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Muertes de perro
I
Estamos demasiado acostumbrados hoy día a ver en el cine revoluciones, guerras, asaltos y asonadas, todas esas espectaculares violencias [2], en fin, donde la bestia humana ruge [3]; pero quien sólo en el cine las haya visto, mal podrá -pienso yo- imaginarse la sencillez estupenda con que en la realidad se desenvuelven cuando por desgracia le toca a uno -como a mí, ahora- presenciarlas de veras. Transcurrido el tiempo, acontecimientos tales serán sin duda admiración de las generaciones nuevas; y el que los ha vivido pasará a sus ojos, sin otro motivo, por un héroe. En cuanto a mí, desde luego renuncio a semejante gloria, y me aplico a preparar este relato con el desengaño de la pura verdad. Instalado siempre en mi sillón de ruedas, testigo de tanto y tan cruel desorden, aquí estoy, en medio del torbellino, sin que hasta el momento nadie me haya molestado. Si mi invalidez sigue valiéndome, si acaso no se le ocurre todavía a algún mala sangre divertirse a costa de este pobre tullido y meterme de un empujón en la grotesca danza de la muerte [4], es muy probable que lleguemos al final, y pueda contarlo… Porque esto ha de tener un final; y será menester que alguien lo cuente.
[2]
[3] donde la bestia humana ruge: en su novela La bestia humana (La Béte húmaine, 1890), el «naturalista» literario Émile Zola (1840-1902) examinaba al trabajador francés desde los presupuestos de las ciencias naturales. Pero Ayala novela desde los de su propia sociología (Ensayos, 573-587), que rechaza el modelo de las ciencias naturales. Para Ayala como para Ortega (VI, 422), el individuo es humano sólo en cuanto fiel a su íntima vocación y su programa de existencia personal. Pero la crisis de la actualidad acelera el proceso histórico hasta imposibilitar la larga previsión necesaria para el programa vital de cada uno, reduciéndole a «la inhumana condición de la bestia», que, «despreocupada del porvenir», reacciona a cada peripecia externa (Tratado de sociología, II, 182-183). Tal, el sentido estricto de la bestialidad en esta novela (cfr. Mermall, 122).
[4] danza de la muerte: en el mundo hispánico, el tema remonta al anónimo poema didáctico, la Dança general de la muerte, compuesta a finales del siglo xiv o a principios del xv, y que satiriza a las jerarquías de la sociedad, todas allanadas con la muerte, representada como un esqueleto que fuerza a los hombres de todas las categorías sociales a bailar con ella en círculo. Según J.C. Mainer (4, nota 2), «el motivo de la danza… tuvo una famosa representación en las pinturas del cementerio e iglesia de los Inocentes de París (1462)», de cuyas leyendas «provino el texto literario».