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– ¿Y quién es usted? -preguntó Bud Dearborn. Tenía los dedos metidos por el cinturón y miraba a los agentes del FBI como si fuesen comerciales de una funeraria.

Mientras los agentes se presentaban y emitían profundos juicios sobre la escena del crimen, Antoine dijo:

– Lo siento, Sookie. Tuvimos que avisar. Pero te llamamos a casa justo después.

– Claro que teníais que llamarlos -contesté-. Ojalá Sam estuviese aquí. -Oh, Dios, me saqué el móvil del bolsillo y pulsé la tecla de marcación rápida-. Sam -dije cuando descolgó-, ¿puedes hablar?

– Sí-contestó, algo temeroso. Ya intuía que algo iba mal.

– ¿Dónde estás?

– En el coche.

– Tengo malas noticias.

– ¿Qué ha pasado? ¿Se ha incendiado el bar?

– No, pero han asesinado a Crystal en el aparcamiento. Detrás de la caravana.

– Joder. ¿Dónde está Jason?

– Está de camino, no muy lejos, creo.

– Lo siento, Sookie -sonaba agotado-. Esto va a ser muy feo.

– El FBI está aquí. Creen que podría tratarse de un crimen xenófobo. -Omití la explicación de su presencia en Bon Temps.

– Bueno, Crystal no era muy popular que digamos -dijo Sam con cautela, con la voz cuajada de sorpresa.

– La han crucificado.

– Joder… -Una larga pausa-. Sook, si mi madre sigue estable y no hay cambios legales respecto a mi padrastro, volveré a última hora de hoy o a primera de mañana.

– Bien. -Era incapaz de calcular el alivio que me producían esas palabras. Y de nada servía fingir que lo tenía todo bajo control.

– Lo siento, cher -dijo-. Lamento que tengas que apechugar con ello, lamento que sospechen de Jason y todo lo demás. También lo siento por Crystal.

– Estoy deseando verte -respondí, con la voz temblorosa y llena de lágrimas incipientes.

– Allí estaré. -Y colgó.

– Señorita Stackhouse -dijo Lattesta-, ¿son esos hombres también empleados del bar?

Hice las presentaciones entre Antoine y D'Eriq y Lattesta. La expresión de Antoine no cambió en absoluto, pero D'Eriq parecía muy impresionado al conocer a un agente del FBI.

– Ambos conocían a Crystal Norris, ¿verdad? -preguntó Lattesta tranquilamente.

– Sólo de vista -dijo Antoine-. Solía pasar por el bar.

D'Eriq asintió.

– Crystal Norris Stackhouse -informé-. Es mi cuñada. El sheriff ha llamado a mi hermano. Pero hay que llamar a su tío, Calvin Norris. Trabaja en Norcross.

– ¿Es su pariente más cercano? ¿Aparte del marido?

– Tiene una hermana. Pero Calvin es el líder de… -me callé, dudando de si Calvin apoyaba la Gran Revelación-. Él la crió -dije. Era lo más cercano a la verdad.

Lattesta y Weiss hicieron corrillo con Bud Dearborn. Se enzarzaron en una profunda conversación, probablemente acerca de Calvin y la diminuta comunidad del sombrío cruce. Hotshot era un grupo de casas con muchos secretos. Crystal siempre quiso escapar de allí, pero también era donde más segura se sentía.

Mis ojos volvieron a la torturada figura de la cruz. Crystal iba vestida, pero la ropa se había raído donde los brazos y las piernas habían comenzado a transformarse, y estaba toda empapada de sangre. Sus manos y pies, atravesados por clavos, estaban llenos de costras. Estaba sujeta al eje de la cruz con cuerdas, lo que evitaba que la piel de los miembros se rasgara y el cuerpo cayera a peso.

Había visto muchas cosas horribles, pero puede que ésa fuese la más patética.

– Pobre Crystal -dije, sorprendida por las lágrimas que empezaron a derramarse por mis mejillas.

– No te caía bien -indicó Andy Bellefleur. Me pregunté cuánto tiempo llevaba ahí, contemplando los despojos de lo que una vez fue una mujer viva y sana. Andy lucía una barba de varios días y su nariz estaba roja. Estaba resfriado. Estornudó y se excusó, echando mano de un pañuelo.

D'Eriq y Antoine hablaban con Alcee Beck. Alcee era el otro inspector de policía de Bon Temps, y eso no resultaba nada prometedor de cara a la investigación. No parecía que fuese a lamentar demasiado la muerte de Crystal.

