Entonces, ¿por qué habían recibido esas llamadas? Se dio cuenta de que quizás había cometido una estupidez al visitar la página por segunda vez.
Mientras entraba en su calle y subía la colina, una alarma se disparó en su interior. Más adelante, vio el viejo Espace granate de Kellie aparcado en la calle. Normalmente lo metía en el garaje. ¿Por qué estaba en la calle?
Al cabo de unos momentos, mientras frenaba delante de la casa vio el porqué. Casi todo el garaje estaba ocupado por una caja de embalaje. Era una de las mayores cajas que había visto en su vida. Podría haber alojado a un elefante adulto, y aún le quedaría espacio suficiente para balancear la trompa.
Esa cosa era más alta que la puerta del garaje, por el amor de Dios.
Y en lugar de abrirse la puerta de casa y que Kellie, Max, Jessica y Lady salieran corriendo a recibirle, la puerta se abrió sólo unos centímetros y Kellie asomó la cabeza, con cautela, antes de salir vestida con una camiseta, vaqueros cortados y chanclas. En algún lugar al fondo de la casa oyó los ladridos de furiosa excitación de Lady. Ni rastro de los niños.
– Es un poco mayor de lo que esperaba -dijo Kellie, dócilmente, a modo de saludo-. Van a venir mañana a montarla.
Tom se quedó mirándola un momento. De repente, parecía muy vulnerable. ¿Le tenía miedo o estaba asustada por la llamada?
– ¿Qué…, qué es? -preguntó Tom, que en lo único que podía pensar era que hubiera lo que hubiera allí dentro había costado mucho dinero.
– Tenía que comprarla -dijo-. Estaba muy bien de precio, de verdad.
Dios santo. Tom intentaba desesperadamente no perder la paciencia, aunque se le estaba agotando deprisa.
– ¿Qué es?
Kellie se encogió un poco de hombros, para intentar quitarle importancia, pero no lo consiguió.
– Bueno, sólo es una barbacoa.
Ahora comprendió la reticencia en su voz cuando antes le había sugerido que hicieran una barbacoa esta noche.
– ¿Una barbacoa? ¿Qué diablos se asa en una cosa tan grande? ¿Ballenas? ¿Dinosaurios? ¿Una puta manada de Aberdeen-Angus?
– El precio del catálogo es de más de ocho mil libras. ¡La he comprado por tres mil! -exclamó.
Tom se dio la vuelta, estaba a punto de perder totalmente los estribos.
– Eres increíble, cielo. Ya tenemos una barbacoa perfectamente decente.
– Está oxidándose.
– Bueno, pues podrías haber comprado una nueva en Homebase por unas setenta libras. ¿Te has gastado tres mil? ¿Y dónde demonios vamos a ponerla? Esa cosa ocupará medio jardín.
– No, yo…, no es… Cuando está montada no es tan grande. ¡Es tan chula!
– Tendrás que devolverla. -Luego, se quedó callado y miró a su alrededor-. ¿Dónde están los niños?
– Les he dicho que tenía que hablar contigo antes de que los vieras. Les he avisado de que papá quizá no estaría muy contento. -Le pasó los brazos alrededor de la cintura-. Mira, hay algo que no te he dicho, quería que fuera una sorpresa. -Le dio un beso.
Dios santo, ¿qué venía ahora? ¿Iba a decirle que estaba embarazada?
– ¡Tengo trabajo!
En realidad, las palabras le arrancaron una sonrisa.
Media hora después, tras leerle a Jessica varias páginas de Poppy Cat Loves Rainbows y a Max un capítulo de Harry Potter y el cáliz de fuego, después de regar las tomateras del invernadero, y los frambuesos, las fresas y los calabacines en la franja de tierra de al lado, estaba sentado con Kellie a la mesa de madera de la terraza, con un gran vodka con martini en la mano, contemplando los últimos rayos de sol de la tarde en el jardín. Brindaron. Cerca de sus pies, Lady roía con satisfacción un hueso.
Se veía la cabeza de Len Wainwright, asomando por entre la glicinia que Kellie había colocado por encima de la valla para darles más intimidad y que llegaba hasta el cobertizo de su vecino. Len le había hablado durante muchas horas, horas que Tom no podía permitirse, de las diversas fases de la construcción de su cobertizo. Pero nunca le había explicado para qué serviría. Un día Kellie sugirió que iba a matar a su mujer y enterrarla debajo. En su momento le pareció divertido; ahora Tom ya no sonreía.
