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– Así que usted no estuvo presente cuando el testamento fue redactado o firmado.

– No estuvo presente nadie del despacho. En su momento no se nos envió una copia, y ni nosotros ni la familia supimos de su existencia hasta tres días después de la muerte de Peregrine Westhall, cuando Candace lo encontró en un cajón cerrado de un armario del dormitorio donde el viejo guardaba documentos confidenciales. Como seguramente ya le habrán contado, Peregrine Westhall era muy dado a redactar testamentos cuando estaba en la misma residencia de ancianos que su difunto padre. La mayoría eran codicilos escritos de su puño y letra y con las enfermeras por testigos. Parecía disfrutar tanto destruyéndolos como escribiéndolos. Imagino que aquello tenía por objeto dejar claro a su familia que podía cambiar de opinión en cualquier momento.

– Entonces, ¿el testamento no estaba escondido?

– Por lo visto no. Candace dijo que había un sobre sellado en un cajón del armario del dormitorio cuya llave él guardaba bajo la almohada.

– En el momento de la firma -dijo Dalgliesh-, ¿el padre de Candace aún podía levantarse de la cama sin ayuda para ponerlo ahí?

– Seguramente, a menos que uno de los sirvientes o alguna visita lo pusiera ahí a petición suya. Ningún miembro de la familia ni de la casa admite saber nada de ello. Por supuesto, no tenemos ni idea de cuándo fue guardado realmente en el cajón. Quizá poco después de ser redactado, cuando sin duda Peregrine Westhall era capaz de caminar por sus propios medios.

– ¿A quién iba dirigido el sobre?

– Nunca lo vimos. Candace dijo que lo había tirado.

– Pero a usted le enviaron una copia del testamento.

– Me la mandó mi hermano. El sabía que yo estaba interesado en todo lo concerniente a mis antiguos clientes. Quizá quería hacerme sentir que yo aún estaba implicado. Esto se está pareciendo a un contrainterrogatorio, comandante. Por favor, no crea que pongo reparos. Es que hacía tiempo que no se me pedía que pensara tanto.

– Cuando vio el testamento, ¿tuvo alguna duda sobre su validez?

– Ninguna. Y ahora tampoco. ¿Por qué? Como supongo que usted ya sabe, un testamento hológrafo es tan válido como cualquier otro, siempre y cuando esté firmado, fechado y atestiguado, y nadie que estuviera familiarizado con la letra de Peregrine Westhall podía dudar que él escribió ese testamento. Las disposiciones son precisamente las de un testamento anterior, no del inmediatamente precedente, sino de uno que fue pasado a máquina en mi oficina en 1995 y que yo llevé a la casa donde él vivía entonces y que firmaron como testigos dos miembros del despacho que me acompañaron a tal fin. Las disposiciones eran sumamente razonables. Con la excepción de su biblioteca, que legaba a su college si éste la quería y de lo contrario se vendería, todos sus bienes serían a partes iguales para su hijo Marcus y su hija Candace. Así que en esto fue justo con el sexo despreciado. Tuve y ejercí cierta influencia en él mientras estuve en activo.

– ¿Hubo algún otro testamento anterior a éste que fuera autentificado?

– Sí, uno redactado el mes antes de que Peregrine Westhall abandonara la residencia de ancianos y se mudara a la Casa de Piedra con Candace y Marcus. Quizás usted lo haya visto. También estaba escrito a mano. Le daré la oportunidad de comparar la letra. Si es tan amable de abrir el buró y levantar la tapa, verá una caja de escrituras negra. Es la única que he traído conmigo. Tal vez la necesitaba a modo de talismán, una garantía de que algún día volvería a trabajar.

Metió los largos y deformes dedos en un bolsillo interior y sacó una llave. Dalgliesh trajo la caja de escrituras y la dejó delante de Kershaw. La llave más pequeña del manojo la abrió.

– Fíjese, como puede ver -dijo el abogado-, revoca el testamento anterior y deja la mitad de la herencia a su sobrino Robin Boyton, de modo que la mitad restante habría que dividirla a partes iguales entre Marcus y Candace. Si comparamos la letra de los dos testamentos, vemos que los ha escrito la misma mano.

Igual que sucedía con el testamento posterior, la escritura era firme, negra e inconfundible, algo sorprendente siendo un hombre anciano, las letras eran altas, los trazos descendentes decididos, finas las líneas ascendentes.

