– Lo que sé es que, si no lo hubiera hecho, ahora mismo estarías sentada en un cuartucho de Nevada, escuchando a Felipe de Castro hacer negocios con los humanos.
Odio que mis sospechas sean correctas.
– Pero lo salvé -dije, procurando no sollozar-. Le salvé la vida, y me prometió que contaba con su amistad. Creía que eso implicaba su protección.
– Quiere protegerte manteniéndote a su lado, ahora que sabe de lo que eres capaz. Quiere aprovechar todas las ventajas que le procuraría tenerte frente a mí.
– Menuda gratitud. Tenía que haber dejado que Sigebert acabara con él. -Cerré los ojos-. Maldita sea, es que no levanto cabeza.
– Ahora no puede tenerte -dijo Eric-. Estamos casados.
– Pero, Eric… -Se me ocurrieron tantas objeciones a ese arreglo que ni siquiera supe por dónde empezar. Me había prometido no discutir por aquello esa noche, pero el asunto era tan ineludible como un gorila de una tonelada. No podía fingir que no estaba-. ¿Y qué pasa si conozco a otra persona? ¿Qué pasa si tú…? Eh, ¿cuáles son las reglas básicas de estar oficialmente casados? Dímelo.
– Esta noche estás demasiado alterada y cansada para mantener una conversación racional -dijo Eric.
Se echó la melena tras los hombros y se oyó cómo una mujer de una mesa cercana exclamaba de admiración.
– Comprende que ahora él no puede ponerte una mano encima, que nadie puede a menos que me lo pidan antes. Bajo pena de muerte. Y es ahí donde mi inmisericordia estará al servicio de ambos.
Respiré hondo.
– Vale, tienes razón. Pero aquí no acaba el tema. Quiero saberlo todo sobre nuestra nueva situación, y quiero saber que puedo salir de esto si no lo soporto.
Sus ojos parecían tan azules como un despejado cielo de otoño, e igual de puros.
– Lo sabrás todo cuando quieras saberlo -dijo.
– ¿Sabe algo el nuevo rey acerca de mi bisabuelo?
La cara de Eric se petrificó.
– No soy capaz de predecir las reacciones de Felipe si lo descubre, mi amor. Bill y yo somos los únicos que lo sabemos por el momento. Y así debe seguir.
Extendió la mano para coger la mía de nuevo. Podía sentir cada músculo, cada hueso, a través de su fría piel. Era como hacer manitas con una estatua, una estatua preciosa. De nuevo, me sentí extrañamente tranquila durante unos minutos.
– Tengo que marcharme, Eric -dije, triste, aunque no por irme. Se inclinó hacia delante y me besó ligeramente sobre los labios. Cuando eché mi silla hacia atrás, él se levantó para acompañarme hasta la puerta. Sentía como las aspirantes me taladraban con miradas de envidia hasta la salida de Fangtasia. Pam estaba en su puesto y nos miró con una gélida sonrisa.
Para que la escena no se pasara de empalagosa, añadí:
– Eric, cuando vuelva en mí, regresaré para darte una soberana patada en el culo por ponerme en esta situación.
– Cielo, puedes patearme el culo cuando quieras -contestó, encantador y se volvió de regreso a su mesa.
Pam puso los ojos en blanco.
– Vaya dos -dijo.
– Eh, que esto no es porque yo lo quiera -me defendí, aunque no fuese del todo cierto. Pero era una buena salida, y me aproveché de ella para salir del bar.
Capítulo 7
A la mañana siguiente, Andy Bellefleur llamó para autorizar la reapertura.
Para cuando se quitó el precinto policial, Sam ya estaba en Bon Temps. Me alegré tanto de ver a mi jefe que los ojos se me humedecieron. Llevar el Merlotte's había sido mucho más difícil de lo que habría imaginado. Había que tomar muchas decisiones cada día y que mantener contenta a un montón de gente: clientes, trabajadores, distribuidores, repartidores… El tipo que le llevaba los temas fiscales a Sam llamó y no pude responder a sus preguntas. Había que pagar la factura de los gastos en tres días, y yo no tenía poderes para firmar cheques. Había que depositar mucho dinero en el banco. Era casi día de paga.