El aire desprendía un aroma dulce y estaba tranquilo, aparte del ajetreado trino vespertino de los pájaros. Por lo general, esta época del año le encantaba, era un momento del día en el que normalmente se relajaba y comenzaba a disfrutar de la vida. Pero esta noche no. Parecía que nada calmaba el miedo indefinido que no dejaba de revolverse dentro de él.
– Yo… no sabía que tú… Quiero decir…, creía que no te gustaba, ya sabes, separarte de los niños, trabajar -dijo.
– Jessica acaba de comenzar el parvulario, así que tengo tiempo -contestó ella, y bebió un sorbo de vino-. Se trata de un nuevo hotel que han abierto en Lewes, me han ofrecido un puesto en la recepción, horario flexible, empiezo el próximo lunes.
– ¿Por qué un hotel? Nunca has trabajado en un hotel. ¿Por qué no vuelves a la enseñanza si quieres volver a trabajar?
– Me apetece hacer algo distinto. Recibiré formación. No tiene ningún secreto. Principalmente se trata de manejar el ordenador.
«Así tendrás la oportunidad de entrar en eBay todo el día», pensó Tom, pero no dijo nada. Bebió un trago de su bebida y se quedó mirando y realizando cálculos mentales. Si Kellie podía ganar lo suficiente para pagar sus compras, sería una ayuda considerable. Pero tres mil libras menos en su tarjeta de crédito por una maldita barbacoa gigantesca… Tardaría meses en ganarlos. Mientras tanto, iba a tener que consolidar la deuda él. Entonces, comenzó a sonar el móvil, que había dejado en el estudio.
Tom y Kellie se miraron. Vio el destello de miedo en los ojos de su mujer y se preguntó si ella también lo veía en los suyos.
Subió corriendo y se sintió aliviado al ver en la pantalla que era Chris Webb.
– Hola, Chris -dijo-. ¿Has averiguado algo sobre el disco?
La voz del técnico sonaba poco afable.
– No, y me parece que no voy a descubrirlo.
– ¿Y eso?
– He llegado a casa y la he encontrado patas arriba. Alguien lo ha revuelto todo, y quiero decir todo. Tardaré una semana en ordenarla.
– Dios santo. ¿Te han robado muchas cosas?
– No -dijo-. No mucho. -Hubo una larga pausa, durante la cual Tom oyó el clic de lo que parecía un mechero y una fuerte aspiración-. En realidad, parece que sólo se han llevado una cosa.
– ¿Qué?
– Tu CD.
Capítulo 23
Alison Vosper, la subdirectora, era el agente superior ante el que Roy Grace tenía que responder en última instancia. Tenía un temperamento volátil, que hacía que fuera dulce y tranquila un momento y agria el siguiente. Hacía unos años, un bromista del cuerpo la había apodado N.° 27, por el plato agridulce de un conocido restaurante de comida china para llevar. El mote había arraigado, aunque a Grace le pareció que seguramente había llegado la hora de cambiarlo, ya que no recordaba la última vez que Vosper había estado de un humor dulce. Y, sin género de dudas, hoy no lo estaba. A las nueve de la mañana de aquel viernes se encontraba en el despacho de Vosper con su alfombra de pelo largo, delante de su mesa, con esa misma sensación de inquietud en la boca del estómago que solía tener cuando le decían que fuera al despacho del director en el colegio. Era ridículo que un hombre de su edad tuviera miedo de un superior, pero Alison Vosper producía ese efecto en él, igual que lo producía en todo el mundo, quisieran reconocerlo o no.
Aparentemente, lo había requerido para que la informara en privado y por adelantado de la rueda de prensa diaria, pero no había mucho que decir. Habían pasado casi cuarenta y ocho horas y no habían identificado a la víctima ni tenían ningún sospechoso.
Una cosa que Grace había aprendido a lo largo de estos años como policía era la importancia que daban los agentes a transmitir a los ciudadanos la sensación de que estaban obteniendo resultados. Desde el punto de vista de intentar conseguir que el pueblo llano se sintiera reconfortado con la policía, Grace tenía la impresión de que los jefes a veces consideraban que era mejor detener a alguien, por muy inocente que fuera, y al menos demostrar que estaban haciendo algo, que tener que admitir de manera poco convincente ante una sala llena de periodistas preocupados por vender periódicos que no tenían ninguna pista.