Duca precisó:
– Es decir, su sobrino iba a ver a su madre, Maria Domenici, la hermana de usted.
– Sí, a mi hermana y al marido de mi hermana.
– ¿Y qué iba a hacer?
– Con una madre como ésa y con un padre adoptivo
peor aún, ¿qué quiere usted que hiciera? Seguro que nada limpio.
Duca pensó que era evidente que con una madre prostituta y un padre alcahuete y traficante de drogas, era difícil que Ettore Domenici diera instructivos paseos por el zoo o visitase los museos y pinacotecas.
– ¿Sabe usted si su sobrino fue alguna vez a Suiza?
– ¿Cómo quiere que lo sepa? – preguntó la mujercita.
– No lo sé; lo pregunto.
– Una vez vino con varios paquetes de cigarrillos y me dijo que los traía de Suiza.
– Pero usted sabe que su sobrino no sólo no tiene pasaporte, sino que está bajo vigilancia, y por tanto, si ha estado en Suiza, sólo puede haber sido pasando la frontera ilegalmente, ¿no es verdad?
Duca admiraba cada vez más a la irascible e impulsiva mujercita.
– Claro que lo sé, pero con el padre y la madre que tiene, no es difícil hacer cosas ilegales, cualquier cosa.
– Por ejemplo, ¿tráfico de estupefacientes? – preguntó Duca.
– He dicho cualquier cosa. Claro está que mi sobrino no venía a contármelo.
– De todos modos usted sabía e intuía algo. ¿Por qué no avisó a la policía? Usted tiene a ese muchacho bajo su custodia, sabe que se va a Suiza a cometer una fechoría, ¿y se está callada?
Ella permaneció en silencio mucho rato, incluso en aquel momento. Luego, con ira contenida, y en voz baja, dijo:
– También la maestra me hizo la misma pregunta.
– ¿La señorita Matilde Crescenzaghi?
– Sí, ella, la maestra. Me dijo: pero usted debe denunciar estas cosas. Y yo le respondí que me ciscaba – dijo claramente la palabra -, que mi sobrino era un delincuente, que lo sería siempre, y que aunque los tribunales me lo hubiesen confiado en custodia, yo no quería saber nada.
– Y la maestra Crescenzaghi ¿qué le respondió?
Ella sonrió.
– ¡Pobrecilla! Le sentó muy mal. Me dijo que ningún chico es culpable, que hay que saberlo educar, y que para educarlo se le debe castigar cuando lo merezca. Por esto había que denunciarlo a la policía para que no volviese nunca más al lado de su madre ni de su padre. "Usted debe denunciarlo", me dijo la pobre maestra. Precisamente dos días antes había estado allí la asistenta social para decirme: "Usted no debe denunciarlo; en el reformatorio se volverá más malo"… Me daban ganas de reír y de llorar. No saben lo que quieren. Aquel día la emprendí con la maestra porque insistía en que denunciase a Ettorino. Pobrecilla, luego tuve mucho remordimiento. Me enfurecí y le dije que era una historia que me tenía sin cuidado, que con Ettorino cualquier cosa que se hiciera era perder el tiempo, que si ella lo quería denunciar, que lo denunciase, pero que yo no tenía tiempo que perder ni con mi sobrino ni con ella. |Pobrecilla! La recuerdo ahora con aquella carita; estaba un poco asustada porque yo gritaba, pero tuvo el valor de decirme que iría a la policía a hacer la denuncia. Y en efecto hizo la denuncia.
Duca Lamberti, rígido sobre la rígida silla, no se había movido y tampoco se movió ahora. Cuando se está cerca de la verdad uno se queda rígido, inmóvil, y aquella mujer le había dicho, sin saberlo, la verdad. Lo sentía.
– ¿Y qué sucedió? – preguntó a la mujer.
