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¡Pinedito, eres grande! Dentro de pocas horas, cuando se difunda la noticia de que el viejo Olóriz ha amanecido estrangulado en el porche de su casa, la ciudad y el país entero respirarán con alivio, aunque por el momento nadie sospeche de quién ha sido la mano bienhechora y libertadora que le puso el cascabel al gato [195]; cuál es el nombre del ciudadano benemérito a quien algún día deberá levantar una estatua la Nación, reconocida.

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[195] mano bienhechora y libertadora que puso el cascabel al gato: frase épicoburlesca que recuerda a Don Quijote al decir a Maritornes: «Tomad, señora, esa mano, o por mejor decir, ese verdugo de los malhechores del mundo» (I, cap. 43, pág. 285). El tono heroico lo desinfla el texto de Ayala al añadir el lugar común, procedente de una conocida fábula, «poner el cascabel al gato», o sea, «realizar algo embarazoso» (María Moliner, 1,544). El elemento cómico aumenta con la conciencia de que Olóriz es el gato que acaba de sufrir la última «muerte de perro» de la novela.