Nunca me había resultado tan distinto a un hombre moderno.
– ¿Qué edad tenías?
Se lo pensó.
– Veintipocos -dijo-. Puede que veintitrés. Aude tenía más. Había sido la mujer de mi hermano mayor, y cuando éste murió en la batalla me correspondió a mí casarme con ella para que nuestras familias siguieran unidas. Pero siempre me gustó, y ella también estaba dispuesta. No era una cría tonta; había perdido dos bebés de mi hermano, y se alegraba de tener alguno más aún vivo.
– ¿Qué pasó con vuestros hijos?
– ¿Cuándo me convertí en vampiro?
Asentí.
– No podían ser muy mayores.
– No, eran pequeños. Ocurrió poco después de la muerte de Aude -dijo-. La echaba de menos, y necesitaba a alguien que los criase. Entonces no existían los amos de casa -se rió-. Tenía que salir a saquear. Tenía que asegurarme de que los esclavos cumplían con su trabajo en los campos. Necesitaba otra mujer. Una noche, fui a visitar a la familia de una muchacha que esperaba quisiera casarse conmigo. Vivía a una o dos millas. Tenía algunos bienes terrenales, mi padre era caudillo, me consideraban un hombre atractivo y era un guerrero, así que no era mal partido. Sus hermanos y su padre se alegraron de reunirse conmigo y ella parecía… agradable. Traté de conocerla un poco. Era una buena noche. Tenía bastantes esperanzas. Pero hubo mucha bebida, y el camino de vuelta a casa… -Hizo una pausa y vi cómo se le movía el pecho. Recordando sus últimos instantes como humano, trataba de tomar aliento-. Había luna llena. Vi a un hombre herido a un lado del camino. Normalmente hubiese mirado alrededor en busca de quienes le habían atacado, pero estaba bebido. Me acerqué para ayudarlo; seguro que imaginas lo que pasó a continuación.
– No estaba herido en realidad.
– Él no. Pero, poco después, yo sí. Estaba hambriento. Su nombre era Appius Livius Ocella. -Eric esbozó una sonrisa, aunque carente de todo sentido del humor-. Me enseñó muchas cosas, y la primera fue no llamarle nunca Appius. Decía que aún no lo conocía lo suficiente.
– ¿Y qué más?
– Me enseñó cómo llegar a conocerlo.
– Oh. -Supuse que había comprendido lo que me decía.
Eric se encogió de hombros.
– No estuvo tan mal… En cuanto dejamos el lugar lo supe. Con el tiempo, dejé de sufrir por los hijos y el hogar perdidos. Nunca había estado alejado de mi gente. Mis padres aún estaban vivos. Sabía que mis hermanos se encargarían de que mis hijos fuesen criados como era debido, y dejé riqueza suficiente como para que no se convirtieran en una carga. Estaba preocupado, por supuesto, pero de nada iba a servirme.
Tenía que mantenerme alejado. En aquellos días, en las aldeas pequeñas, ningún extranjero pasaba desapercibido, y si me aventuraba en las cercanías de donde vivía, me reconocerían y me darían caza. Sabrían en lo que me había convertido, o al menos sabrían que era una… aberración.
– ¿Adonde fuisteis Appius y tú?
– Nos dirigimos a las mayores ciudades que pudimos encontrar, que por aquel entonces no eran muchas. Siempre estábamos viajando, en paralelo a los caminos para poder cazar a los viajeros.
Me estremecí. Resultaba doloroso imaginarse a Eric, tan extravagante y sagaz, moviéndose furtivamente por los bosques en busca de sangre fácil. Y resultaba terrible pensar en los desafortunados a quienes tendía las emboscadas.
– No había demasiada gente -dijo-. Los aldeanos echarían de menos a sus vecinos de inmediato. Teníamos que movernos sin parar. Al principio, los jóvenes vampiros están tan hambrientos que, como me pasó a mí, matan aunque no sea su intención.
Respiré hondo. Eso era lo que hacían los vampiros; cuando eran jóvenes, mataban. En aquel entonces no había un sustitutivo de la sangre fresca. Era matar o morir.
– ¿Se portaba Appius Livius Ocella bien contigo? -¿Qué puede haber peor que ser el eterno compañero del hombre que te ha asesinado?
