– Creo que con la ayuda de un poco de maquillaje podría ser casi invisible. Si hace falta, después de la intervención podemos derivarla a una enfermera CC para un camuflaje cosmético. Estas enfermeras son muy hábiles. Es sorprendente lo que se puede hacer.
– Preferiría no tener que utilizar camuflaje.
– Quizá sea preciso muy poco o nada, pero es una cicatriz profunda. Como supongo que sabe, la piel consta de capas y hará falta abrirlas y reconstruirlas. Después de la operación, durante un tiempo la cicatriz estará roja, como en carne viva, bastante peor antes de que empiece a mejorar. También deberemos ocuparnos del efecto del pliegue nasolabial, esta pequeña caída del labio, y de la parte superior de la herida, que tira de la comisura del ojo hacia abajo. Al acabar, utilizaré una inyección de grasa para hinchar y corregir cualquier irregularidad de contorno. De todos modos, cuando la vea el día previo a la operación le explicaré con más detalle lo que pienso hacer y le enseñaré un diagrama. La intervención se hará con anestesia general. ¿La han anestesiado en alguna ocasión?
– No, será la primera vez.
– El anestesista la verá antes de la operación. Quiero que le hagan algunas pruebas, incluyendo análisis de sangre y un ECG, pero prefiero que se lleven a cabo en Saint Ángela. Fotografiaremos la cicatriz antes y después de la operación.
– En cuanto a la inyección de grasa que ha mencionado -dijo ella-, ¿qué clase de grasa será?
– Suya. Obtenida de su estómago mediante una jeringa.
Por supuesto, pensó Rhoda, vaya pregunta más tonta.
– ¿Cuándo está pensando en hacerlo? -preguntó él-. Tengo camas privadas en Saint Ángela, pero si prefiere estar fuera de Londres también podría venir a la Mansión Cheverell, mi clínica privada de Dorset. La fecha más temprana que puedo proponerle este año es el viernes 14 de diciembre. Pero tendría que ser en la Mansión. En esa época usted sería uno de los dos únicos pacientes, pues reduciré la actividad de la clínica por las vacaciones de Navidad.
– Prefiero estar fuera de Londres.
– Después de esta consulta, la señora Snelling la acompañará a la oficina. Allí mi secretaria le dará un folleto sobre la Mansión. El tiempo que permanezca allí dependerá de usted. Seguramente los puntos se le quitarán el sexto día, y muy pocos pacientes necesitan o desean quedarse más de una semana después de la intervención. Si se decide por la Mansión, será útil que encuentre tiempo para hacer una visita preliminar, sea de día o por una noche. Si disponen de tiempo, me gusta que los pacientes vean dónde van a ser operados. Llegar a un lugar totalmente desconocido es desconcertante.
– ¿La herida va a doler, quiero decir después de la operación? -preguntó ella.
– No, no es probable que duela. Quizás un poco de irritación, y también una hinchazón considerable. Y si hay dolor, sabemos cómo combatirlo.
– ¿La cara vendada?
– Nada de vendaje. Un simple apósito.
Había otra pregunta, que Rhoda formuló sin inhibiciones aunque creía saber la respuesta. No preguntaba porque tuviera miedo, y esperaba que él lo entendería, aunque no le preocupaba que no fuera así.
– ¿Podríamos considerarla una operación peligrosa?
– Con la anestesia general siempre hay cierto riesgo. Por lo que se refiere a la cirugía, la operación será larga, delicada, y es probable que surjan algunos problemas. Pero éstos son responsabilidad mía, no suya. Yo no la calificaría de peligrosa desde el punto de vista quirúrgico.
Rhoda se preguntó si él estaba dando a entender que podía haber otros peligros, problemas psicológicos derivados de un cambio completo de aspecto. Ella no esperaba ninguno. Había afrontado las consecuencias de la cicatriz durante treinta y cuatro años. Afrontaría también su desaparición.
El médico quiso saber si tenía más preguntas. Ella contestó que no. El se puso en pie y se dieron la mano, y por primera vez el hombre sonrió. Esto transformó su cara.
