Atravesé la entrada de los empleados y fui derecha al despacho de Sam.
– Hola, jefe -le saludé al verlo tras el escritorio. Sam odiaba llevar los libros de contabilidad, pero no le quedaba otra. Quizá eso le proporcionara una distracción necesaria. Parecía preocupado. Tenía el pelo más revuelto que de costumbre, y sus ondas de rubio rojizo le enmarcaban su estrecho rostro con una especie de halo.
– Prepárate, hoy es la gran noche -dijo.
Estaba tan orgullosa de que me lo hubiera dicho y de que reflejara tanto mis propios pensamientos que no pude evitar una sonrisa.
– Estoy preparada. Estaré a la altura. -Dejé el bolso en el profundo cajón de su escritorio y fui a ponerme el delantal. Venía a relevar a Holly, pero cuando intercambiamos unas palabras sobre los clientes de nuestras mesas, le sugerí que quizá debería quedarse esa noche.
Me clavó una mirada inquisitiva. Holly se estaba dejando crecer el pelo sin teñirlo más, de modo que ahora parecía que hubiese impregnado las puntas de su cabello en alquitrán. Su color natural, que ya asomaba varios centímetros por la raíz, resultaba ser un bonito castaño claro. Hacía tanto tiempo que se lo teñía de negro que casi se me había olvidado.
– ¿Será algo tan bueno como para dejar esperando a Hoyt? -inquirió-. Él y Cody se llevan de maravilla, pero la madre de Cody no dejo de ser yo. -Hoyt, el mejor amigo de mi hermano Jason, era la última adquisición de Holly. Ahora era su acólito.
– Deberías quedarte un rato -le dije, con un significativo arqueo de las cejas.
– ¿Los licántropos? -preguntó Holly. Asentí, y su rostro se iluminó con una sonrisa-. ¡Madre mía! Arlene las va a pasar canutas.
Arlene, nuestra compañera y ex amiga, había sido captada hacía meses por uno más de la larga lista de hombres que habían pasado por su vida. Ahora era la mano derecha de Atila el Huno, sobre todo en lo que a vampiros concernía. Incluso se había unido a la Hermandad del Sol, iglesia que lo era sólo de nombre. En ese momento estaba de pie junto a una de sus mesas, manteniendo una seria conversación con su hombre, Whit Spradlin, una especie de directivo de la Hermandad con un trabajo parcial en una de las franquicias de Home Depots de Shreveport. Tenía una buena calva y algo de barriga, pero para mí eso no era un problema. Su ideología política, sí. Iba con un colega, por supuesto. Esta gente de la Hermandad parecía ir en manadas por la vida, exactamente igual que otro grupo minoritario al que estaba a punto de conocer.
Mi hermano Jason también estaba sentado a una mesa, junto con Mel Hart. Mel trabajaba en el taller mecánico de Bon Temps y era más o menos de la edad de Jason, unos treinta y uno. Delgado y de complexión robusta, Mel tenía el pelo largo y castaño claro, barba y bigote, y una cara bonita. Últimamente se le veía mucho con Jason. Supuse que mi hermano había tenido que llenar el hueco que había dejado Hoyt. Jason no estaba cómodo sin un colega cerca. Esa noche, ambos tenían citas. Mel estaba divorciado, pero Jason seguía casado, al menos sobre el papel, así que no se esperaba de él que tuviese relaciones con otras mujeres en público. Tampoco es que ninguno de los presentes fuese a culparle de nada. Habían pillado a Crystal, la mujer de Jason, poniéndole los cuernos con un tipo del pueblo.
Oí que Crystal -y el bebé que esperaba- se había vuelto a su pequeña comunidad de Hotshot para quedarse con su familia. (En realidad, ella podía entrar en cualquier casa allí y encontrar parientes. Así era aquel lugar). Mel Hart había nacido en Hotshot también, pero era uno de los raros miembros de la tribu que había decidido vivir en otro sitio.
Para mi sorpresa, Bill, mi ex novio, estaba sentado con otro vampiro, Clancy. Al margen de su condición de no vivo, Clancy no era santo de mi devoción. Ambos tenían delante sendas botellas de TrueBlood. Creo que Clancy nunca se había dejado caer por el Merlotte's para tomar un trago por casualidad, y ciertamente nunca en compañía de Bill.
