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– ¿Con quién estaba?

– Con su hermana. -Tomó una profunda y temblorosa bocanada de aire-. ¿Crees que… sufrió?

De nada servía andarse por las ramas.

– Sí-dije.

– Entonces lamento que tuviera que irse de esa manera -dijo él. No estaba acostumbrado a expresar emociones complejas, y sobre él languidecía torpemente esa mezcla de dolor, lamento y pérdida. Parecía haberse echado cinco años a la espalda-. Estaba muy dolido y enfadado con ella, pero no quería que sufriese así. Sabe Dios que probablemente no habríamos sido unos buenos padres, pero tampoco tuvimos la oportunidad de intentarlo.

Estuve de acuerdo con cada una de sus palabras.

– ¿Estuviste con alguien anoche? -pregunté finalmente.

– Sí, llevé a Michele Schubert a su casa desde el Bayou -dijo. El Bayou era un bar de Clarice, a unos kilómetros.

– ¿Se quedó toda la noche?

– Le hice huevos revueltos esta mañana.

– Bien. -Por una vez, la promiscuidad de mi hermano le había servido de algo. Por si fuera poco, Michele era una divorciada sin hijos bastante directa. Si existía alguien deseosa de contarle a la policía con todo detalle dónde había estado y haciendo qué, ésa era Michele. Eso mismo le dije.

– La policía ya ha hablado con ella -me contó.

– Han sido rápidos.

Bud estuvo en el Bayou anoche.

Eso era que el sheriff lo vio marcharse acompañado y tomó nota de con quién lo hacía. No habría mantenido su puesto sin su astucia.

– Eso está bien -dije, incapaz de pensar qué más comentar.

– ¿Crees que la mataron porque era una pantera? -preguntó Jason, dubitativo.

– Es posible. Se había transformado parcialmente cuando la mataron.

– Pobre Crystal -se lamentó-. Habría odiado que cualquiera la viese en ese estado. -Y, para mi sorpresa, las lágrimas empezaron a derramarse por sus mejillas.

No sabía cómo reaccionar. Sólo se me ocurrió coger un pañuelo de la caja de mi coche y pasárselo. Hacía años que no veía llorar a Jason. ¿Lloraría también cuando murió la abuela? Quizá de verdad amase a Crystal. Quizá no fuese sólo el orgullo herido lo que le impulsó a exponerla como adúltera. Lo arregló para que su tío Calvin y yo la pillásemos con las manos en la masa. Me sentí tan asqueada y furiosa por ser una testigo forzada (con las consecuencias que ello acarreó) que evité a Jason durante semanas. La muerte de Crystal había desterrado la ira, al menos de momento.

– Eso ya no importa -dije.

La destartalada camioneta de Calvin aparcó al otro lado de mi coche. Estuvo frente a mí más deprisa de lo que ningún ojo podía captar, mientras Tanya Grissom bajaba por el otro lado. Calvin miraba con los ojos de un extraño. El habitual tono amarillento de sus ojos era ahora de un claro dorado, tenía los iris tan dilatados que apenas se veía blanco de fondo. Las pupilas se le habían estirado. Ni siquiera se había puesto una chaqueta ligera. Sentí frío en más de un sentido al verlo.

Estiré las manos.

– Lo siento, Calvin -lamenté-. Tienes que saber que no fue Jason quien lo hizo. -Alcé la mirada, no demasiado, para encontrarme con sus escalofriantes ojos. Calvin tenía más canas que cuando lo conocí hacía algunos años, y también parecía más regordete. Pero aún se le veía duro, fiable y recio.

– Tengo que olerla -dijo, omitiendo mis palabras-. Tienen que dejarme olerla. Yo sabré quién ha sido.

– Vamos, pues; se lo diremos -respondí, no sólo porque era una buena idea, sino también porque quería mantenerlo apartado de Jason. Al menos mi hermano fue lo bastante inteligente como para quedarse en el otro extremo de mi coche. Cogí a Calvin del brazo y empezamos a rodear el edificio hasta toparnos con la cinta policial.

Bud Dearborn cruzó a nuestro lado de la cinta al vernos.

