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– Simplemente tuvimos suerte -dije. Eso no convencería a nadie.

Amelia avanzó con la mano extendida.

– Me llamo Amelia Broadway -saludó, como si esperase que la reconocieran.

Y así fue.

– Es usted la hija de Copley, ¿verdad? -preguntó Weiss-. Lo conocí hace un par de semanas en relación con un programa comunitario.

– Está muy comprometido con la ciudad -dijo Amelia con una deslumbrante sonrisa-. Siempre tiene los dedos metidos en una docena de tartas, supongo. Pero papá siente una debilidad especial por Sookie. -No era lo más sutil, pero esperaba que sí eficaz. «Dejad a mi compañera en paz. Mi padre es un tipo poderoso».

Weiss asintió cordialmente.

– ¿Cómo ha acabado aquí, en Bon Temps, señorita Broadway? -preguntó-. Esto debe de parecerle muy tranquilo, después de vivir en Nueva Orleans. -«¿Qué hace una zorra rica como tú en un rincón perdido de la mano de Dios? Por cierto, tu padre no está por aquí para interceder por ti».

– Mi casa sufrió daños durante el Katrina -respondió Amelia. Lo dejó ahí. No les dijo que ya estaba en Bon Temps cuando se produjo el huracán.

– ¿Y usted, señora Fant? -preguntó Lattesta-. ¿También fue evacuada? -De ninguna manera había dejado de lado el tema de mi habilidad, pero estaba dispuesto a seguir dando cuerda al ambiente social.

– Sí-dijo Octavia-. Vivía con mi sobrina en circunstancias bastante precarias, y Sookie me ofreció amablemente el dormitorio que le quedaba.

– ¿Cómo se conocieron? -quiso saber Weiss, como si esperase escuchar una deliciosa historia.

– A través de Amelia -dije con una sonrisa.

– ¿Y usted y Amelia se conocieron…?

– En Nueva Orleans -explicó Amelia, zanjando ahí esa línea de interrogatorio.

– ¿Le apetece un poco más de té helado? -preguntó Octavia a Lattesta.

– No, gracias -contestó, casi estremeciéndose. Había sido el turno de Octavia de hacer el té, y tenía la mano suelta con el azúcar-. Señorita Stackhouse, ¿tiene alguna idea de cómo podríamos ponernos en contacto con este joven? -señaló la foto.

Me encogí de hombros.

– Ambos ayudamos a encontrar los cuerpos -dije-. Fue un día horrible. Ni siquiera recuerdo cómo dijo llamarse.

– Eso resulta extraño -aseguró Lattesta. «Oh, mierda», pensé-, ya que un hombre y una mujer que responden a sus respectivas descripciones se inscribieron en un motel a cierta distancia de la explosión esa misma noche y compartieron habitación.

– Bueno, tampoco hace falta conocer el nombre de alguien para pasar la noche con él -dijo Amelia razonablemente.

Me encogí de hombros y traté de parecer azorada, lo cual no me costó demasiado. Prefería que pensasen que era sexualmente fácil a que creyeran que merecía más atenciones suyas.

– Compartimos un momento de mucho estrés. Después de aquello, nos sentimos muy cercanos. Así reaccionamos. -Lo cierto es que Barry se quedó dormido casi inmediatamente, y yo no tardé mucho en seguirlo. Una fantasía era lo más erótico que habíamos compartido.

Los dos agentes me miraron dubitativos. Weiss estaba convencida de que mentía y Lattesta lo sospechaba. Pensaba que conocía a Barry muy bien.

Sonó el teléfono y Amelia corrió a la cocina para cogerlo. Al volver, su tez parecía verde.

– Sookie, era Antoine desde su móvil. Te necesitan en el bar -dijo. A continuación se volvió a los agentes del FBI-. Creo que deberían acompañarla.

– ¿Por qué? -preguntó Weiss-. ¿Qué ha pasado? -Ya se había puesto de pie. Lattesta estaba metiendo la foto de nuevo en el maletín.

– Un cadáver -dijo Amelia-. Han crucificado a una mujer detrás del bar.

