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– D'Eriq tropezó conmigo con una fuente llena de jalapeños y el jugo se derramó -dijo-. No soporto su olor.

– Ahhh -exclamé, resoplando-. No te culpo.

– ¿La madre de Sam está bien?

– Sí, ha salido del hospital -dije.

– Buenas noticias.

Mientras me ataba el delantal a la cintura, tuve la sensación de que Antoine estaba a punto de decir otra cosa, pero de ser así, cambió de opinión. Cruzó el pasillo para llamar a la puerta de la cocina y D'Eriq la abrió desde el otro lado para dejarle pasar. Antes, la gente se metía en la cocina por error demasiado a menudo, así que ahora la puerta siempre estaba cerrada con pestillo. Otra puerta salía de la cocina directamente a la parte de atrás, justo al lado del contenedor de basura.

Pasé delante del despacho de Sam sin siquiera mirar dentro. No le apetecía hablar conmigo; está bien, yo tampoco hablaría con él. Me di cuenta de que actuaba como una cría.

Los agentes del FBI seguían en Bon Temps, cosa que no debería haberme sorprendido. Esa noche se pasaron por el bar. Weiss y Lattesta estaban sentados uno frente a la otra en una de las mesas, con una jarra de cerveza y una cesta de pepinillos fritos entre ambos. Estaban manteniendo una conversación muy seria. Y en una mesa cercana, con un aspecto tan bello como remoto, estaba mi bisabuelo Niall Brigant.

Ese día tenía todas las papeletas para llevarse el título al más extraño. Resoplé y decidí atender a mi bisabuelo antes. Él se levantó mientras me acercaba. Tenía el pelo blanco y liso recogido por la nuca. Vestía un traje negro y una camisa blanca, como de costumbre. Esa noche, en vez de la corbata negra que solía ponerse, lucía una que le había regalado yo por Navidad. Era espectacular, roja y dorada, con franjas negras. Todo su ser brillaba. La camisa no era blanca sin más, sino más bien nívea y perfectamente almidonada. Y su abrigo no era sencillamente negro, sino que parecía impolutamente renegrido. Por sus zapatos no asomaba la menor mota de polvo, y la pléyade de diminutas arrugas que salpicaban su bello rostro no hacían sino destacar su perfección y el brillo de sus ojos verdes. La edad le sentaba estupendamente. Casi dolía mirarlo. Niall me rodeó con los brazos y me besó en la mejilla.

– Sangre de mi sangre -dijo, y le sonreí al pecho. Era tan dramático. Y le costaba tanto parecer humano. Había tenido ocasión de atisbarlo en su auténtica forma, y resultó casi cegador. Dado que nadie más en el bar estaba boquiabierto con su aspecto, deduje que nadie lo veía como yo.

– Niall -saludé-, me alegro mucho de verte. -Siempre me halagaba que viniese de visita. Ser la bisnieta de Niall era como serlo de una estrella del Rock; vivía una vida que apenas era capaz de imaginar, había estado en lugares que nunca conocería y tenía un poder que se me escapaba por completo. Pero de vez en cuando encontraba un rato para pasarlo conmigo, y esos momentos eran siempre como la Navidad.

– Esa gente que tengo delante no hace más que hablar de ti -dijo en voz baja.

– ¿Sabes lo que es el FBI? -La base de conocimientos de Niall era increíble. Era tan viejo que había dejado de contar a los mil, y a veces erraba las fechas por más de un siglo de diferencia, pero yo no podía saber muy bien cuánto conocía de la vida moderna.

– Sí -respondió-. El FBI. Una agencia gubernamental que reúne datos de infractores de la ley y terroristas dentro de los Estados Unidos.

Asentí.

– Pero tú eres una buena persona. No eres una asesina ni una terrorista -dijo, aunque no parecía creer que mi inocencia fuese a protegerme.

– Gracias -dije yo-. Pero no creo que quieran arrestarme. Creo que quieren saber cómo consigo las cosas gracias a mi particularidad mental y, una vez que se convenzan de que no estoy loca, querrán que trabaje para ellos. Por eso están en Bon Temps… pero se han quedado en vía muerta. -Y eso me recordó un doloroso asunto-. ¿Sabes lo que le pasó a Crystal?

