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– No lo sé exactamente, Chiara. Cobran un sueldo, pero a veces tienen que trabajar más horas que un empleado de oficina.

– ¿Te refieres a cuando hay mucha delincuencia o cuando tienen que seguir a alguien en particular?

– Sí. -Él señaló el queso con el mentón y ella cortó otra loncha y se la dio.

– ¿O cuando tienen que pasar mucho tiempo interrogando a la gente, sospechosos y así? -insistió ella, reacia a abandonar el tema.

– Sí -repitió él, preguntándose adonde querría ir a parar.

Chiara terminó el segundo panecillo y metió la mano en la bolsa, en busca del tercero.

– Mamá te matará si te comes todo el pan -dijo él. A fuerza de años de repeticiones, la frase, más que una advertencia, era un mimo.

– ¿A cuánto crees tú que saldría la hora, papá? -preguntó ella, abriendo el panecillo, sin darse por enterada del aviso.

Él, consciente de que acabaría pagando la suma que ahora mencionara, decidió inventar una cifra.

– Calculo que sobre unas veinte mil liras la hora. -Y, suponiendo que ella esperaba la pregunta, agregó-: ¿Por qué?

– Bueno, como creí que te interesaría saber cosas del padre de Francesca, he hecho preguntas, y me parece que, ya que he trabajado para la policía, tendrían que pagarme. -Únicamente cuando observaba en sus hijos estas señales de mercantilismo lamentaba Brunetti la milenaria tradición comercial de Venecia.

No contestó, y Chiara, dejando de masticar, lo miró fijamente.

– ¿Qué te parece?

Él reflexionó.

– Depende de lo que descubrieras, Chiara. Porque tú no cobras un sueldo fijo, hagas lo que hagas, como los policías de verdad. Tú serías una especie de eventual que trabaja de freelance, y se te pagaría según el valor de la información que dieras.

Ella meditó un momento y pareció convencida por la lógica del argumento.

– Está bien. Yo te digo lo que he descubierto y tú me dices cuánto te parece que vale.

No sin admiración, Brunetti apreció la habilidad con que su hija soslayaba la cuestión fundamental, de si él le pagaría la información o no y, como si ya estuviera cerrado el trato, pasaba a negociar los detalles. Adelante pues.

– Cuenta.

Chiara terminó el tercer panecillo, se limpió los labios con un paño de cocina y se sentó, con las manos juntas encima de la mesa, en actitud formal.

– He tenido que hablar con cuatro personas diferentes, antes de poder averiguar algo -dijo muy seria, como si hablara delante de un tribunal. O de una cámara de televisión.

– ¿Quiénes son esas personas?

– Una chica del colegio al que ahora va Francesca, una maestra y una chica de mi colegio y una de las chicas que hacían primaria con nosotras.

– ¿Y todo en una tarde, Chiara?

– Oh, he tenido que tomarme la tarde libre, para ir a ver a Luciana, y al colegio de Francesca donde estaba esa chica, pero antes de salir he hablado con la profe y con la chica de mi escuela.

– ¿Te has tomado la tarde libre? -preguntó Brunetti, pero sólo por curiosidad.

– Claro, lo hacen todos. Llevas una nota de los padres diciendo que estás enferma o que tienes que ir a algún sitio, y nadie te hace preguntas.

– ¿Y eso lo haces muy a menudo, Chiara?

– Oh, no, papá, sólo cuando es necesario.

– ¿Y la nota quién la ha firmado?

– Esta vez le ha tocado a mamá. Además, es más fácil hacer su firma que la tuya. -Mientras hablaba, Chiara recogía las hojas esparcidas por encima de la mesa y las apilaba cuidadosamente. Las dejó a un lado y levantó la mirada, deseosa de continuar con los asuntos importantes.

Él se arrimó una silla y se sentó frente a la niña.

– ¿Y qué te han dicho esas personas, Chiara?

– Lo primero, que también a esa otra chica, Francesca le había contado la historia del secuestro que nos contó a nosotras en primaria, hace cinco años.

– ¿Cuántos cursos estudiaste con ella, Chiara?

– Toda la básica. Luego su familia se mudó y la llevaron al colegio Vivaldi. A veces la veo, pero nunca hemos sido lo que se dice amigas.