Capítulo 5

Los agentes me siguieron hasta el Merlotte's. Había unos cinco o seis coches aparcados en el límite donde terminaba el aparcamiento delantero y empezaba el de atrás, bloqueando efectivamente el acceso a la parte trasera. Salté fuera de mi coche y enfilé un camino que discurría entre ambos con los agentes del FBI pisándome los talones.

Me había costado creerlo, pero era verdad. Habían erigido una cruz tradicional en el aparcamiento de los empleados, cerca de los árboles, donde la grava daba paso al terreno más salvaje. Habían clavado a una persona en ella. La recorrí con la mirada, asimilé el cuerpo desfigurado, las vetas de sangre reseca y ascendí hasta la cara.

– Oh, no -dije, y me caí de rodillas. Antoine, el cocinero, y D'Eriq, su ayudante, aparecieron de repente a cada uno de mis lados, tirando de mí hacia arriba. D'Eriq tenía la cara inundada en lágrimas y Antoine lucía una expresión sombría, pero el cocinero no había perdido la cabeza. Había servido en Irak y había estado en Nueva Orleans cuando el Katrina. Había visto cosas peores.

– Lo siento, Sookie -dijo.

Andy Bellefleur estaba allí, con el sheriff Dearborn. Se me acercaron, parecían más grandes y abultados dentro de sus impermeables. Tenían la expresión endurecida por el impacto reprimido.

– Lamento lo de tu cuñada -dijo Bud Dearborn, pero apenas escuché sus palabras.

– Estaba embarazada -lamenté-. Estaba embarazada. -Era lo único que podía pensar. No me extrañaba que alguien quisiera matar a Crystal, pero me horrorizaba el destino del bebé.

Respiré hondo y conseguí volver a mirar. Las manos ensangrentadas de Crystal eran zarpas de pantera. También había cambiado la parte inferior de sus piernas. El efecto era incluso más impactante y grotesco que la crucifixión de una mujer humana normal y, si cabía, más deplorable.

Los pensamientos empezaron a volar en mi mente sin secuencia lógica. Pensé en quién debería ser avisado de que Crystal había muerto. Calvin no sólo era el líder de su clan, sino también su tío. Y mi hermano, su marido. ¿Y por qué, de todos los lugares posibles, habían dejado a Crystal aquí? ¿Quién habría podido hacerlo?

– ¿Habéis llamado ya a Jason? -pregunté con labios entumecidos. Quise achacárselo al frío, pero sabía que se debía a la conmoción-. A estas horas estará trabajando.

– Lo hemos llamado -respondió Bud Dearborn.

– Por favor, procurad que no la vea -dije. La sangre había chorreado por la madera hasta formar un charco en la base de la cruz. Me mordí la lengua y recuperé el control.

– Tengo entendido que ella le puso los cuernos y que su ruptura fue sonada. -Bud trataba de sonar desapasionado, pero le estaba costando un esfuerzo. Había ira tras sus ojos.

– Eso puedes preguntárselo a Dove Beck -dije automáticamente, a la defensiva. Alcee Beck era inspector de policía de Bon Temps, y el hombre que había escogido Crystal para ponerle los cuernos fue a Dove, su primo-. Sí, Crystal y Jason se han separado. Pero él nunca le haría daño a su bebé. -Sabía que Jason no le habría hecho algo tan horrible a Crystal cualquiera que hubiese sido la provocación, pero no esperaba que nadie más me creyera.

Lattesta se nos acercó, seguido de cerca por la agente Weiss. Ella tenía la boca de un tono pálido, pero su voz permanecía tranquila.

– Dado el estado del cuerpo, esta mujer debía de ser… una mujer pantera. -La palabra se abrió paso con dificultad entre sus labios.

Asentí.

– Sí, señora, lo era. -Aún pugnaba por recuperar el control de mi estómago.

– Entonces esto podría ser un crimen xenófobo -dijo Lattesta. Mantenía una expresión férrea y los pensamientos ordenados. Estaba elaborando mentalmente una lista de llamadas que tenía que realizar, y trataba de vislumbrar una forma de hacerse cargo del caso. Si se confirmaba que era un crimen xenófobo, tenía un buen argumento para subirse a la investigación.