– Lo sé.
– Un muerto en accidente de moto, un hombre de cincuenta años que se cayó de una escalera y dos ancianas. Por no hablar de los restos que llegaron ayer de un hombre, la cabeza y poco más, pero creo que ese caso ya lo conoces.
– Un poquito.
– Luego, a la hora de comer, he tenido que ir al centro de Brighton a comprar un regalo de aniversario para mis viejos P.
– ¿Tus viejos qué?
– ¡Mis padres!
– Ah.
– Y me han bloqueado el coche en el aparcamiento de Bartholomew Square. Ha habido una amenaza de bomba, ¿te lo puedes creer?
– ¿En serio?
– Cuando por fin he conseguido sacar el coche, ¡toda la puta ciudad estaba colapsada!
– Sí, algo he oído -dijo.
– Bueno, ¿qué tal tu día? -preguntó.
– Oh, ya sabes, lo de siempre.
– ¿Ninguna gran emoción?
– Qué va.
Durante unos momentos, se hizo un silencio extraño pero cómodo entre ellos.
– Llevo todo el día deseando hablar contigo -dijo ella-. Pero quería hacerlo cuando tuviéramos tiempo. No quería que fuera todo deprisa y corriendo en plan: «¡Hola! Un polvo increíble anoche. ¡Adiós!».
Grace se rio. De repente, le pareció que hacía muchísimo tiempo que no se reía. Hacía muchos, muchos días.
Después, mucho después, tras horas en el despacho trabajando en la montaña de papeles que lo mantendría ocupado el resto de la semana y más, Grace se encontró de nuevo en el piso de Cleo.
Esa noche, después de hacer el amor, durmió en sus brazos como un bebé. Durmió el sueño de los muertos. Y durante unas horas durmió sin pensar en ninguno de los temores de los vivos.
Capítulo 88
El jueves por la mañana, con las manos aún vendadas y sufriendo el dolor atroz de las quemaduras del ácido, Tom Bryce fue a la oficina un par de horas.
Era evidente, por los saludos efusivos de sus trabajadores y por el montón de recortes de prensa que encontró sobre la mesa, que los titulares de portada que habían protagonizado él y Kellie, a nivel nacional durante los últimos dos días, no habían perjudicado en absoluto a BryceRight Promotional Merchandise. Los dos vendedores que tenía en la oficina, Peter Chard y Simon Wong, estaban desbordados; no recordaban la última vez que habían tenido tal nivel de solicitudes de información, tanto de clientes actuales como potenciales.
– Ah -añadió Chard, de pie frente a su mesa-, la buena noticia es que hemos entregado los Rolex a Ron Spacks. Los veinticinco. ¡El margen es la leche!
– No llegué a ver el resultado final -dijo Tom, un poco preocupado de repente. Si hubiera habido alguna cagada en el grabado de veinticinco Rolex, habría sido un desastre económico.
– ¡Tranquilo! Lo llamé ayer para comprobar que todo estuviera bien. Ha quedado encantado.
– Pásame el papeleo, ¿vale?
Al cabo de unos minutos, Chard le dejó la carpeta sobre la mesa. Tom la abrió y miró el pedido. El margen era fantástico, 1.400 libras de beneficio por reloj. Multiplicado por veinticinco. Eso eran 35.000 libras. Nunca antes había obtenido un beneficio así en ningún pedido, nunca.
Entonces, su júbilo se ensombreció. Kellie había accedido a ingresar en una clínica, para desintoxicarse. Después, volverían a comenzar de cero. Pero los sitios buenos costaban una fortuna; los mejores podían llegar a las dos mil libras a la semana, multiplicado por varios meses. Unas 30.000 o 40.000 libras, si realmente querían obtener un resultado. Y había que sumar el coste de la niñera de los críos mientras Kellie estuviera ingresada.
Al menos con este pedido tendría la pasta para cubrir estos gastos, y en los seis años que llevaba haciendo negocios con Ron Spacks, siempre le había pagado puntualmente: a siete días tras la entrega. Nunca se había retrasado ni un solo día.
– ¿Cuándo se entregaron? -preguntó Tom mirando el papeleo.
– Ayer.
– Un trabajo rápido -contestó Tom-. Cogí el pedido el pasado…
– ¡Jueves! -dijo Peter Chard-. Sí, bueno, encontré un proveedor que tenía existencias y le pedí al grabador que trabajara toda la noche.
– No llegué a ver el diseño; iba a mandármelo.
Chard pasó un par de hojas, luego señaló una fotocopia tamaño DIN-A4.
– Es una ampliación enorme. En realidad, es un micropunto, invisible a simple vista.
