—James Richards, alias Norman Gale, tengo una orden judicial para detenerle bajo la acusación de asesinato. Es mi deber advertirle que cuanto diga servirá de prueba en su contra.
El detenido se echó a temblar con violentas sacudidas y parecía a punto de desmoronarse. Una pareja de policías de paisano aguardaba junto a la puerta. A una orden, se llevaron a Norman Gale.
Cuando se vio solo con Poirot, el señor Clancy lanzó un profundo suspiro de felicidad.
—¡Monsieur Poirot! —exclamó—. Acabo de pasar por la emoción más grande que he experimentado en mi vida. Ha estado usted maravilloso.
Poirot sonrió con aire de modestia.
—No, no. Japp es más digno de admiración que yo. Él ha obrado milagros para identificar a Gale como Richards. La policía de Canadá le busca. Una muchacha con la que estaba liado allí, murió. Al parecer, suicidio; pero luego se han descubierto hechos que parecen indicar que fue asesinada.
—¡Es terrible! —exclamó el señor Clancy.
—Es un asesino —confirmó Poirot—. Y como muchos criminales, atractivo para las mujeres.
El señor Clancy carraspeó.
—Esa pobre muchachita, Jane Grey...
Poirot asintió con tristeza.
—Sí, la vida puede ser muy dura. Aunque es una muchacha valiente y se sobrepondrá al golpe.
Maquinalmente se puso a ordenar una pila de revistas que Norman Gale había derribado con su brinco. Algo llamó su atención: la imagen de Venetia Kerr en una carrera de caballos, charlando con lord Horbury y un amigo.
Alargó la revista al señor Clancy.
—¿Ve usted esto? Antes de un año leeremos una noticia: «Se ha concertado la boda, que tendrá lugar en breve plazo, entre lord Horbury y lady Venetia Kerr». ¿Y sabe quién la habrá logrado? ¡Hércules Poirot! Y aún conseguiré otra.
—¿Entre lady Horbury y el señor Barraclough?
—¡Ah, no! Ese par no me interesa en absoluto. No, me refiero a la de monsieur Jean Dupont y la señorita Jane Grey. Ya lo verá usted.
Un mes después, Jane fue a ver a Poirot.
—Debería odiarle, monsieur Poirot.
—Ódieme un poco, si quiere. Pero estoy persuadido de que es usted de las personas que prefieren saber la verdad, por cruel que sea, a vivir en un falso paraíso, aunque tampoco hubiera vivido en él mucho tiempo. Librarse de las mujeres es un vicio que va en aumento.
—¡Con lo atractivo que era! —exclamó Jane, y añadió—: Jamás volveré a enamorarme.
—Claro —aceptó Poirot—. El amor ya ha muerto para usted.
Jane asintió.
—Pero lo que ahora debo hacer es trabajar, ocuparme en algo interesante que absorba mi pensamiento.
—Le aconsejaría que se fuese a Irán con los Dupont. Tendría una ocupación interesante, si quiere.
—Pero... pero yo creía que eso era solo una broma.
—Al contrario. Se me ha despertado tal interés por la arqueología y la cerámica prehistórica que les he mandado el donativo prometido. Y esta mañana he tenido noticias de que confiaban en que usted se uniera a la expedición. ¿Tiene usted nociones de dibujo?
—Sí, en la escuela dibujaba bastante bien.
—Magnífico. Se divertirá usted de lo lindo.
—Pero ¿de veras desean que vaya yo?
—Cuentan con usted.
—Sería maravilloso poderse alejar una temporada —Los colores afluyeron de pronto a su rostro—. Monsieur Poirot... —lo miró con cierto recelo—... ¿no dirá eso solo para mostrarse amable?
—¿Amable? —repitió Poirot, fingiendo horrorizarse ante la idea—. Puedo asegurarle, mademoiselle, que, cuando se trata de dinero, solo soy un hombre de negocios.
Parecía tan ofendido que Jane rápidamente se apresuró a disculparse.
—Quizá —aceptó ella— no sería mala idea que visitase algún museo, para familiarizarme con la cerámica prehistórica.
—Muy buena idea.
Ya en la puerta, decidió volver junto a Poirot para decirle:
—Tal vez no haya sido amable con todos en este caso, pero ha sido usted muy bueno conmigo.
Y tras darle un beso en la frente, se alejó.
—Ça, c'est tres gentil! —exclamó Hércules Poirot.
Table of Contents
Muerte en las nubes
Pasajeros del avión Prometheus
Capítulo I - De París a Croydon
Capítulo II - Un descubrimiento
Capítulo III - En Croydon
Capítulo IV - La encuesta judicial
Capítulo V - Después de la encuesta
Capítulo VI - Una consulta
Capítulo VII - Probabilidades
Capítulo VIII - La lista
Capítulo IX - Elise Grandier
Capítulo X - La libreta negra
Capítulo XI - El norteamericano
Capítulo XII - En Horbury Chase
Capítulo XIII - En la peluqueria de Antoine
Capítulo XIV - En Muswell Hill
Capítulo XV - En Bloomsbury
Capítulo XVI - Plan de campaña
Capítulo XVII - En Wandsworth
Capítulo XVIII - En Queen Victoria Street
Capítulo XIX - La visita del señor Robinson
Capítulo XX - En Harley Street
Capítulo XXI - Las tres pistas
Capítulo XXII - Jane acepta un nuevo empleo
Capítulo XXIII - Anne Morisot
Capítulo XXIV - Una uña rota
Capítulo XXV - «Tengo miedo»
Capítulo XXVI - Charla de sobremesa