Su vida era un lío. Cierta parte de su carácter, tímido, indolente, sin confianza en sí mismo, había generado el hábito de mostrarse indeciso, de dejar que las cosas se arreglaran solas, como si Marcus hubiera puesto su fe en una providencia benevolente que, si se la dejaba, actuaría en su nombre. En los tres años que había pasado en la Mansión, ¿cuánto de eso correspondía a la lealtad, la gratitud, la satisfacción de aprender de un hombre situado en lo más alto de su profesión, el deseo de no decepcionarle? Todo había desempeñado su papel, pero básicamente se había quedado porque eso era más fácil que afrontar la decisión de marcharse. Pero la afrontaría ahora. Soltaría amarras y no sólo físicamente. En África todo sería diferente, más profundo, más duradero que cualquier cosa que hubiera hecho en la Mansión. Tenía que hacer algo nuevo, y si esto exigía escapar, escaparía hacia la gente que necesitaba desesperadamente su destreza, hacia niños de ojos muy abiertos con atroces labios leporinos no tratados, hacia víctimas de la lepra que precisaban ser aceptadas y reconstruidas, hacia quienes tuvieran cicatrices, hacia los desfigurados y los rechazados. Le hacía falta respirar un aire más fuerte. Si no se enfrentaba ahora a Chandler-Powell, nunca tendría el coraje de actuar.
Se levantó con rigidez y caminó como un viejo hasta la puerta, se paró un instante, y acto seguido echó a andar decidido hacia la Mansión, como un soldado dirigiéndose a la batalla.
10
Marcus encontró a Chandler-Powell en la sala de operaciones. Estaba solo, ocupado en revisar un nuevo envío de instrumentos, examinando cada uno minuciosamente, dándole vueltas en la mano y devolviéndolo a la bandeja con una especie de reverencia. Era un trabajo para un ayudante de quirófano, y Joe Maskell llegaría a las siete de la mañana siguiente para preparar la primera operación del día. Marcus sabía que verificar los instrumentos no significaba que Chandler-Powell tuviera poca confianza en Joe -no contrataba a nadie en quien no pudiera confiar-, pero tenía dos grandes pasiones, su trabajo y su casa, y ahora era como un niño con sus juguetes favoritos.
– Si tienes tiempo, me gustaría hablar un momento contigo -dijo Marcus.
Incluso a él mismo su voz le pareció poco natural, con un tono extraño. Chandler-Powell no levantó la vista.
– Depende de lo que entiendas por un momento. ¿Se trata de una conversación seria?
– Supongo que sí.
– Entonces terminaré esto e iremos a la oficina.
Para Marcus había algo intimidante en la idea. Le recordó demasiado las veces que su padre lo mandaba llamar cuando niño. Ojalá pudiera hablar ahora y acabar de una vez. Pero espero a que se hubiera cerrado el último cajón; entonces George Chandler-Powell dirigió sus pasos a la puerta del jardín, y cruzando la parte trasera de la casa y el vestíbulo, ambos llegaron a la oficina. Lettie Frensham estaba sentada ante su ordenador, pero, cuando los vio entrar, murmuró una disculpa en voz baja y se fue discretamente. Chandler-Powell se sentó frente a una mesa, indicó a Marcus una silla y se quedó esperando. Marcus intentó convencerse a sí mismo de que el silencio no era una impaciencia cuidadosamente controlada.
Como parecía improbable que George fuera el primero en hablar, Marcus dijo:
– He tomado una decisión sobre África. Quiero hacerte saber que finalmente me incorporaré al equipo del señor Greenfield. Te agradeceré que en el espacio de tres meses me releves de mis obligaciones.
– Supongo que has estado en Londres y has hablado con el señor Greenfield -dijo Chandler-Powell-. Y sin duda él te haría notar algunos problemas, el futuro de tu carrera entre ellos.
– Sí, así es.