– Usted es de la policía y sabe mejor que yo lo que pudo suceder. La maestra dijo a la policía que mi sobrino no iba a la escuela nocturna desde hacía quince días, y que temía que se hubiese ido a casa de su madre para estar con ella y el marido de su madre, y preparase alguna fechoría. Fue una denuncia regular: la maestra, cuando hacía una cosa la hacía bien. Quería proteger a mi sobrino de la influencia de la madre y su compañero, y no creía que ya no hubiese nada que proteger. Cuatro días después estaban todos en la cárceclass="underline" mi sobrino, mi hermana y su marido. Poco faltó para que no me metieran a mí también en la cárcel por no haber hecho la denuncia. Ya le he dicho que yo con la policía soy pan y mantequilla. Salió a relucir toda una historia de contrabando de estupefacientes de Suiza, tan larga que no la recuerdo bien. El marido de mi hermana llevaba a mi sobrino y a un amigo suyo de la escuela cerca de la frontera suiza. Los hacía pasar porque dos chicos pasan más inadvertidos. Iban al bar de un hotel donde había dos camareras que les daban la droga que ellos traían a Italia volviendo a cruzar la frontera en sentido contrario para encontrarse con el marido de mi hermana que los estaba esperando. Imagine que ya habían enseñando a drogarse a los dos chicos; algunas veces Ettorino me parecía un poco confuso, pero nunca hubiese creído que tomaba los estupefacientes.
Decía "los estupefacientes" con el ingenuo lenguaje de la persona demasiado alejada de semejante mundo.
Duca Lamberti, aunque ya sabía la verdad, que había conocido por sus palabras, las escuchó hasta que ella dejó de hablar, y apenas hubo callado la mujer, le dio las gracias y se despidió.
Diez minutos después estaba en Jefatura, en el despacho de Càrrua, ante la mesa de Càrrua, junto a Livia.
3
Eran las seis de la tarde, pero no había oscurecido aún, a pesar del frío y la niebla. La primavera impelía como el aire en un globo rojo para niños, a punto de estallar.
– Ahora sabemos por qué mataron a la maestra Matilde Crescenzaghi. – Con Càrrua, Duca hablaba a ser posible en voz baja. – Ya lo he comprendido: ha sido una venganza. Matilde Crescenzaghi, que da clases en la escuela nocturna Andrea e Maria Fustagni, en el aula A, durante varios días no vio comparecer en sus clases a uno de sus alumnos, Ettore Domenici, joven de diecisiete años, y se preocupó por él como por todos los demás discípulos suyos. Quiso saber por qué no iba a la escuela. Entonces fue a ver a la tía del chico, que tiene la custodia legal del sobrino y la tía le revelo cosas tales que la joven maestra se sintió obligada a hacer la denuncia. A causa de esta denuncia, el chico, Ettore Domenici, volvió al reformatorio; su madre y el marido Oreste Domenici fueron detenidos por contrabando y tráfico de estupefacientes, con el agravante de utilizar la ayuda de un menor. Pocos meses después, la madre de Ettore Domenici fue puesta en libertad, y su marido, Oreste Domenici, llamado Francone, murió en la cárcel en enero de este año.
Hacía mucho calor en el despacho. Càrrua ofreció el paquete de cigarrillos a Livia, pero ella no quiso. También Duca lo rechazó. Entonces encendió él uno y dijo:
– Según tú, Marisella Domenici quiso vengarse de la maestra que había denunciado a ella y a su marido… ¿Y cómo lo hizo para vengarse?
Lo miraba con ácida benevolencia. Odiaba a las personas que crean problemas o trabajo donde todo marcha sobre ruedas y sin esfuerzo. Y Duca era una de ellas.
– Instigando a esos muchachos a matar a su maestra – replicó sordamente Duca, herido por el sarcasmo de Càrrua.
– ¿Y cómo vas a probar que ella ha instigado a once muchachos? – pregunto Càrrua con odio y también con simpatía -. Instigar a once personas es un buen trabajo. Ya lo es instigar a una.
Siempre se burlaba de él.
Duca tenía muy baja la cabeza y las manos enlazadas sobre las rodillas y miraba las piernas de Livia, a su lado; eran muy hermosas. Lo había advertido en otras ocasiones, pero aquella vez le gustaron más. Esto no le impidió hablar con cólera, pero siempre en voz baja.
– Creo que la madre de Ettore Domenici no pudo tragar que su marido fuese detenido y hubiera muerto en la cárcel por culpa de la maestra que hizo la denuncia. Ese hombre, Francone, se había casado con ella, había dado su apellido al hijo que ella había tenido de otro, la explotaba haciéndola hacer de prostituta, pero todo quedaba en familia. Luego Francone comenzó a trabajar en drogas y sus beneficios resultaron muy buenos. Con la muerte de Francone en la cárcel ella se encontró sola, sin protector, más bien vieja para encontrar a otro a propósito, sin los buenos dineros que entraban en la casa con el tráfico de estupefacientes. En su soledad, en la miseria inminente, Marisella Domenici debió de haber pensado muchas veces en vengarse de la maestra que con su denuncia había causado toda aquella ruina. Las prostitutas son vengativas.