– Haré lo que pueda.
– Gracias, Andy.
Rye volvió a su mesa. Luego, casi de inmediato, lo llamó desde la otra punta de la sala un compañero, el detective John Shaw, un joven alto y guapo de treinta años que le caía muy bien. Shaw era sumamente inteligente, también licenciado como Gidney, pero diametralmente opuesto a él en todos los sentidos.
Shaw estaba trabajando en un álbum fotográfico especialmente horripilante de un disco duro incautado en una redada en casa de un presunto pederasta. Había observado un patrón en los gustos del hombre: apaleaba a niños pequeños antes de fotografiarse manteniendo relaciones sexuales con ellos. Se parecía a otro caso que habían tratado hacía poco y quería conocer la opinión de Rye.
Al cabo de diez minutos, Jon Rye regresó a su mesa, absorto en sus pensamientos. Se había acostumbrado a la mayoría de las cosas repugnantes que encontraban en los ordenadores, pero ver a alguien haciendo daño a un niño seguía afectándole. Todas las veces. Casi no se fijó, al pasar por el área de trabajo de Gidney, en que éste no estaba.
Un poco después, mientras se tomaba un breve descanso de sus e-mails, Rye giró la cabeza y le sorprendió ver que Gidney aún no había vuelto. No pudo evitar irritarse debido a la urgencia del caso.
Se levantó y se acercó al área de trabajo del técnico. En la pantalla vio:
el pronóstico marítimo emitido por el instituto de meteorología en nombre de la agencia marítima y de los guardacostas, a las 0555 del lunes 6 de junio de 2005
sinopsis general a las 0000
oeste de francia a las 1014. sureste de inglaterra se espera a las 1010 y 1300. rockall a las 1010 rolando a sureste. fastnet a las 1010.
arreciando.
¿Qué diablos hacía aquel tipo consultando el pronóstico marítimo cuando estaban en mitad de una emergencia? ¿Y dónde demonios se había metido? Hacía veinte minutos largos que se había marchado, o más.
Veinte minutos después, a Rye le quedó claro que Andy Gidney se había largado.
Estaba a punto de descubrir que Gidney había borrado toda la información del servidor y se había llevado el portátil y el disco duro clonado.
Capítulo 77
Roy Grace se marchó de casa de Harry Frame sintiéndose muy deprimido y cansado de repente, a pesar de la última lata de Red Bull y las pildoras de cafeína que había tomado hacía menos de media hora. Era demasiado pronto para tomar más. Esperaba con todas sus fuerzas que el clarividente tuviera, súbitamente, uno de sus momentos de inspiración.
Luego, le sonó el teléfono. Respondió esperanzado. Era el sargento Branson, alegre como siempre.
– ¿Animado, perro viejo?
– Estoy muerto -dijo Grace-. ¿Qué noticias hay?
– Alguien del equipo del sargento Gaylor ha revisado los papeles de Reggie D'Eath. Han encontrado un pago mensual fijo a una empresa llamada Escarabajo Entertainment con cargo a su tarjeta Barclay. La cantidad asciende a mil libras.
– ¿Mil libras? ¿Al mes?
– Sí.
– ¿De dónde saca tanto dinero alguien como D'Eath?
– De proporcionar niños a hombres ricos como actividad suplementaria.
– ¿Dónde tiene la sede la empresa? -preguntó Grace.
– Esa es la mala noticia. En Panamá.
Grace se quedó pensando un momento. Había ciertos países en el mundo en los que la ley garantizaba a una empresa confidencialidad absoluta frente a cualquier investigación. Recordaba de un caso anterior que Panamá era uno de ellos.
– Eso no va a ayudarnos mucho a corto plazo. ¿Mil libras al mes?
– Es pasta gansa -dijo Branson-. ¿No podríamos conseguir una orden judicial para obligar a todas las empresas de tarjetas de crédito a decirnos quién más está pagando mil libras al mes a Escarabajo Entertainment?
– Sí, en estas circunstancias, con vidas en peligro, sí que podríamos, pero no nos servirá de nada. Obtendremos una lista de directores nominales de algún bufete de abogados de Panamá que nos mandarán a la mierda en cuanto nos acerquemos.