Tom bajó la mirada y vio el dibujo de un escarabajo, una criatura bastante elegante, pero con un aspecto ligeramente amenazador, con unas marcas extrañas en el lomo y un cuerno en la cabeza. Frunció el ceño.
– Es un escarabajo pelotero -dijo Peter Chard-. Al parecer, son sagrados en la mitología del antiguo Egipto.
– ¿En serio?
– Sí. Es un bicho asqueroso. También conocido como escarabajo estercolero.
– ¿Por qué querría grabar esto en un reloj?
Chard se encogió de hombros.
– Es un distribuidor de DVD, ¿verdad?
– Sí, muy importante.
– Quizás haya un sello discográfico con ese nombre. -El vendedor volvió a encogerse de hombros-. Es tu cliente… Pensé que lo sabrías.
De repente, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Quizá debería mencionárselo al comisario Grace cuando hablaran, como, al menos, una coincidencia de la que podían reírse; sin embargo, decidió que sería prudente esperar primero a que Ron Spacks le pagara.
AGRADECIMIENTOS
Estoy en deuda, enormemente, con el inspector jefe Dave Gaylor de la policía de Sussex, quien me ha ayudado muchísimo en el proceso de escritura de esta novela, aparte de prestarse amablemente a servirme de modelo para el personaje de Roy Grace y de no cansarse jamás de leer y releer el manuscrito y de abrirme más puertas en los cuerpos policiales del Reino Unido -y en el extranjero- de lo que jamás me habría atrevido a esperar.
Y mi más sincero agradecimiento a muchos otros miembros de la policía de Sussex, que han sido sumamente tolerantes con mis intromisiones, muy cordiales y amables. En especial, al director Ken Jones, por concederme amablemente las autorizaciones necesarias. Gracias al sargento Paul Hastings; a Ray Packham de la Unidad de Delitos Tecnológicos; al investigador de la Unidad de Delitos Tecnológicos John Shaw; y a todo el equipo de esta unidad que me apoyó con tanto entusiasmo y me ayudó a dar forma a una parte clave de esta historia. Gracias también al comisario Kevin Moore; al inspector Andy Parr; al inspector jefe Peter Coll; al sargento Keith Hallet de la Unidad Holmes de la policía de Sussex; a Brian Cook, director de la División de Apoyo Científico; al inspector William Warner; y al investigador de la escena del crimen Stuart Leonard. También quiero agradecer su colaboración a la agente de Relaciones Familiares Amanda Stroud; a la sargento Louise Pye del mismo servicio; al agente de apoyo Tony Case de la central del Departamento de Investigación Criminal; y al agente de apoyo del Departamento de Información Tecnológica Daniel Salter.
He recibido mucha ayuda del doctor Peter Dean, forense de Essex; del doctor Nigel Kirkham, patólogo; y de la doctora Vesna Djurovic, patóloga del Ministerio del Interior; y un agradecimiento especial por su apoyo inestimable al animadísimo equipo del depósito de cadáveres de Brighton y Hove: Elsie Sweetman, Sean Didcott y Victor Sinden.
También estoy agradecido por la ayuda prestada con las dudas agrícolas y químicas a Tony Monnington y a Eddie Gribble. Gracias a mi mentor de helicópteros, Phil Homan. Con la información jurídica me ayudó Sue Ansell. Gracias a mi servicio humano de recuperación de datos, Chris Webb, sin el cual me habría hundido cuando me robaron el portátil en el aeropuerto de Ginebra. Y gracias a Imogen Lloyd-Webber, Anna-Lisa Lindeblad y Carina Coleman, quienes leyeron el manuscrito en diversas etapas y me proporcionaron unos comentarios brillantes y perspicaces.
Doy las gracias a mi fabulosa agente, Carole Blake, por su trabajo incansable y sus consejos sensatos (¡y sus increíbles zapatos!), y a Tony Mulliken, Margaret Veale y todas las personas de Midas, y a mi fantástico equipo de editores, Macmillan. Todos me han dado un apoyo asombroso y me siento muy emocionado. Por citar algunos nombres, gracias a Richard Charkin, David North, Geoff Duffield, Anna Stockbridge, Ben Wright, Ed Ripley, Vivienne Nelson, Liz Johnson, Caitriona Row, Claire Round, Claire Byrne, Adam Humphrey, Marie Gray, Michelle Taylor, Richard Evans. Gracias a mi maravilloso redactor Stef Bierwerth, ¡que es el mejor de los mejores! Y al otro lado del Canal, tengo que agradecer enormemente a mi equipo de editores alemanes, Scherz, su apoyo increíble: Danke! En especial, a Peter Lohmann, Julia Schade, Andrea Engen, Cordelia Borchardt, Bruno Back, Indra Heinz y a la formidable Andrea Diederichs, ¡redactora, guía turística y asistente de compras!