Richard hacía su vida, personal, musical y poética, pero nunca dejó de estar a mi lado desde el día en que me conoció hasta el día de su muerte. Era el ser más precioso que he conocido en mi vida. Todo mi amor se ha ido con él.
Cuando me encontré con Fabio el primer día, en el Cigarral de la Cava, lo saludé con cariño. Al fin y al cabo, como me decía Nikita, era el único que había pasado el examen, y después de él nunca vino otro padre sustituto que lo hiciera mejor. Ya no hubo más padres.
Yo iba dispuesta a pasar unos días agradables al lado de Richard, a pasear por Toledo, a comer bien y reír, y de paso a cotillear sobre otros poetas ausentes; a divertirme un poco. No tenía pensado entablar largas conversaciones con Fabio, ni siquiera cortas. Él estaba en el lugar que le correspondía, en mi pasado, y a mí no me interesaba moverlo de allí. No veía el motivo para hacerlo.
Pero fue Fabio quien se dirigió a mí, el primer día, para decirme lo mucho que le gustaría hablar conmigo sobre el pasado, y sobre Nikita. Dijo que sabía cosas que quizás podrían importarme.
Cuando oí el nombre de mi hermana, di un bote en mi silla (nos habían sentado juntos a la hora de comer). Le respondí que estaba a su disposición. Inmediatamente. Pero no me dijo nada más, ni ese día ni al siguiente. Yo había notado que solía beber más de la cuenta, y que normalmente tenía un aspecto como ido. Entonces se me ocurrió que quizás aquello no serían más que torpezas de borracho, y que ya se le habría olvidado lo que quisiera decirme, si es que de verdad quería decirme algo.
Pero el tercer día, también durante la comida, se acercó a mí con aire intrigante y me citó por la tarde, en el jardín del cigarral, para «contarme una cosa y darme algo». Acepté y quedamos en vernos.
Lo comenté con Richard, que me dijo que no debería fiarme de ese hombre, no le gustaba.
– Fue el amante de mi madre, una especie de marido -le repliqué yo-. Compartí casa con él cuando era una cría.
Nunca llegué a mi cita con Fabio, porque esa misma tarde, antes de que yo saliera al jardín, oí el revuelo en la casa (yo había estado escribiendo un rato en mi habitación, mientras hacía tiempo para encontrarme con él), y cuando bajé me dieron la noticia de que había muerto asesinado. Noté a Richard nervioso, como si algo lo estuviera desazonando, pero lo achaqué a la situación trágica que nos envolvió a todos de repente.
No fue hasta dos días después que Richard me lo confesó todo. Pasamos la noche en su habitación, hablando. Yo volví a mi planta después de que hubo amanecido. Pasé al baño, vomité todo lo que tenía en el estómago y lloré hasta que no me quedaron lágrimas. Entonces sí, justo entonces, también yo empecé a odiar a Fabio.
Richard se encontró con Fabio en el jardín. Estaba pelando una manzana, y había bebido, pero eso no le impidió articular correctamente cada una de sus palabras.
– ¿Te estás tirando a mi Rocío? -le preguntó Fabio-. Eres muy viejo para ella.
– Eso a ti no te importa, si me permites que te lo diga -le respondió Richard.
Por lo visto, así empezó su conversación. Fabio sacó unas fotos de su cartera y se las enseñó a Richard.
– Lo mío con Rocío no es exactamente lo mismo -le dijo él después de mirarlas, asqueado.
Entonces Fabio se lo contó, le dijo lo que había pasado con Nikita, quién le había hecho aquello a mi hermana. Le dijo que había empezado a verse con un señor mayor, igual que yo hacía ahora con Richard, y que ese señor mayor era malo, muy malo.