– Calvin, sé que estás enfadado, y lamento profundamente lo de tu sobrina -empezó a decir, pero, con un rápido zarpazo, Calvin cortó la cinta y avanzó hacia la cruz.

Antes de que pudiera dar tres pasos, los agentes del FBI se movieron para interceptarlo, y casi con la misma rapidez se encontraron en el suelo. Hubo muchos gritos y tumulto, y finalmente Bud, Andy y Alcee estaban intentando contener a Calvin, apoyados por los dos agentes del FBI desde unas posturas poco dignas.

– Calvin -resolló Bud Dearborn. Bud no era ningún jovenzuelo, y saltaba a la vista que intentar sujetar a Calvin le estaba llevando cada gramo de fuerza que le quedaba-. No puedes acercarte, Calvin. Las pruebas que recojamos podrían contaminarse si no te alejas del cuerpo.

Me maravillaba la abnegación de Bud. Habría esperado que golpeara a Calvin con su porra o la linterna. Pero parecía simpatizar tanto como un hombre tenso y serio pudiera hacerlo. Por vez primera, supe que no era la única conocedora del secreto de la comunidad de Hotshot. La mano rugosa de Bud palmeó el brazo de Calvin a modo de consuelo. Se cuidó de no tocar sus garras. El agente especial Lattesta se dio cuenta de ello en ese momento y lanzó un duro suspiro, emitiendo un incoherente sonido de aviso.

– Bud -dijo Calvin con un gruñido por voz-, si no puedes dejar que me acerque ahora, tendré que olerla cuando la bajen. Quiero quedarme con el olor de los que le han hecho esto.

– Veré si es posible -contestó Bud con firmeza-. Pero, por ahora, amigo, tendremos que sacarte de aquí porque vamos a recoger todas las pruebas, pruebas que valdrán en un tribunal. Tienes que mantenerte apartado de ella, ¿de acuerdo?

Bud nunca me había tenido especial afecto, y desde luego que era recíproco, pero en ese momento no pude evitar tener buenos pensamientos hacia él.

Tras un largo instante, Calvin asintió. Parte de la tensión se evaporó de sus hombros. Todos los que le sujetaban fueron aflojando la presa.

– Quédate delante -pidió Bud-, te llamaremos. Tienes mi palabra.

– Está bien -dijo Calvin, y los policías lo soltaron. Dejó que lo rodeara con el brazo. Juntos, nos volvimos para regresar al aparcamiento. Tanya le estaba esperando y la tensión afloraba en cada milímetro de su cuerpo. Había tenido la misma perspectiva que yo: que Calvin se llevaría una buena.

– No ha sido Jason -repetí.

– Tu hermano no me importa -dijo, clavándome esos extraños ojos suyos-. No me importa. Y no creo que la haya matado.

Estaba claro que pensaba que mi ansiedad por Jason entorpecía mi preocupación por el auténtico problema, la muerte de su sobrina. Y también era evidente que aquello no le gustaba un pelo. Tenía que respetar sus sentimientos, así que cerré la boca.

Tanya le cogió de las manos, incluidas las garras.

– ¿Dejarán que te acerques? -preguntó. Sus ojos no abandonaron en ningún momento la cara de Calvin. Yo podría no haber estado allí perfectamente por lo que a ella concernía.

– Cuando bajen el cuerpo -dijo.

Ojalá Calvin pudiera identificar al asesino. Gracias a Dios que los cambiantes habían salido a la luz. Aunque… quizá por eso habían matado a Crystal.

– ¿Crees que captarás el olor? -preguntó Tanya. Su voz era tranquila y decidida. Estaba más seria de lo que jamás la había visto desde que nos conocíamos. Rodeó a Calvin con los brazos y, aunque no era un hombre alto, sólo alcanzó la parte superior de su esternón. Levantó la cabeza para encontrarse con sus ojos.

– Percibiré muchos olores después de que esos tipos la hayan tocado. Sólo puedo intentar compararlos. Ojalá hubiese llegado primero. -Sostuvo a Tanya, como si necesitase apoyarse en alguien.

Jason estaba a un metro, a la espera de que Calvin reparara en él. Tenía la espalda tiesa y el rostro petrificado. Se produjo un horrible momento de silencio cuando Calvin miró por encima del hombro de Tanya y se percató de Jason.