¿Cuántos suscriptores tenían? No harían falta muchos para conseguir un negocio lucrativo. Un negocio que se esforzarían muchísimo en proteger.
QUERIDÍSIMO CLIENTE, esperamos que le haya gustado nuestro pequeño espectáculo extra. Recuerde conectarse el martes a las 21.15 para ver nuestra siguiente Gran Atracción: un hombre y su mujer juntos. ¡Nuestro primer ASESINATO DOBLE!
Por mil libras al mes, querrían obsequiarlos con un regalito, ¿verdad? Sólo había que meter a un pederasta en una bañera de ácido de vez en cuando.
– ¿Sigues ahí, perro viejo?
– Sí. ¿Tienes algo más?
– Tenemos una imagen del señor Bryce en su Espace, justo pasada la medianoche, llenando el depósito en una gasolinera Texaco en Pyecombe. Es de una cámara de seguridad.
– ¿Salen otros vehículos en la cámara?
– No.
– ¿Y no han encontrado nada útil en el Espace?
– Los forenses están examinándolo con lupa. De momento, nada.
– Estoy volviendo al centro de investigaciones -dijo Grace-. Tardaré unos veinte minutos.
– Tendrás un café esperándote.
– Necesito un expreso cuádruple.
– Yo también.
Grace siguió conduciendo, abandonó la carretera de la costa y cogió la del interior que atravesaba Kemp Town, pasó por delante del colegio pijo de chicas, Saint Mary's Hall, del hospital del condado de Sussex, luego por el edificio de fachada gótica victoriana del colegio público mixto, el Brighton College. A su izquierda, a cierta distancia, vio a un hombre musculoso con un andar chulesco que entraba en un quiosco. Había algo en él que le resultaba familiar, aunque en ese momento no se le ocurrió qué.
Pero bastó para hacerle dar la vuelta. Se detuvo al otro lado de la calle, apagó el motor y se quedó observando.
Al cabo de menos de un minuto, el hombre salió de la tienda, con un cigarrillo en los labios y una bolsa de plástico llena de periódicos que sobresalían por encima, y se dirigió a un Volkswagen Golf negro aparcado con dos ruedas sobre la acera y los cuatro intermitentes encendidos.
Grace lo examinó detenidamente a través del parabrisas. El andar era muy extraño, un bamboleo curioso que le recordó la forma de caminar de algunos tipos duros de las fuerzas armadas…, como si la calle fuera suya.
Vestido con camiseta, vaqueros y mocasines blancos, el tipo llevaba el pelo de punta engominado y lucía una pesada cadena de oro alrededor del cuello. ¿Dónde diablos lo había visto? Y, entonces, su memoria casi fotográfica -a veces- se accionó y supo exactamente dónde y cuándo había visto a aquel hombre. Anoche. En las imágenes de la cámara de seguridad del Karma Bar.
¡Era la cita de Janie Stretton!
A Grace se le aceleró el corazón. El Volkswagen arrancó. Memorizó la matrícula, le dio unos segundos de ventaja, dejando que pasaran un taxi y una furgoneta de British Telecom y, luego, se incorporó de nuevo a la carretera. Mientras marcaba el número del centro de investigaciones en su móvil volvió a dar la vuelta. Contestó al primer tono Denise Woods, una de las indexadoras, una joven muy seria y eficiente.
– Hola, soy Grace. Necesito una comprobación de matrícula enseguida. Estoy siguiendo al vehículo en estos momentos. Es un Volkswagen Golf, matrícula Papa-Lima-Cero-Tres-Foxtrot-Delta-Oscar.
Denise le dijo que lo llamaría enseguida.
A poca distancia, el Volkswagen, que seguía delante del taxi y de la furgoneta de British Telecom, se detuvo en un semáforo.
Cuando se puso verde, el Golf giró a la izquierda y entró en Lower Rock Gardens, en dirección al paseo marítimo. Los otros dos vehículos siguieron de frente. Grace se quedó parado un momento, luego giró a la izquierda, y se mantuvo tan alejado como se atrevió.