Nikita había empezado a verse con Alejandro Martínez Ursola después de que Fabio le presentó a su «nueva familia». El señor Martínez Ursola era un experto cazando ninfas, y no le había costado mucho echarle el lazo a Nikita, porque la niña tenía una más que buena predisposición. No había mas que ver cómo se contoneaba, igual que una vieja hurí, con sólo dieciséis años. Alejandro se había estado beneficiando a su hijastra, dijo Fabio, porque eso era lo que le gustaba, la carne en flor. Y la niña, Nikita, había creído encontrar en el viejo al amor de su vida. Dejaba que le hiciese lo que le daba la gana, también fotos. Al señor Martínez Ursola le apasionaba la fotografía. Le había hecho un montón de fotos «artísticas» a la niña, sola y desnuda, pero sobre todo desnuda y en su compañía. Sabía cómo usar el disparador automático, y en su pisito de soltero, un picadero que mantenía bien a resguardo del conocimiento de su familia, tenía montado un pequeño estudio fotográfico, con focos y todo. Nikita, que era tonta como un haba, le dijo Fabio a Richard, fue una disciplinada modelo. La niña -sólo ella sabía si era virgen cuando conoció a Alejandro, y ahora no había manera de averiguarlo- era extraordinariamente fotogénica, y estaba encantada de su noviazgo con el hombre mayor, hasta que un día, la pobre, descubrió el pastel. O sea, que descubrió que su novio, tan entregado y ardoroso con ella, guardaba una colección de fotos guarras de él con otras niñas que no eran ella, que incluso eran mucho más jóvenes que ella. Nikita enloqueció de celos, en eso se parecía mucho a la loca de su madre, robó unas cuantas fotografías del archivo de su novio mayor y se fue a casa llorando de rabia.
Cuando llegó, ni mi madre ni yo estábamos en el piso, pero sí encontró a Fabio, que se dio cuenta al momento de que algo pasaba. La siguió hasta el dormitorio que compartía conmigo y le preguntó qué estaba ocurriendo, a qué venían esos portazos y el malhumor. Nikita no quería hablar, pero Fabio sabía cómo ser persuasivo, y se lo sacó todo. Todo.
Mi hermana le enseñó las fotos a Fabio, y él comprendió, nada más verlas, que sus días de suerte en la Tierra habían comenzado. Le confiscó las fotos y le aconsejó que se olvidara del tema. Dejó a Nikita sola en el cuarto y cerró, esta vez él, la puerta de un golpe.
– Y no quiero volver a oír ni una palabra más sobre este asunto -le recomendó a Nikita antes de desaparecer hacia el pasillo.
Richard conocía perfectamente la historia de mi hermana, porque yo se la había contado mil veces. Contuvo las náuseas mientras oía a Fabio contar cómo había chantajeado a Martínez Ursola con aquellas fotografías durante décadas, hasta que hacía un año y medio o poco más, el grifo de Martínez Ursola se secó definitivamente. Hacía años que había perdido influencia política, y que estaba retirado del poder. Sin embargo, había sido capaz de pedir los favores necesarios para contentar la insaciable voracidad de Fabio. Una vez que éste se dio cuenta de que ya no obtendría nada más de él, pensó en hacerle daño, pero no quería mancharse demasiado las manos. El tiempo -le confesó a Richard- lo había vuelto prudente. Ya no estaba para ciertos trotes. Y había pensado que quizás a mí… que tal vez, después de tanto tiempo, me gustaría saber por qué se suicidó mi hermana.
Richard lo acusó de ser cómplice de un pederasta y de haber abandonado a su suerte a Nikita. Y Fabio le dio un puñetazo en el estómago que lo tumbó por tierra. Aún tenía algunas fuerzas guardadas. Richard no era siquiera consciente de que estaban peleando, pero de repente vio el cuchillo, al lado de los restos de la manzana, y pensó que quizás serviría para limpiar la memoria de Nikita, y el dolor de mi madre y el mío. Pensó que podría ofrecerme aquello como un regalo que purificase mi alma. Estaba harto de ver cómo yo volvía llorando cada vez que iba a visitar a mi madre, con el corazón desgarrado. Sabía que la historia de mi infancia precisaba de un trance como ése, que lavara de una vez por todas sus restos de mierda.