– Matthew Greenfield es uno de los mejores cirujanos plásticos de Europa, seguramente está entre los seis mejores del mundo. También es un profesor brillante. Podemos dar por sentada su capacidad: FRCS, [1] FRCS (plástico), Maestro en Cirugía. Va a África a dar clase y a abrir un centro de excelencia. Esto es lo que quieren los africanos, aprender a arreglárselas solos, que no tengan que ir siempre los blancos a ocuparse de todo.
– No pensaba en ocuparme de nada, sólo en ayudar. Hay mucho que hacer. El señor Greenfield cree que yo podría ser útil.
– Naturalmente que lo cree; de lo contrario no desperdiciaría su tiempo contigo. Pero ¿qué crees que estás ofreciendo exactamente? Eres FRCS y un cirujano competente, pero no estás cualificado para enseñar, ni siquiera para enfrentarte sin ayuda a los casos más complicados. Además, un año en África afectará seriamente a tu carrera, bueno, eso si consideras que tienes una. Quedarte aquí no te ha resultado práctico, te lo dije el primer día. Esta nueva ACM, Actualización de Carreras Médicas, hace que los planes de formación sean mucho más rígidos. Los internos se han convertido en médicos tras un año preparatorio, y todos sabemos el lío que está montando aquí el gobierno, los especialistas se van, los jefes de admisiones son aprendices de cirujano en prácticas, y quién sabe cuánto durará esto antes de que se les ocurra algo, más formularios que rellenar, más burocracia, más dificultades para la gente que quiere seguir trabajando. Pero una cosa es segura. Si quieres hacer una carrera como cirujano, has de estar en el plan de formación, y esto se ha vuelto muy rígido. Sería posible reincorporarte, y yo echaría una mano, pero no si te vas de excursión a África. Porque no es que vayas por motivos religiosos. Si así fuera, no lo apoyaría pero podría comprenderlo… bueno, si no comprenderlo, aceptarlo. Hay gente así, pero nunca te he tenido por alguien especialmente devoto.
– No, no pretendo serlo.
– Bueno, ¿qué reivindicas, entonces? ¿La beneficencia universal? ¿La culpa poscolonial? Sé que esto aún goza de cierta popularidad.
– George, tengo un trabajo útil que hacer. No reivindico nada salvo esta clara convicción de que África me iría bien. No puedo quedarme aquí indefinidamente, tú mismo lo has dicho.
– No te estoy pidiendo que te quedes. Sólo te pido que reflexiones detenidamente sobre qué rumbo quieres que tome tu carrera. Si quieres hacer carrera como cirujano, claro. Pero si ya has tomado una decisión, no voy a gastar saliva intentando convencerte. Sugiero que te lo pienses bien; de momento me queda claro que en tres meses necesitaré a alguien que te sustituya.
– Sé que para ti será un inconveniente, y lo lamento. Y sé cuánto te debo. Te estoy agradecido. Siempre lo estaré.
– Estos gimoteos de gratitud sobran. Entre colegas «gratitud» nunca es una palabra agradable. Damos por hecho que te vas dentro de tres meses. Espero que en África encuentres lo que estás buscando, sea lo que fuere. ¿O la cuestión está en quitarte de encima algo de lo que estás huyendo? Si esto es todo, ahora me gustaría poder usar la oficina.
Había otra cosa, y Marcus se armó de valor para decirla. Se habían pronunciado palabras que habían destruido una relación. Ya nada podía ser peor.
– Se trata de una paciente, Rhoda Gradwyn. Ahora está aquí.
– Ya lo sé. Y regresará en dos semanas para su operación, a menos que no le guste la Mansión y prefiera una cama en Saint Ángela.
– ¿No sería esto más conveniente?
– ¿Para ella o para mí?
– Me preguntaba si quieres realmente animar a los periodistas de investigación a que vengan a la Mansión. Si viene ella, vendrán otros después. Y ya me imagino lo que escribirá Gradwyn. «Mujeres ricas se gastan fortunas porque no están satisfechas con su aspecto. Las aptitudes de valiosos cirujanos podrían aprovecharse mejor.» Descubrirá algo que criticar, es su trabajo. Los pacientes confían en nuestra discreción y esperan confidencialidad absoluta. Porque, ¿no es éste el sentido de este lugar?