El Jockey era el que hablaba más cuando estaban juntos, no es que fuese muy parlanchín, pero comparado con Stevie parecía Leno o Letterman.
– ¿Qué vas a hacer? -le preguntó El Jockey.
Stevie no quería pensar en sus posibilidades, pero se obligó a hacerlo. Podía reunir todo su dinero, que no era mucho, tal vez veinte mil dólares o algo así, si podía sacarlo del banco asegurándose de que no le viese la policía. También podía entregarse y testificar contra Anthony y Dario Marco, eludiendo así tal vez los cargos de asesinato, y entrar en el programa de protección de testigos. Después de todo, ¿qué les debía? Él les había sido plenamente fiel y ellos habían intentado asesinarlo.
No, incluso disponiendo de un buen abogado y haciendo un buen trato, tendría que pasar un tiempo en la cárcel. Había estrangulado a un policía. No había modo de librarse de eso. Stevie tenía más de setenta años desde hacía unas horas. Moriría de viejo en prisión, si la familia Marco no acababa antes con él.
Stevie todavía podía cuidarse de sí mismo, pero dentro de unos años, posiblemente no fuese ya lo bastante rápido para evitar un ataque por la espalda en la prisión. Tal vez, con un poco de suerte, lo encerrarían aislado, y viviría y moriría solo en una celda.
No, realmente sólo tenía una posibilidad. Podía matar a Dario Marco. Con su muerte no obtendría otra recompensa que hacer justicia. Tendría que haber matado a los dos tipos que intentaron darle caza en el portal de Lynn Contranos. Tal vez incluso había matado a alguno de ellos, al que golpeó en el estómago. Quizá se habían deshecho ya de él o estaba muriéndose en una cama de hospital a consecuencia de las hemorragias internas. Al otro tipo le había roto la nariz. Stevie creía recordar que se llamaba Jerry. Stevie le había quitado la pistola y la había tirado. A lo mejor tendría que habérsela quedado, pero nunca le habían gustado las armas. Tal vez también tendría que haber matado a Lynn Contranos. Cuando pensó en ello, se le ocurrieron pocas opciones más allá de ser el último hombre que quedase en pie.
Llamaron a la puerta. El Jockey se puso en pie de un salto, miró a Stevie y después miró hacia la puerta.
– ¿Quién es? -preguntó Jake.
– Policía.
No disponía de muchos rincones en los que esconderse. El armario o el lavabo. El Jockey señaló hacia el lavabo. Stevie se puso de pie. Jake susurró:
– Escóndete tras la puerta. No la cierres. Tira de la cadena.
Stevie caminó con extrema dificultad hasta el lavabo mientras Jake se dirigía a la puerta. Le miró caminar hacia el lavabo, comprobando que no fuese dejando gotas de sangre por el suelo. No pudo ver ninguna.
Stevie tiró de la cadena y se escondió detrás de la puerta abierta.
– Ya voy -dijo El Jockey mirando tras de sí para comprobar que Stevie ya estaba dentro del lavabo.
Se bajó la cremallera de los pantalones y abrió la puerta. El policía estaba solo, muy abrigado, con un abrigo de cuero.
– ¿Jacob Laudano? -preguntó el policía.
– Lloyd -replicó El Jockey-. Jacob Lloyd. Lo cambié legalmente.
– ¿Puedo pasar?
Jake se encogió de hombros y dijo:
– Cómo no, no tengo nada que ocultar.
Dio un paso atrás y Don Flack entró en el pequeño apartamento. Una de las primeras cosas en que se fijó fue en la puerta del lavabo medio abierta.
La panadería Marco de Castle Hill tenía dieciocho empleados. Todos estaban trabajando excepto Steven Guista.
Stella tenía una lista con los nombres que fue comprobando a medida que entraban los hombres y las mujeres en la oficina de suministros donde se habían instalado los CSI.
Para cuando hablaron y les tomaron muestras de ADN y de las huellas dactilares a los primeros nueve, resultó evidente que todos los empleados eran o ex convictos o mantenían alguna relación con la familia Marco, o ambas cosas.
Jerry Carmody fue el número diez. Era grande, ancho de hombros, tirando a gordo, debía de tener más o menos unos cuarenta años y llevaba la nariz vendada. Tenía los ojos rojos e hinchados.
– ¿Qué le ha pasado a su nariz? -preguntó Stella tras extraer Danny una muestra de su boca.
– Un accidente, me caí -respondió.
– Una caída dura -dijo ella-. ¿Le importa si le echo un vistazo?
– Fui al médico esta mañana -dijo Carmody-. Él me lo arregló. Ya me había roto la nariz con anterioridad.
– Tiene suerte de que el hueso no se le haya desplazado hacia atrás, hacia el cerebro -dijo Stella-. Le golpearon bien fuerte.
– Como ya le he dicho, me caí -insistió Carmody.
– ¿Estuvo en Brooklyn anoche? -le preguntó.
Carmody miró a su alrededor, a Danny y al policía uniformado que le había llevado hasta aquella habitación.
– Vivo en Brooklyn -dijo Carmody.
– ¿Conoce a Lynn Contranos?
– No.
– Necesitaremos una muestra de su sangre -dijo Stella tosiendo.
– ¿Para qué?
– Creo que Stevie Guista le hizo eso -dijo-. Sangró en el portal de Lynn Contranos. Recogimos muestras de sangre.
Carmody permaneció en silencio.
– ¿Conoce a Helen Grandfield? -preguntó.
– Claro.
– Ella es Lynn Contranos -dijo Stella.
– ¿Y qué? -dijo Carmody desinteresado.
– ¿Dónde está Guista?
– ¿Big Stevie? No lo sé. En su casa, o andará borracho por ahí. ¿Cómo iba yo a saberlo? Fue su cumpleaños. Ayer. Probablemente esté durmiendo la mona.
– Hablaremos de Stevie después de que hayamos comprobado que su sangre es la misma que encontramos en el portal. Arremánguese.
– ¿Qué pasa si digo que no…?
– El investigador Messer es muy cuidadoso -dijo Stella-. Si no quiere que lo hagamos aquí, le llevaremos a nuestro laboratorio, con una orden judicial. ¿Quién está hoy en el laboratorio?
– Janowitz -dijo Danny finalmente.
– No le gustaría Janowitz -aclaró Stella.
– Janowitz El Torpe -dijo Danny.