– Me enseñó todo lo que sabía. Había servido en las legiones y era un guerrero, como yo, así que algo teníamos en común. Le gustaban los hombres, por supuesto, y necesité tiempo para acostumbrarme a eso. Nunca lo había hecho. Pero cuando eres un retoño de vampiro, cualquier cosa sexual te parece excitante, así que hasta me permití disfrutar… con el tiempo.
– Tenías que obedecer -dije.
– Oh, él era infinitamente más fuerte… a pesar de que yo era más grande; más alto, con los brazos más largos. Hacía tantos siglos que era vampiro que había perdido la cuenta. Y, por supuesto, era mi señor. Tenía que obedecer. -Eric se encogió de hombros.
– ¿Es algo místico o una norma establecida? -le pregunté, cuando la curiosidad me había empapado del todo.
– Ambas cosas -dijo-. Es algo compulsivo, no te puedes resistir por mucho que quieras…, por muy desesperado que estés por salir huyendo. -Su blanco rostro estaba encerrado en sus cavilaciones.
No alcanzaba a imaginar a Eric haciendo algo que no quisiera desde una posición de servidumbre. Claro que ahora tenía un jefe; no era autónomo. Pero no debía inclinarse y arrastrarse, y tomaba la mayoría de sus decisiones.
– No puedo imaginarlo -dije.
– No te lo desearía. -Un extremo de su boca se torció hacia abajo dando lugar a una expresión abyecta. Justo cuando empezaba a sopesar la ironía de todo aquello, ya que quizá se había casado conmigo al estilo vampírico sin preguntarme, Eric cambió de tema, dando un portazo a su pasado-. El mundo ha cambiado mucho desde que yo era humano. Los últimos cien años han sido especialmente emocionantes. Y ahora los licántropos salen del armario, junto con los demás hijos de la doble estirpe. ¿Quién sabe? Quizá las brujas o las hadas sean las siguientes. -Me sonrió, aunque con un poco de rigidez.
Su idea me inspiró la feliz fantasía de ver a mi bisabuelo Niall de forma diaria. Me había enterado de su existencia tan sólo hacía unos meses y no habíamos tenido mucho tiempo para estar juntos. Pero saber que contaba con un ascendiente vivo era muy importante para mí. Tenía muy poca familia.
– Eso sería maravilloso -contesté melancólicamente.
– Querida, eso nunca ocurrirá-dijo Eric-. Las criaturas feéricas son las más secretas de todos los seres sobrenaturales. No quedan muchas en este país. De hecho, apenas quedan en el mundo. El número de sus hembras y su fertilidad desciende cada año. Tu bisabuelo es uno de los pocos supervivientes con sangre real. Jamás admitiría tratar con humanos.
– Pues habla conmigo -añadí, insegura de a qué se refería exactamente con «tratar».
– Porque compartes su sangre -respondió Eric con un meneo de la mano libre-. De no ser así, jamás hubieses sabido de su existencia.
Pues la verdad es que no. Niall no iba a pasarse por el Merlotte's para tomar un trago y una cesta de pollo y estrechar las manos de los parroquianos. Miré a Eric con tristeza.
– Ojalá ayudase a Jason -deseé-. Jamás pensé que diría esto. A Niall no parece gustarle en absoluto, pero Jason tendrá muchos problemas a raíz de la muerte de Crystal.
– Sookie, si lo que quieres es saber lo que pienso, no tengo ni idea de por qué mataron a Crystal. -Y tampoco le importaba demasiado. Al menos, con Eric una sabía a qué atenerse.
De fondo, el DJ de la KDED decía:
– A continuation, And It Rained All Night, de Thom Yorke.
Mientras Eric y yo habíamos mantenido nuestra conversación, los sonidos del bar parecían haber enmudecido en la lejanía. Ahora volvían de golpe.
– La policía y las panteras buscarán al culpable -dijo-. Me preocupan más los agentes del FBI. ¿Qué persiguen? ¿Quieren arrestarte? ¿Pueden hacer eso en este país?
– Querían identificar a Barry. Después querían saber de lo que él y yo éramos capaces y cómo lo hacíamos. A lo mejor tenían instrucciones para pedirnos que trabajásemos para ellos y la muerte de Crystal interrumpió la conversación antes de que pudieran hacerlo.