– Hola, chicos, ¿otra ronda? -pregunté, invirtiendo en ello mi mejor sonrisa. Siempre me siento un poco nerviosa cuando estoy cerca de Bill.
– Por favor -respondió Bill educadamente, mientras Clancy empujaba su botella vacía hacia mí.
Fui detrás de la barra para coger dos botellas de TrueBlood de la nevera, las abrí y las metí en el microondas (quince segundos es lo mejor). Agité las botellas suavemente y puse los tibios brebajes sobre la bandeja con servilletas nuevas. La helada mano de Bill tocó la mía cuando le puse su botella delante.
– No dudes en llamarme si necesitas ayuda en casa -me dijo.
Sabía que lo decía con la mejor de las intenciones, pero no dejaba de poner de relieve mi estatus de soltera. La casa de Bill estaba cerca de la mía, al otro lado del cementerio, y ya que se pasaba las noches despierto, estaba segura de que sabía que no tenía compañía masculina.
– Gracias, Bill -contesté, forzándome a sonreírle. Clancy se limitó a mofarse.
Tray y Amelia entraron en el bar. Después de dejarla a ella sentada a una mesa, Tray se acercó a la barra, saludando a todo el mundo por el camino. Sam salió de su despacho para unirse al fornido hombre, que medía al menos doce centímetros más que él y era dos veces más grande. Se saludaron con una sonrisa. Bill y Clancy se pusieron alerta.
Los televisores repartidos por el local dejaron de emitir el partido del momento. Una serie de pitidos alertaron a los parroquianos de que algo estaba a punto de ocurrir en pantalla. El bar fue quedándose en silencio, con la salvedad de algunas conversaciones aisladas. «Informativo especial», apareció en pantalla, sobreimpreso ante un locutor de pelo corto y engominado y un rostro muy serio. Con voz solemne, anunció:
– Soy Matthew Harrow. Esta noche les presentamos este informativo especial desde Shreveport, donde, al igual que en todos los centros de emisión del país, contamos con un invitado.
La cámara amplió el enfoque para mostrar a una atractiva mujer. Su rostro me era ligeramente familiar. Dedicó a la cámara un gesto de saludo calculado. Vestía una especie de muumuu hawaiano, osada elección para salir en televisión.
– Les presento a Patricia Crimmins, que se mudó a Shreveport hace algunas semanas. Patty… ¿Puedo llamarte Patty?
– En realidad prefiero Patricia -dijo la morena. Recordé que era uno de los miembros de la manada que había sido absorbida por la de Alcide. Las partes de su cuerpo que no estaban cubiertas por el muumuu parecían fuertes y bien formadas. Sonrió a Matthew Harrow.
– Estoy aquí esta noche en representación de un pueblo que ha estado viviendo entre vosotros desde hace muchos años. Dado el éxito de los vampiros a la hora de darse a conocer, hemos decidido que ha llegado el momento de hablaros de nuestra existencia. Después de todo, los vampiros están muertos. Ni siquiera son humanos. Nosotros, sin embargo, somos gente normal, como vosotros, salvo por una leve diferencia. -Sam subió el volumen. Los parroquianos empezaron a removerse sobre sus asientos para ver lo que pasaba.
La sonrisa del locutor se había vuelto rígida y se notaba que estaba nervioso.
– ¡Qué interesante, Patricia! ¿Qué…, qué eres entonces?
– ¡Gracias por hacerme la pregunta, Mathew! Soy una licántropo. -Patricia tenía las manos entrelazadas sobre la rodilla. Sus piernas estaban cruzadas. Parecía tan vivaz como una vendedora de coches de segunda mano. Alcide había hecho una buena elección. Además, si alguien acababa con ella en el momento, bueno…, no dejaba de ser la nueva.
El Merlotte's iba conteniendo el aliento a medida que la noticia se extendía de mesa en mesa. Bill y Clancy se habían levantado para ponerse en la barra. Entonces me di cuenta de que habían ido para mantener la paz en caso necesario; Sam debió de pedírselo. Tray empezó a desabrocharse la camisa. Sam llevaba una camiseta de manga larga, y se la sacó por encima de la cabeza.