– ¿Y de esa otra chica sí era amiga? -Vio que Chiara fruncía los labios antes de contestar y agregó-: Me parece que será preferible que me lo cuentes a tu manera.

– Esa otra chica de mi colegio hizo con ella el segundo ciclo, y dice que Francesca les contaba que sus padres le advertían que tuviera mucho cuidado con quién hablaba y que nunca fuera con personas desconocidas. Es más o menos lo que nos había dicho a nosotras.

Chiara miró a su padre, buscando un gesto de aprobación, y él le sonrió, aunque esto no era mucho más de lo que le había contado durante el almuerzo.

– Como esto ya lo sabía, he pensado que sería mejor hablar con una chica de su escuela de ahora. Por eso me he tomado la tarde libre, para estar segura de encontrarla. Esa chica me ha dicho que Francesca tiene novio. No, papá, un novio de verdad. Quiero decir amantes y todo.

– ¿Te ha dicho quién es él?

– No, Francesca no dice el nombre, sólo que es mayor, de más de veinte años, y que se iría con él, pero él no quiere, hasta que ella sea mayor de edad.

– ¿Sabe esa chica por qué quiere irse Francesca?

– A ella le parece que es por la madre. Siempre están discutiendo.

– ¿Y el padre?

– Francesca se llevaba muy bien con su padre, pero no lo veía mucho porque estaba siempre ocupado.

– Francesca tiene un hermano, ¿verdad?

– Sí, Claudio, pero estudia en Suiza. Por eso he hablado con la profe. Enseñaba en la escuela a la que iba él, y he pensado que por ella podría enterarme de algo.

– ¿Y te has enterado?

– Sí, claro. Le he dicho que era la mejor amiga de Francesca y que Francesca estaba muy preocupada por cómo se tomaría Claudio esto de la muerte de su padre, estando solo en Suiza. Le he dicho que también yo lo conocía, y hasta le he dado a entender que me gustaba. -Sacudió la cabeza-. ¡Buá! Todo el mundo, absolutamente todo el mundo, dice que Claudio es un asqueroso, pero me ha creído.

– ¿Qué le has preguntado?

– Le he dicho que Francesca deseaba saber si ella, quiero decir la profe, podía aconsejarle sobre cómo debía tratar a Claudio. -Al ver el gesto de sorpresa de Brunetti, dijo-: Sí, ya sé que parece una estupidez, que eso es algo que nadie preguntaría, pero ya sabes cómo son los profes, cómo les gusta darte consejos y decir lo que tienes que hacer con tu vida.

– ¿Y la profesora se lo ha creído?

– Naturalmente -respondió Chiara muy seria.

– Debes de ser una buena embustera -comentó Brunetti, no del todo en broma.

– Lo soy. Dice mamá que eso es algo que hay que aprender a hacer bien -dijo Chiara sin preocuparse de mirar a Brunetti, y agregó-: La profe ha dicho que Francesca debe tener presente… eso ha dicho ella, «tener presente», que Claudio siempre se había sentido más unido a su padre que a su madre, por lo que ahora lo pasará muy mal. -Hizo una mueca-. No es gran cosa, ¿eh? Cruzar toda la ciudad, para eso. Y ha estado hablando media hora para decirlo.

– ¿Qué te han dicho las otras?

– Luciana… he tenido que ir hasta Castello para hablar con ella… me ha dicho que Francesca no traga a su madre, porque es una mandona que siempre estaba manipulando a su padre y diciéndole lo que tenía que hacer. Tampoco quiere al tío, que se cree que es el jefe de la familia.

– ¿De qué forma lo manipulaba?

– No lo sabe. Pero es lo que decía Francesca, que su padre hacía siempre lo que mandaba la madre. -Antes de que Brunetti pudiera bromear al respecto, Chiara agregó-: No es lo mismo que entre tú y mamá. Ella te dice lo que tienes que hacer, tú le contestas que sí y luego haces lo que te parece. -Levantó la mirada hacia el reloj de la pared-. ¿Dónde estará mamá? Son casi las siete. ¿Qué habrá de cena? -Era evidente que la última pregunta era la que más la preocupaba.