A pesar de que conocía de sobra a Fabio Arjona (no personalmente, claro), Nacho pasó un buen rato leyendo noticias sobre él en Internet. Abrió un documento con su nombre en el escritorio de su ordenador y cortó y pegó allí todo lo que encontró por la red que le pareció interesante sobre él. Al final obtuvo un dossier de más de ciento cincuenta páginas que leería con tranquilidad cuando tuviera más tiempo. De momento se lo envió a Rodrigo -que a esas horas debía de estar en brazos de Morfeo si su madre no lo había sacado de la cama a escobazos-, a una dirección electrónica de Gmail, pidiéndole que se pusiera las pilas e investigara todo lo que pudiese sobre el caso.
La Wikipedia, la enciclopedia libre de Internet (en alguna ocasión había sido esclava de la maledicencia y el torticero afán de vilipendiar, o de wikipendiar, de algunos wikificadores, aunque eso no era lo habitual; siempre había guardianes que rectificaban a sus colegas cuando éstos no eran lo bastante objetivos, pero lo malo era que el proceso de información errónea, hasta que era corregido, quedaba a la vista de cualquiera), era bastante generosa con el difunto; sus enemigos no habían enredado ahí, aún. Ofrecía datos biográficos, fecha y lugar de nacimiento (nacido en Madrid, hacía sesenta y cuatro años), títulos universitarios y ocupación actual. En cualquier otra profesión, a su edad ya estaría jubilado, pero Fabio Arjona, catedrático de universidad, no había estimado necesario hacerlo todavía.
Según la Wiki, Fabio Arjona era licenciado en Ciencias Económicas y doctor en Filología Hispánica, como muchos de sus colegas de generación, a quienes la fascinación por Karl Marx había encaminado al estudio del capitalismo para darse cuenta, al poco, de que añoraban las letras. (La gloria, y todo eso, suponía Nacho; o quizás es que estaban convencidos de que la poesía era un arma cargada de futuro, con lo que demostraban cierta predilección por las armas, además de por la poesía.) Era catedrático de Literatura Española en Madrid, y hasta la fecha profesor visitante, de manera asidua, en las universidades norteamericanas de Berkeley y Harvard, y en la parisina Sorbona; bien conocido en los ambientes académicos por el extraordinario descubrimiento de unos versos del poeta árabe del siglo XIII Abul-Beka, que, tras sus investigaciones, dedujo que habían servido de «fuente de inspiración» a Jorge Manrique a la hora de escribir sus Coplas. La relación de sus méritos como asesor de fundaciones, sociedades estatales, conmemoraciones culturales y exposiciones diversas ocupaba dos pantallas. Tampoco eran desdeñables sus tareas, pasadas y presentes, como miembro del consejo editorial de una larga lista de revistas, españolas y americanas. Nacho sabía que pertenecer a esos comités no llevaba acarreados grandes esfuerzos, aunque la compensación académica era ciertamente importante, e iba acompañada de algún incentivo económico en ocasiones, lo que nunca venía mal, de modo que no le impresionó demasiado saber que Fabio Arjona era consejero, miembro, coordinador, codirector o fundador de al menos treinta publicaciones de reputación internacional relacionadas con el hispanismo, los estudios literarios o la mera creación poética. Había abandonado hacía años su faceta de editor -vendió su parte de una pequeña editorial a su socio, que terminó vendiéndola a su vez, a muy buen precio, un par de décadas después a un gran grupo editorial-, pero a pesar de ello, editaba de vez en cuando plaquettes y libritos de poemas propios o de poetas cercanos a él en una imprenta de su confianza. Sólo tiradas numeradas y para regalar, no eran libros de venta al público, sino de bibliófilo. Algunos ilustrados, o miniaturas francamente bellas.
La cuarta entrada del buscador de Google sobre Fabio Arjona era peculiar, y a todas luces denigrante. Nacho la pinchó con indagatoria curiosidad al leer el encabezado: «Los inmundos chanchullos de Fabio Arjona», rezaba. Se trataba de un blog. Abrir un blog para insultar o injuriar algo, o a alguien, era fácil y barato. No se requería pagar un alquiler en Internet, tal como ocurría con las páginas web. Bastaba con acceder a un sitio de blogs y abrir uno, escribir la descarga de improperios y salir corriendo, dejándolos colgados en la red al alcance de cualquiera; de todo el mundo, en realidad.