– Mi secretaria le mandará las fechas en que podremos hacerle las pruebas en Saint Ángela. ¿Supone esto algún problema? ¿Estará usted en Londres las dos próximas semanas?
– Estaré en Londres.
Siguió a la señora Snelling a una oficina situada en la parte trasera de la planta baja, donde una mujer de mediana edad le dio un folleto sobre las instalaciones de la Mansión en el que también se incluía el coste tanto de la visita preparatoria que, explicó, el señor Chandler-Powell consideraba útil para los pacientes pero que, naturalmente, no era obligatoria, como el coste de la operación y de la estancia de una semana en el postoperatorio. Rhoda había previsto que el precio fuera elevado, pero la realidad superó sus expectativas. Sin iluda las cifras reflejaban ventajas más sociales que médicas. Le pareció recordar haber oído por casualidad a una mujer decir «desde luego, yo voy siempre a la Mansión», como si esto supusiera su admisión en un círculo de pacientes privilegiados. Sabía que podía operarse en el Servicio Nacional de Salud, pero había una lista de espera para casos no urgentes, y además ella necesitaba intimidad. En todas las esferas, la rapidez y la intimidad habían llegado a ser un lujo caro.
Trascurrida media hora desde su llegada, la acompañaron a la puerta. Aún le quedaba una hora hasta su cita en el Ivy. Iría andando.
4
El Ivy era un restaurante demasiado popular para garantizar el anonimato, pero la discreción social, que entre todos los demás ámbitos era importante para ella, nunca le había preocupado en lo concerniente a Robin. En una edad en que la notoriedad requería indiscreciones cada vez más escandalosas, ni la página de chismorreos más desesperada desperdiciaría un párrafo sobre la revelación de que Rhoda Gradwy, la distinguida periodista, había estado almorzando con un hombre veinte años más joven. Estaba acostumbrada a él; la divertía. Le daba acceso a esferas de la vida que ella necesitaba experimentar aunque fuera de forma indirecta. Y lo compadecía, aunque esto no era precisamente la base de la intimidad, que por parte de Rhoda no existía. Él le confiaba sus cosas; ella escuchaba. Rhoda suponía que ella debía de obtener cierta satisfacción de la relación, si no ¿por qué seguía dispuesta a permitirle que se apropiara siquiera de un área limitada de su vida? Cuando pensaba en esa amistad, algo que sucedía rara vez, le parecía un hábito que no imponía obligaciones más arduas que un almuerzo o una cena ocasional a su cargo. También creía que interrumpir ese hábito resultaría más complicado y largo que mantenerlo.
El la estaba esperando, como de costumbre, en su mesa favorita junto a la puerta, que había reservado ella, y cuando entró, Rhoda pudo observarlo durante medio minuto antes de que él alzara los ojos del menú y la viera. Como de costumbre, ella se sintió sobrecogida por la belleza de Robin, que parecía no ser consciente de la misma, aunque era difícil creer que alguien tan solipsista no se diera cuenta del premio que le habían concedido los genes y el destino o no sacara provecho de ello. Hasta cierto punto sí lo hacía, si bien no parecía importarle demasiado. A ella siempre le costaba creer lo que le había enseñado la experiencia: que los hombres y las mujeres podían ser físicamente hermosos sin poseer a la vez algunas cualidades mentales y espirituales comparables, que la belleza podía desperdiciarse en las personas superficiales, ignorantes o estúpidas. Era su físico, sospechaba ella, lo que había ayudado a Robin Boyton a conseguir plaza en la escuela de arte dramático, sus primeros contratos, su breve aparición en una serie de televisión que prometía mucho pero duró sólo tres episodios. Nada duraba mucho. Incluso el director o el productor más indulgente o más favorablemente predispuesto acababan frustrados por los papeles que Robin no se aprendía o los ensayos a los que no asistía. Cuando fallaba la actuación, Robin aplicaba numerosas iniciativas imaginativas, algunas de las cuales habrían tenido éxito si su entusiasmo hubiera durado más de seis meses. Rhoda se había resistido a las lisonjas de Robin para que invirtiera en alguna de ellas, y él había aceptado las negativas sin resentimiento. Sin embargo, las negativas no evitaban que lo intentara de nuevo.