– Y naturalmente ni usted ni nadie de su bufete notificaron a Robin Boyton su posible buena fortuna.

– Habría sido algo muy poco profesional. Por lo que sé, él no lo sabía ni lo preguntó.

– Aunque lo hubiera sabido -dijo Dalgliesh-, difícilmente habría podido impugnar el último testamento una vez había sido ya autentificado.

– Y me atrevo a decir que usted tampoco puede, comandante. -Tras una pausa, prosiguió-: He accedido a responder a sus preguntas, ahora quiero hacerle una yo. ¿Está usted totalmente convencido de que Candace Westhall mató a Robin Boyton y a Rhoda Gradwyn e intentó matar a Sharon Bateman?

– Sí a la primera parte de su pregunta -contestó Dalgliesh-. No me creo la confesión en su totalidad, pero en un aspecto es cierta. Ella mató a la señorita Gradwyn y fue responsable de la muerte del señor Boyton. Confesó haber planeado el asesinato de Sharon Bateman. Para entonces ya habría decidido suicidarse. En cuanto sospechó que yo sabía la verdad sobre el último testamento, no podía arriesgarse a someterse a un interrogatorio severo ante un tribunal.

– La verdad sobre el último testamento -dijo Philip Kershaw-. Sabía que llegaríamos a esto. Pero ¿sabe usted la verdad? Y aunque la supiera, ¿convencería a un tribunal? Si ella estuviera viva y fuera condenada por falsificar las firmas, de su padre y de los dos testigos, las complicaciones legales sobre el testamento, estando Boyton muerto, serían considerables. Lástima que no pueda discutir algunas de ellas con mis colegas.

Parecía casi animado por primera vez desde que Dalgliesh entrara en la habitación.

– Y bajo juramento, ¿qué diría usted?-preguntó Dalgliesh.

– ¿Sobre el testamento? Que lo consideré válido y no tuve sospechas acerca de las firmas tanto del testador como de los testigos. Compare la letra de los dos. ¿Hay alguna duda de que están escritos por la misma mano? Comandante, no hay nada que usted pueda o necesite hacer. Este testamento sólo podía haber sido impugnado por Robin Boyton, y él está muerto. Ni usted ni la Policía Metropolitana gozan de ningún locus standi, derecho de audiencia, en este asunto. Tiene usted su confesión. Tiene a su asesina. El caso está cerrado. El dinero fue legado a las dos personas que acreditaban más derecho al mismo.

– Acepto que, dada la confesión, lógicamente no se puede hacer nada más -dijo Dalgliesh-. Pero no me gustan las cosas a medio hacer. Necesitaba saber si estaba en lo cierto y si era posible comprender. Usted me ha ayudado mucho. Ahora conozco la verdad en la medida en que puede conocerse, y creo entender por qué Candace lo hizo. ¿Es una afirmación demasiado arrogante?

– ¿Saber la verdad y entenderla? Sí, con todos mis respetos, comandante, creo que sí. Arrogante y, tal vez, impertinente. Como cuando desguazamos las vidas de los muertos famosos, como pollos chillones que picotean en todos los chismorreos y escándalos. Y ahora tengo una pregunta para usted. ¿Estaría usted dispuesto a infringir la ley haciendo algo que reparase un daño o beneficiase a una persona amada?

– Respondo con una evasiva, pero es que la pregunta es hipotética -dijo Dalgliesh-. Dependería de la importancia y la sensatez de la ley que incumpliera y de si el bien para la supuesta persona amada, o incluso el bien público, fuera, a mi juicio, mayor que el daño de quebrantar la ley. Con ciertos crímenes… el asesinato o la violación, por ejemplo… sería del todo imposible. No se puede plantear la cuestión en abstracto. Soy agente de policía, no un teólogo moral ni un especialista en ética.

– Oh, sí lo es, comandante. Debido a la muerte de lo que Sydney Smith describía como religión racional y debido a que los defensores de lo que sigue transmiten mensajes tan confusos e inciertos, todas las personas civilizadas han de ser éticas. Hemos de resolver nuestra propia salvación con diligencia basándonos en aquello en lo que creemos. Así que dígame, ¿en alguna circunstancia violaría usted la ley para beneficiar a alguien?