Al principio, Nacho leyó con interés:
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EL BLOG DEL POBRECITO HABLADOR
Se dice, se comenta y se rumorea, por tierra, mar y aire, e incluso en el espacio exterior (se prepara un nuevo capítulo de la difunta serie de televisión «Expediente X» sobre el tema, que resucitará sólo para dar cuenta del fenómeno), que Fabio Arjona, conocido en círculos universitarios con el alias de Fabio Preposiciones, profesor, escritor (dice ser ensayista y poeta, aunque hasta la fecha nadie ha podido comprobarlo), crítico, editor y uno de los mercachifles de la poesía y la cultureta con mayores lucros en su patria y allende los mares, ganador in péctore, pero sobre todo público y notorio, de una exorbitante concentración de premios de poesía, la mayor parte de ellos costeados con dinero público [Premio Ruta de América (6.000 euros, más la edición del libro); Premio Internacional de Poesía Ciudad Real (18.000 euros, más la edición del libro); Premio Cantos de Poesía (36.000 euros, más la edición del libro); Premio de Poesía Generación del 98 (15.000 euros, más la edición del libro); Premio de Poesía Juan Alcaide (16.000 euros, más la edición del libro); Premio Internacional de Poesía de la Fundación Dior (27.000 euros, más la edición del libro); Premio de Poesía Luis Cernuda (12.000 euros, más la edición del libro); Premio Ernestina de Champourcín Morán de Loredo (15.000 euros, más la edición del libro); Premio Los Monegros Patrimonio de la Humanidad (6.000 euros, más la edición del libro); Premio Burger King al mejor libro de poesía (40.000 euros, más la edición del libro); Premio de Poesía en Lengua Castellana Viaje con Iberia (18.000 euros, más la edición del libro, patrocinado por las líneas aéreas correspondientes), etc.], fue al fin sorprendido en flagrante delito de PLAGIO cuando una doctoranda de la Universidad Complutense de Madrid se dedicó a analizar verso por verso la totalidad de las que hasta ahora componían sus sesudas Sobras completas, y encontró que la mayor parte de sus cantares no son más que remedos de lo mejor de la historia de la literatura española (aunque también hay restos mortales de obras de los más conspicuos poetas extranjeros en sus traducciones del inglés, francés, italiano, portugués, chino, japonés, búlgaro, ruso, rumano…, y un sinfín de lenguas más, algunas de las cuales ni siquiera cuentan todavía con diccionario). A Fabio Arjona, desde luego, no se le puede negar que sea un hombre leído (y escribido, que diría aquél) y con buen gusto para seleccionar, cortar y pegar lo ajeno en sus poemas (firmados por él, se entiende, con la misma insolencia con que se rubrica un cheque sin fondos). Fabio Arjona, uno de los pocos poetastros que ha logrado engordar su cuenta corriente en el mundo siempre proceloso de las letras, come, cena y desayuna en el Ritz, donde los camareros le soban la rabadilla esperando los cincuenta euros de propina que deja al terminar su glotona colación, regada con ginebra aguada y mucho hielo. La muerte, la parca, que no hizo ascos a los Capuleto, ronda su enorme tripón, la troglodita barriga de Fabio, tan lejos del canon estético, y esquelético, del caballero del Apocalipsis de Durero, no sólo en cuestión de grosores estomacales, sino también de capacidades genitales, como podrían certificar algunas contratadas temporeras de sus departamentos en varias universidades nacionales y extranjeras. Arjona era hijo de un funcionario franquista con ensoñaciones estalinistas -pero católico a su pesar, pues esos casos en España se dan mucho- que deseó inútilmente que su hijo se convirtiera en líder sindical (del sindicato vertical franquista, se entiende), poniéndole para ello velas a santa Ludovica Albertoni, que debió de hacer caso omiso de los ruegos del progenitor, dado que el vástago se dedicó al comercio de la cultura, que le ha reportado no menos dividendos que le hubiera supuesto el oficio al que quería encaminarlo su padre. Arjona trapicheó con la lírica en los años en los que el franquismo enflaquecía de dolencias estomacales (miren por dónde) que ya apuntaban cuál había de ser el fin del dictador (de Franco, se entiende, no de Arjona, aunque también), y trepó en las escalas siempre resbaladizas de la sociedad y la academia, dicen las malas lenguas que chantajeando a un alto cargo político de la joven democracia española que tenía mucho por lo que callar (todo lo que tenía que callar dicho fulano estaba dispuesto a contarlo Fabio). Se metió a editor cuando los poetas hispanoamericanos se dejaban extirpar el hígado con tal de publicar sus versos en una cochambrosa edición en tierras de la madre patria. Y como Arjona no era cirujano experto ni hombre de ciencias, aunque le guste presumir de tal, les arrancaba la cartera, ya que en esos menesteres sí tenía una vasta experimentación, y luego les mandaba a los autores, al otro lado del charco, un paquete con diez libritos mal cosidos y peor pegados de los que habían desaparecido versos, se habían amputado poemas, títulos, sílabas… A veces Arjona, editor por la gracia de la muerte de Dios, incluso confundía el nombre del autor, y lo que era de Abel se lo atribuía a Caín, o viceversa. Hoy día, Arjona es un figurón de relumbre en el apagado, colapsado, ruin, indecente, frívolo y carente de talento firmamento político-literario del país, que…