Pero en ese momento otros clientes reclamaron mi atención y pasó un buen rato antes de que pudiera volver con Niall, que aguardaba pacientemente. Conseguía que la destartalada silla pareciese un trono. Retomó la conversación donde la habíamos dejado.

– Sí, sé lo que le ha pasado. -Su expresión no varió, pero noté la gelidez que exudaba. Si hubiese tenido algo que ver con la muerte de Crystal, me habría asustado mucho.

– ¿Cómo es que te afecta? -pregunté. Nunca le había prestado atención a Jason; de hecho, a Niall no parecía caerle bien.

– Siempre me interesa saber por qué alguien relacionado conmigo muere -dijo Niall. Su tono fue del todo impersonal, pero si estaba interesado, puede que fuese de ayuda. Cabría pensar que su intención era despejar a Jason de sospechas, ya que era tan bisnieto suyo como yo bisnieta, pero Niall nunca había dado muestras de querer encontrarse con Jason, y mucho menos de conocerlo bien.

Antoine tocó la campana de la cocina para indicarme que uno de mis pedidos estaba listo. Me apresuré en servir a Sid Matt Lancaster y a Bud Dearborn sus patatas fritas picantes con beicon y queso. El recientemente enviudado Sid Matt era tan mayor que supuse que sus arterias no podían endurecerse más de lo que estaban, y Bud nunca había sido aficionado a la comida sana.

Cuando pude volver con Niall, dije:

– ¿Tienes alguna idea de quién pudo hacerlo? Los hombres pantera también están buscando. -Deposité una servilleta extra sobre su mesa para parecer ocupada.

Niall no despreciaba a los hombres pantera. De hecho, aunque las hadas parecían considerarse independientes y superiores de las demás especies sobrenaturales, Niall al menos mostraba respeto por todo tipo de cambiantes; a diferencia de lo que sentía por los vampiros, a los que los consideraba ciudadanos de segunda.

– Echaré un vistazo por ahí. He estado ocupado, y por eso no te he visitado antes. Hay problemas. -Comprobé que su expresión se tornaba más seria incluso que de costumbre.

Oh, mierda, más problemas.

– Pero no tienes que preocuparte -añadió regiamente-. Me ocuparé de ello.

¿He dicho ya que Niall es un poco orgulloso? Pero no podía evitar preocuparme. En un momento tendría que servirle a alguien una bebida, y quería asegurarme de comprender lo que quería decir. Niall no se dejaba caer muy a menudo, y cuando lo hacía rara vez era para perder el tiempo. Puede que no tuviera otra oportunidad de hablar con él.

– ¿Qué está pasando, Niall? -pregunté sin rodeos.

– Quiero que te cuides especialmente. Si ves más hadas, aparte de mí, Claude o Claudine, llámame enseguida.

– ¿Por qué deberían preocuparme las hadas? -inquirí-. ¿Por qué iban a querer hacerme daño?

– Porque eres mi bisnieta. -Se levantó y supe que no recibiría más explicaciones.

Niall volvió a abrazarme y a besarme (las hadas son así de dulzonas) y abandonó el bar, bastón en mano. Mientras me disponía a seguirle, me pregunté si tendría una hoja afilada en la punta. O puede que fuese una varita mágica extra larga. O ambas cosas. Ojalá hubiésemos podido hablar más, o al menos me hubiese especificado más la advertencia.

– Señorita Stackhouse -pidió una amable voz de hombre-, ¿podría traernos otra jarra de cerveza y otra cesta de pepinillos?

Me volví hacia el agente especial Lattesta.

– Claro, será un placer -dije, con mi sonrisa automática.

– Era un hombre muy guapo -señaló Sara Weiss. Empezaba a notar los efectos de las dos jarras de cerveza que ya se había tomado-. Parecía diferente. ¿Es europeo?

– Sí que parece extranjero -convine, llevándome la jarra vacía para traerles otra llena, sin dejar de sonreír en ningún momento. Entonces, Catfish, el jefe de mi hermano, tiró un ron con cola con el codo y tuve que llamar a D'Eriq para que viniera con una fregona para limpiar el suelo y una bayeta para la mesa.