Andy volvió a mirarme tras meterse el pañuelo en el bolsillo. Me quedé observando su rostro, ancho y agotado. Sabía que haría todo lo posible por encontrar a quien había hecho eso. Confiaba en Andy. El robusto Andy, unos años mayor que yo, nunca había sido de los que sonreían. Era serio y suspicaz. No sabía si había escogido su ocupación porque era lo que le gustaba, o si su carácter había cambiado en consecuencia del puesto que desempeñaba.

– He oído que ella y Jason se separaron -dijo.

– Sí, ella lo engañaba. -Era algo que todo el mundo sabía. No iba a fingir lo contrario.

– ¿A pesar de estar embarazada? -Andy meneó la cabeza.

– Sí-dije, extendiendo las manos. «Así era».

– Es asqueroso -respondió Andy.

– Sí. Engañar a tu marido estando embarazada de él… es especialmente repugnante -añadí, verbalizando por vez primera un pensamiento que siempre había tenido.

– ¿Y quién era el otro hombre? -preguntó Andy casualmente-. ¿O había más de uno?

– Eres el único en Bon Temps que no sabe que se tiraba a Dove Beck -dije.

Esta vez se le quedó. Andy miró de reojo a Alcee Beck y volvió conmigo.

– Ahora lo sé -dijo-. ¿Quién la odiaba tanto, Sookie?

– Si estás pensando en Jason, mejor será que vuelvas a empezar. Él nunca le haría eso a su bebé.

– Si era tan ligera de cascos, a lo mejor no era suyo -sugirió Andy-. Quizá lo descubrió.

– Era suyo -contesté con una firmeza de la que no estaba del todo segura-. Pero, aunque no lo fuese, si algún análisis así lo concluyera, él no mataría al bebé de nadie. De todos modos, no vivían juntos. Ella había vuelto con su hermana. ¿Por qué se iba a molestar siquiera?

– ¿Qué hacía el FBI en tu casa?

Vale, así que el interrogatorio iba por esos derroteros.

– Querían saber algunas cosas acerca de la explosión en Rhodes -respondí-. Me enteré de lo de Crystal cuando aún estaban en casa. Me acompañaron por curiosidad profesional, supongo. Lattesta, el tipo, piensa que podría ser un crimen xenófobo.

– Es una idea interesante -admitió-. Sin duda lo es, pero no tengo claro que sea el tipo de crimen que deban investigar ellos. -Se alejó para hablar con Weiss. Lattesta estaba mirando el cuerpo, meneando la cabeza, como si anotara mentalmente un nivel de horror que creía imposible de ser alcanzado.

No sabía qué hacer. Estaba al cargo del bar, y la escena del crimen se encontraba en plena propiedad del mismo, así que me decidí a quedarme.

– ¡Todos los presentes en la escena del crimen que no sean oficiales de policía, que abandonen el lugar! -mandó Alcee Beck-. ¡Todos los oficiales que no sean esenciales, que pasen al aparcamiento delantero! -Su mirada se cruzó conmigo y apuntó a la parte delantera con un dedo. Así que obedecí y me apoyé en mi coche. Aunque hacía frío, tuve la suerte de que el día era soleado y no soplaba el viento. Me subí el cuello del abrigo para cubrirme las orejas y busqué mis guantes negros en el coche. Me los enfundé y aguardé.

Pasó el tiempo. Observé cómo varios oficiales de policía iban y venían. Cuando apareció Holly para cubrir su turno, le expliqué lo que había pasado y la mandé a casa, añadiendo que la llamaría cuando pudiese abrir el bar. No se me ocurría qué otra cosa hacer. Hacía tiempo que Antoine y D'Eriq se habían ido, justo después de que grabara sus números en mi móvil.

La camioneta de Jason frenó en seco junto a mi coche, saltó de ella y se puso a mi altura. Hacía semanas que no hablábamos, pero no era el mejor momento para hablar de nuestras diferencias.

– ¿Es verdad? -preguntó mi hermano.

– Sí, lo siento.

– ¿El bebé también?

– Sí.

– Alcee se pasó por la obra -dijo, aterido-. Vino a preguntarme cuándo la había visto por última vez. No he hablado con ella desde hace cuatro o cinco semanas, salvo para mandarle algo de dinero para la visita del médico y sus vitaminas. La vi una vez en el Dairy Queen.