A pesar de la tentación de soltarle todos esos problemas a Sam en cuanto entró por la puerta de atrás del bar, respiré hondo y le pregunté por su madre.
Después de abrazarme a medio gas, Sam se dejó caer sobre su crujiente silla, tras el escritorio. Giró sobre sí mismo para mirarme de frente. Apoyó los pies sobre el borde del escritorio con un gesto de alivio.
– Habla, camina y está mejorando -dijo-. Por primera vez, no tenemos que inventarnos una historia para explicar por qué se cura tan rápido. La llevamos a casa esta mañana y ya está intentando hacer sus tareas. Ahora que mis hermanos se han acostumbrado a la idea, le están bombardeando con preguntas. Hasta parecen un poco celosos porque yo haya heredado el rasgo familiar.
Sentí la tentación de preguntarle por la situación legal de su padrastro, pero Sam parecía muy ansioso por volver a su rutina normal. Aguardé un instante para ver si sacaba el tema. No lo hizo. En vez de ello, me preguntó por las facturas. Con un suspiro de alivio, le puse al día de las cosas que requerían su atención. Le había dejado una nota en el escritorio con mi mejor letra.
El primer asunto de la lista era el hecho de que había contratado a Tanya y a Amelia para suplir la salida de Arlene por las noches.
Sam lo miró con tristeza y dijo:
– Arlene ha trabajado para mí desde que compré el bar. Será muy extraño no tenerla por aquí. En estos últimos meses no ha dejado de dar la tabarra, pero tenía la esperanza de que volvería a ser ella misma tarde o temprano. ¿Crees que se lo pensará?
– Es posible, ahora que has regresado -dije, aunque albergaba serias dudas al respecto-. Pero se ha vuelto muy intolerante. No creo que pueda trabajar para un cambiante. Lo siento, Sam.
Meneó la cabeza. Su humor sombrío no era ninguna sorpresa, dada la situación de su madre y la reacción no precisamente entusiasta del pueblo americano ante el lado más extraño de su mundo.
Me fascinaba la idea de que, en el pasado, yo tampoco fui consciente de ello. No me había dado cuenta de que algunas de las personas a las que conocía eran licántropos porque sencillamente no concebía tal posibilidad. Puedes malinterpretar cualquier pista mental que recibes si no comprendes su procedencia. Siempre me había preguntado por qué me costaba tanto leer a algunas personas, por qué unas mentes daban unas imágenes tan distintas de otras. Simplemente no se me había ocurrido que esas mentes fuesen de personas que fueran capaces de convertirse en animales.
– ¿Crees que bajará el negocio por mi condición o el asesinato? -preguntó Sam. Entonces se sacudió y añadió-: Lo siento, Sook. No recordaba que Crystal era tu cuñada.
– Nunca fui fan suya precisamente, como bien sabes -dije, con toda la naturalidad posible-. Pero creo que lo que le han hecho es horrible, al margen de cómo fuese ella.
Sam asintió. Nunca había visto su cara tan triste y seria. Sam era una criatura luminosa.
– Oh -exclamé, levantándome para marcharme. Me detuve y empecé a mecerme de un pie a otro. Respiré hondo-. Por cierto, Eric y yo estamos casados. -Si pensaba que mi salida iba a ser discreta, me equivocaba de cabo a rabo. Sam se incorporó de un salto y me agarró de los hombros.
– ¿Qué has hecho? -preguntó. Estaba más serio que nunca.
– No he hecho nada -dije, perpleja ante su vehemencia-. Ha sido cosa de Eric. -Le conté lo del cuchillo.
– ¿No pensaste que el cuchillo podía tener algún significado?
– No sabía que era un cuchillo -dije, empezando a sentirme bastante molesta, pero logrando mantener una voz calmada-. Bobby no me reveló nada. Supongo que él tampoco lo sabía, así que no pude leérselo en la mente.
– ¿Y tu sentido común? Sookie, eso ha sido una soberana estupidez.
No era precisamente la reacción que me hubiera esperado de un hombre por el que me había preocupado tanto, alguien por quien había trabajado como loca durante días. Me arrebujé en mi dolor y orgullo.